El este de África es rico en fósiles de homínidos, y este año ha dado una buena cosecha. Tres descubrimientos han venido a engrosar el catálogo de especies supuestamente antecesoras del hombre, con el resultado de complicar aún más nuestro árbol genealógico.
El hallazgo más reciente es el realizado en el curso medio del río Awash (Etiopía) y publicado por Nature el pasado 12 de julio. Se trata de una mandíbula con un diente, más varios huesos de mano y pie, fragmentos de huesos de brazo y una clavícula. Su interés radica en su antigüedad: unos 5,8 millones de años (m.a.), muy cerca de la separación de la rama de la que salió el hombre y la que dio origen al chimpancé, cosa que ocurrió hace 5,5-6,5 m.a., según los estudios de biología molecular.
A falta de cráneo, es difícil identificar la especie. El descubridor, el etíope Yohannes Haile-Selassie, doctorando en Berkeley, la ha clasificado provisionalmente como una subespecie -a la que ha llamado kadabba- del Ardipithecus ramidus. Hasta ahora, ramidus -descubierto en 1994- era, con 4,4 m.a., el homínido más antiguo conocido. Kadabba parece también ser un homínido, pero presenta rasgos sorprendentes. Los huesos, muy primitivos, le asemejan a los simios; sin embargo, los restos del pie indican que era bípedo. Y resulta que los sedimentos donde fue encontrado corresponden a un hábitat boscoso. Hasta ahora se suponía que los homínidos adquirieron la marcha bípeda mucho más tarde, por adaptación a la sabana, después de que desaparecieran los árboles de su entorno.
Una sorpresa semejante deparó Orrorin tugenenesis, que fue presentado en París en febrero pasado por Martin Pickford, Brigitte Senut y Eustace Gitonga. Estos investigadores habían hallado en el yacimiento de Tugen Hill (Kenia) unos fósiles de 6 m.a. que corresponden a individuos bípedos y con algunas características más humanas que las respectivas de los australopitecos. Los dientes son pequeños (rasgo moderno), pero de esmalte grueso y alojados en una quijada muy poderosa (rasgos arcaicos).
Este sí es, sostienen sus descubridores, el homínido más antiguo que se conoce. Pickford y sus colegas proponen, pues, una nueva genealogía de la especie humana, que choca con la generalmente admitida. Según ellos, los australopitecos no son nuestros antepasados directos, sino una rama colateral extinguida. Por el contrario, afirman, Orrorin dio origen a Praeanthropus (otro nuevo género, integrado por fósiles mal catalogados hasta ahora, dicen los padrinos de Orrorin), y de este salió el género Homo. Pero muchos especialistas no están convencidos del bipedismo de Orrorin y no aceptan que sea un homínido.
Los otros fósiles de este año tampoco ayudan a despejar el panorama. La pieza principal es un cráneo de rasgos modernos: pómulos redondeados, cara plana, dientes pequeños; pero de 3,2-3,5 m.a. de antigüedad, como la famosa Lucy (Australopithecus afarensis). Fue hallado al oeste del lago Turkana (Kenia) por Meave Leakey y Fred Spoor, que lo han llamado Kenyanthropus platyops, inaugurando con él un género. El descubrimiento fue publicado en Nature (22-III-2001). En su artículo, Leakey y Spoor no revolucionan el árbol genealógico humano, pero proponen una importante corrección. Creen que platyops no es antepasado directo del hombre y que Homo rudolfensis (1,8-2,5 m.a.), hasta ahora considerado el humano más antiguo, debería ser adscrito al nuevo género Kenyanthropus. Así, el hallazgo no aclara cómo fue la línea evolutiva que condujo al hombre, sino que muestra, según Leakey, que el árbol de los homínidos es muy ramificado, con la consiguiente dificultad para determinar qué rama lleva hasta el género Homo.
Sucesión de hipótesis
Al informar de los fósiles de kadabba, el New York Times (12-VII-2001) decía que este descubrimiento «parece poner en cuestión algunas ideas generalmente admitidas sobre los primeros estadios de la evolución humana». Frases como esa son un tópico de las noticias de hallazgos paleoantropológicos. En pocas disciplinas científicas la sucesión de hipótesis se produce con tanta celeridad como en paleontología humana durante la última década.
Por una parte, es un signo de progreso científico que continuamente se descubran nuevos géneros y especies, así como más individuos de especies ya conocidas, cuyo retrato se va completando gradualmente.
Pero resulta frustrante que cada descubrimiento obligue a rehacer el edificio de la genealogía homínida. Los nuevos fósiles no solo no resuelven las preguntas claves sobre el pasado humano, sino que complican más la tarea. Seguimos sin saber a ciencia cierta de qué especie procedemos directamente, cuántos géneros de homínidos existieron, de cuál de ellos surgió el género Homo… Por ejemplo, kadabba nos acerca a la separación del linaje humano y el del chimpancé; pero ese momento sigue envuelto en oscuridad: como escribe Henry Gee en Nature (12-VII-2001), disponemos de fósiles de homínidos, pero no hay ninguno de formas primitivas del chimpancé.
Paradójicamente, cuantos más datos vamos teniendo sobre los homínidos, más incógnitas se plantean. En la busca de los antepasados del hombre, sucede como si al avanzar la investigación de un crimen, en vez de estrecharse el cerco en torno al culpable, aparecieran nuevos sospechosos. No es extraño que el mismo Gee sostenga: «Parece que cuanto más se descubre sobre los orígenes del hombre, menos se entiende».
_________________________Con informaciones de Carlos A. Marmelada.