El 8 de enero se cumplió el primer aniversario de la reforma educativa introducida por el gobierno de Bush en Estados Unidos. Aún es pronto para hacer balance, pero el aniversario sirvió para que la oposición volviera a intentar medir el éxito de las reformas según el dinero destinado a ponerlas en marcha, en lugar de por lo que mejoran los resultados de los alumnos, si es el caso. Una estrategia recurrente en casi todos los países, pero que no resiste grandes comparaciones: otros logran mejores resultados con mucho menos dinero.
La reforma consiste en aumentar los fondos federales (en 2002, 8.000 millones de dólares más que el curso anterior) para mejorar la enseñanza y reducir las desigualdades. De ahí el ostentoso nombre de la ley: «No Child Left Behind» («Que ningún niño se quede atrás»). Los colegios que no alcancen el nivel académico mínimo, tendrán más dinero y doce años para lograrlo. Pero si después de eso no lo consiguen, habrá relevo del profesorado, cambio de los planes de estudio, conversión en charter school, facilidades para que los alumnos cambien de colegio, etc. (ver servicio 179/01). Durante la celebración del aniversario de la reforma, Bush intentó evitar el primer golpe presumiendo de que los fondos federales destinados a la enseñanza pública en primaria y secundaria habían subido un 49% en los últimos dos años. En cambio, el senador demócrata Ted Kennedy declaró poco después que el presidente estaba dejando bajo mínimos a la enseñanza pública.
Un editorial del Wall Street Journal (9-I-2003) ha salido al paso de estas críticas diciendo que no hay que alejarse demasiado de la Casa Blanca para comprobar que el dinero no es tan decisivo en los resultados escolares. En efecto, los colegios públicos del Distrito de Columbia (DC) -los únicos que dependen del gobierno federal- gastan 10.836 dólares por alumno y sus profesores ocupan el octavo puesto entre los mejor pagados del país. Sin embargo, los resultados de los alumnos en matemáticas, lectura y ciencias son pésimos. Al contrario, los colegios católicos del mismo Estado gastan una media de 6.399 dólares por alumno (un 40% menos que los públicos) y los resultados son buenos. Todo un éxito si se tiene en cuenta que el 56% de sus alumnos -el 69% en primaria- son afroamericanos (el grupo con más fracaso escolar del país). El mejor colegio de la zona, el Gonzaga College High School, consigue sus buenos resultados con un gasto de entre 11.000 y 12.000 dólares por alumno, prácticamente lo mismo que gastan los colegios públicos.
Podría tratarse de una casualidad, pero en los Estados vecinos de Maryland y Virginia ocurre lo mismo. Tienen mejores resultados pero solo uno de los seis distritos de esos Estados gasta más que el DC. Además, los distritos de Fairfax, Prince Georges y Montgomery están en el segundo, tercero y cuarto puesto, respectivamente, de los 50 distritos del país donde mejores resultados consiguen los afroamericanos.
El editorial se centra en el DC para hacer comparaciones porque allí la enseñanza está en manos del gobierno federal. Por eso, en las últimas líneas, aconseja al presidente que no fomente las reformas federales: si el DC desarrolla la libertad de elección de centro y consigue mejorar los resultados, será un ejemplo para el resto del país.