Cine, conversaciones, amistad y un experimento con 23 películas

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Cine, conversaciones, amistad y un experimento con 23 películas

Decir que la amistad es uno de los argumentos universales que siempre ha tratado el cine y la literatura no es decir nada especialmente novedoso. Pero ¿puede el cine ayudarnos a tener más y mejores amigos? ¿Tiene alguna relación la empatía con el hecho de ver películas? Esas conversaciones sobre el amor, la vida y la muerte que mantenemos después de una película ¿pueden ayudarnos a establecer relaciones más profundas? Parece ser que sí. Lo demuestran algunos estudios académicos recientes. Además de la experiencia y de un pequeño experimento que quien suscribe estas líneas ha hecho con 23 películas estrenadas este año.

Tengo que aclarar que este experimento nace en el marco de un congreso. Hace unos días participé en el simposio sobre san Josemaría que se organiza en Jaén (España) desde hace 20 años. El tema de este año era la amistad y se me había invitado a hablar sobre La amistad en el cine. El tema daba para hablar de muchas películas. Durante meses le di vueltas a títulos como ET, Cadena perpetua, Green Book o Cuenta conmigo, cintas memorables que hablaban de amigos. Y, sin embargo, a medida que avanzaban las semanas pensaba que ya hay muchos que han hablado y han escrito –y probablemente mejor que yo– sobre la amistad en el cine.

Conversaciones profundas

Al mismo tiempo, llevaba tiempo dándole vueltas a una idea relacionada con la amistad, y es el de la relación que existe entre la amistad y la conversación. Y no cualquier conversación, sino las conversaciones profundas. Matthias Mehl, psicólogo y profesor en la Universidad de Arizona, publicó hace unos años un estudio sobre el tipo de conversaciones que manteníamos los seres humanos y la relación de estas conversaciones con la percepción de felicidad. El estudio concluía que las personas que mantenían un mayor porcentaje de conversaciones profundas –sustantivas las denomina el estudio– eran más felices que las que conversaban menos o de una manera más superficial. Las razones de esto son variadas y van desde la comprobación empírica de que el hombre está mejor bien acompañado que solo, hasta otros estudios más científicos que han demostrado que las conversaciones sincronizan áreas del cerebro de los interlocutores y que, cuanto más sustantiva es la conversación, más sincronía hay y más posibilidad de estrechar lazos que nos lleven a relaciones más satisfactorias. De nuevo, la experiencia; cuántos buenos amigos lo son por las horas de conversación sustantiva –no cháchara– que hemos mantenido con ellos. Y, de hecho, las conversaciones más profundas las tenemos con los mejores amigos.

Por otra parte, para mantener estas conversaciones, es requisito indispensable, además del tiempo, la empatía, un término quizás sobrevalorado –por su superutilización– pero que resulta necesario para que una actividad tan cotidiana como tomarse un café con alguien y contestar a un “¿qué tal todo?” resulte una experiencia gratificante. La empatía, que es la capacidad de sentir con el otro, de acogerlo, está en la base de la capacidad de amistad. Las personas empáticas es más fácil que tengan más y mejores amigos.

Algunos estudios recientes muestran la importancia de las conversaciones profundas para generar amistad, la necesidad de cultivar la empatía para tenerlas y la oportunidad de servirse de la ficción para crecer en empatía

Pero ¿se puede crecer en empatía? Los libros de autoayuda subrayan decenas de estrategias y nos aconsejan que miremos a los ojos, que escuchemos activamente, que aprendamos a hacer las preguntas adecuadas y abordar cuestiones que unan. Todo, en definitiva, para ser capaces de ponerse en la piel del otro.

De lo que no hablan tanto estos libros de autoayuda, pero espero que empiecen a hacerlo, es que también ayuda a crecer en empatía leer libros y ver películas. No lo digo yo, lo decía Aristóteles en la Poética, cuando hablaba de que el arte es mímesis, imitación de la vida, y que el espectador, mientras contempla un drama, puede identificarse con el personaje e incluso vivir algunas de las once pasiones que el filósofo citaba en su Ética a Nicómano (el miedo, la apetencia, la ira, el coraje, la envidia, la alegría, el amor, el odio, el deseo, los celos o la compasión).

Para quienes no les sirva Aristóteles, porque en sus obras decía que no había que escribir papeles para mujeres porque una mujer no podía hacer nada interesante o porque lo vean un poco antiguo, la Universidad de Toronto (Canadá), publicó hace unos meses en la revista Trends in Cognitive Science un estudio que analiza cómo la ficción puede afectar a las habilidades sociales de una persona y concluye exactamente lo mismo que Aristóteles: que leer y ver ficción mejora la empatía.

En resumen, que dos universidades diferentes han publicado estudios que –de una manera o de otra– hablan de la amistad y del cine. De la importancia de las conversaciones profundas para generar lazos de amistad, de la necesidad de cultivar la empatía para tener estas conversaciones profundas y de la oportunidad de servirse de la ficción para crecer en empatía.

De la teoría al “experimento”

Como parte de mi día lo dedico a ver películas, decidí hacer un pequeño experimento y preguntarme si las películas que había visto este año me habían ayudado a tener conversaciones profundas (lo de la empatía hay que juzgarlo desde fuera). Y elaboré una lista de 23 títulos estrenados este año sobre los que he hablado con amigos, familiares u otros críticos. Y comprobé –hago spoiler– que, efectivamente, al margen de la calidad de las películas, todas me habían servido para hablar del amor, de la vida, de la muerte, de política o de religión.

Por ejemplo, cuatro películas muy autoriales me habían impulsado a pensar y hablar sobre la importancia del arte y la cultura como reflejo de la vida. Con Los Fabelman, hablé con algunos del testamento fílmico de Spielberg, de la amargura de un director que vivió convencido de que su padre les había abandonado, para descubrir después que la historia era otra, y de cómo toda su filmografía se hallaba inyectada de una infinita nostalgia del padre. A raíz de Cerrar los ojos y El sol del futuro, departí con otros sobre el paso del tiempo, de cómo influye en los ideales y de la manera sana de afrontar los cambios. Recuerdo todavía la conversación con un crítico después de ver Los osos no existen, un título que demuestra la valentía de un director iraní bajo arresto domiciliario que se atreve a seguir haciendo cine, porque está absolutamente convencido de que te pueden quitar todo menos la libertad.

Si se trata de conversaciones profundas, las relacionadas con los sentimientos se llevan la palma. Gracias a Els Encantats y Una vida no tan simple hablamos de la crisis de los treinta, en clave masculina y femenina, de la conciliación, y del lío que puedes armarte cuando confundes la realidad con las expectativas que te vende una sociedad enferma de hedonismo. A raíz de Upon Entry, El castigo y The Quiet Girl, la conversación derivó precisamente al gran peligro de la insinceridad y la mentira en las relaciones personales… y a la constatación de que el silencio es una barrera que, a veces, solo se abre con el cariño. Después de ver la excelente Vidas pasadas es muy fácil plantear a tus interlocutores la misma pregunta que flota en la película: ¿qué harías si veinte años después, aparece el que fue tu primer amor y descubres que te sigue queriendo?

Más intensos todavía fueron los debates que mantuve después de ver La zona de interés y Almas en pena de Inisherin. Siendo dos películas radicalmente diferentes, me hablaron de la necesidad de no encerrarse, de mirar más allá del muro y de las consecuencias –morales, o mejor dicho, inmorales– que puede tener ese encerramiento. También del peligro de ver la vida desde un único ángulo y de pensar que tus pequeñas batallas tienen la importancia de una guerra.

Hablé de religión a raíz de In viaggio, un documental que explica los acentos del pontificado de Francisco. Y de Teresa, una magnífica biografía de la santa, rodada por una joven mujer cineasta que ha sabido leerla. Y de El exorcista del Papa. Aquí, una de las conversaciones sustantivas la tuve con un exorcista, en forma de entrevista.

¿Qué decir de Barbie? Con pocas películas he discutido tanto y tan acaloradamente. De feminismo, de la importancia de la individualidad y de la necesidad de conocer a un cineasta a la hora de criticar su obra. No llegué a las manos… pero casi.

Más tranquilas han sido las conversaciones sobre personajes o sucesos históricos después de ver Oppenheimer, La sociedad de la nieve, Saben aquell o Sound of Freedom.

Por último, de las conversaciones más profundas, de las que versan sobre el dolor, la enfermedad o la muerte, no voy a hablar, que una cosa es contarlo en un congreso y otra diferente ponerlo por escrito. Pero dejo los títulos: Living, La memoria infinita y Hay una puerta ahí. Y dejo también que las conclusiones de este experimento las saque cada uno.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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