La necesidad de publicar para hacer carrera y la tendencia al oligopolio de las revistas mejor consideradas provoca que en la investigación científica primen la novedad y el llegar antes sobre la comprobación paciente. Eso sostiene un grupo de científicos del que ha publicado un manifiesto con el título “Por un retorno al debate científico y a la inteligencia colectiva”.
Los firmantes, universitarios e investigadores, muestran cómo la epidemia de covid-19 está destapando profundas disfunciones, que llegan a la opinión pública. Los ciudadanos esperaban informaciones fiables que fundamentasen medidas eficaces y razonables para salir de la crisis. El problema es que existen decenas de miles de artículos, donde cada uno puede encontrar algo que confirme sus puntos de vista.
La ciencia debería reflejar un cierto consenso logrado tras el debate dentro de la comunidad científica. “Con el tiempo y con la pasión necesaria, los investigadores intercambian argumentos y experiencias hasta converger hacia enunciados libres de prejuicios, de acuerdo con hechos observados, que configuran la verdad científica del momento”.
Pero ese debate está siendo sustituido en gran medida por las publicaciones científicas, que ofrecen el marchamo de estar “revisadas por pares” (peer-reviewed). En realidad, es un proceso interno de cada revista, dirigido por su editor, y el investigador tiene que someterse a las indicaciones de unos referentes anónimos, recibidas por correo electrónico, para conseguir el imprimatur.
“Bajo el efecto deletéreo de este proceso de validación aleatorio, limitado, conservador, no verificable y permeable a conflictos de interés, la ciencia en su conjunto ha entrado en una importante crisis existencial, la de la reproducibilidad: en la mayoría de los campos y en una proporción alarmante, muchos resultados experimentales publicados no pueden ser replicados, ni siquiera por sus autores”.
Se intentaba conseguir una fiabilidad de la investigación pública, pero se ha producido un efecto perjudicial: si el valor de un trabajo depende de la reputación de la revista que lo publica, ya no es el investigador quien crea el valor, sino el editor que decide la publicación. Así, “una minoría de editores puede obligar a la mayoría a alinearse con su visión y sus normas (por ejemplo, imponiendo un imperativo permanente de novedad, haciendo caso omiso de la verificación de los resultados ya publicados o del intercambio de resultados experimentales negativos)”.
Entonces, la ciencia tiende a compartimentarse “en nichos sin competencia, los errores se acumulan sin ser corregidos, las controversias se estancan, y la voz de la ciencia es la de la narración que haya logrado seducir al editor más prestigioso sin enfrentarse a sus detractores”. La solución iría en línea de “promover un gobierno horizontal y comunitario, en el que el objetivo principal del investigador sea debatir con sus pares y convencerlos”. Debería prevalecer la “cooperación”, un intercambio en interés de todos, que produzca apertura, transparencia e inteligencia colectiva.