La religión, un aliado para “rehumanizar” la escuela

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Carlos Esteban Garcés
Carlos Esteban Garcés

Que la escuela necesita un refuerzo humanístico, con más contenidos que afecten al ser de la persona y menos conocimientos puramente técnicos, es algo en lo que se ha generado un importante consenso dentro de la comunidad educativa, lo que no es muy usual. La asignatura de religión quiere ser “una pata más” en este gran proyecto.

Y puede serlo, sin renunciar a sus presupuestos doctrinales, siempre que los prejuicios ideológicos no lo entorpezcan. Su propuesta antropológica, anclada en la razón, implica también un modelo de bien común que puede resultar atractivo para creyentes y no creyentes.

Pocas personas en España han profundizado tanto en esto como Carlos Esteban Garcés (en la foto). Además de su labor docente, es autor de varios estudios sobre el tema. Recientemente ha publicado el informe más completo hasta la fecha sobre la percepción social de la asignatura de Religión, que ya comentamos en otro artículo. El panorama que dibuja es muy positivo: alumnos, antiguos alumnos, profesores y padres se muestran contentos con ella, y subrayan su utilidad pública más allá de las propias convicciones religiosas.

Ahora, el autor ha publicado un libro que aborda este mismo asunto, pero desde un punto de vista más pedagógico y menos jurídico o político. Se titula La clase de religión en salida. Partiendo explícitamente de las categorías teológicas del papa Francisco, pretende incorporar la perspectiva religiosa al gran debate sobre la renovación del paradigma educativo; una conversación en la que, como explica Garcés, existen claras “sinergias”. En parte, esto se debe a la existencia de un enemigo común: la deshumanización de la escuela.

— La primera pregunta es obligada: ¿Cómo hemos llegado a esta situación y de qué forma se puede fomentar ese “nuevo humanismo educativo” que usted propone?

— Las finalidades de la educación siempre han sido de humanización y personalización. Sin embargo, en las últimas décadas se han debilitado estos enfoques y se ha impuesto una orientación utilitarista y hasta economicista de los procesos educativos. Esto ha significado la decadencia de las humanidades y, como consecuencia, una mayor fragilidad del saber religioso. Pues bien, en este contexto sociocultural es muy necesario un nuevo tiempo humanista. A eso apuntan algunas iniciativas internacionales y en eso converge nuestra propuesta para la clase de Religión: fortalecer lo personal en los procesos educativos. En el libro propongo que una clase de Religión en salida puede ayudar a un nuevo humanismo, por ello la defino como un bien común.

“Se ha impuesto una orientación utilitarista y hasta economicista de los procesos educativos”

— En el libro afirma que la prioridad de la educación del futuro debe ser “enseñar a ser”, por encima de “enseñar a conocer”. ¿Qué papel puede tener la asignatura de religión en ello?

— La prioridad del ser sobre el hacer es una preocupación formulada hace 50 años por la UNESCO, en el informe de Edgar Faure, pero sigue sin ser una realidad. Nosotros, desde una antropología cristiana, defendemos desde hace siglos la centralidad de la persona. En este sentido, la clase de Religión que proponemos se centra en despertar la dignidad humana de todos y promocionarla en todas sus libertades y responsabilidades. El objetivo de la clase de Religión es que los estudiantes sean personas, auténticamente personas, no simple mano de obra o simple parte de un mecanismo social. Aspiramos a que cada alumno construya su identidad personal con los más altos valores y creencias que realizan plenamente lo humano y lo elevan hasta lo divino.

Aspiramos a que cada alumno construya su identidad personal con los más altos valores y creencias

— La propia iglesia católica ha ido modificando su forma de entender la presencia de la religión en la escuela a lo largo de los últimos 75 años. ¿En qué ha consistido esta evolución? ¿Es el actual concordato español la fórmula idónea?

— Desde los primeros siglos la Iglesia ha estado implicada en acompañar el desarrollo integral de las personas y los pueblos a través de la educación. No creo que estos principios, que emergen del Evangelio, hayan cambiado mucho, y hoy en día se siguen encarnando en obras y proyectos educadores. Sin embargo, los medios y las estructuras van transformándose e inculturándose en los diversos contextos. En esta evolución es donde la clase de Religión ha pasado, por ejemplo, de una asignatura obligatoria a una opción de las familias; de una catequesis, a un saber escolar sobre lo religioso y el mensaje cristiano; de una iniciación cristiana a un bien común de la formación integral.

Los Acuerdos Iglesia-Estado garantizan más los fines que los medios. Los fines serían la libertad religiosa y la libertad de enseñanza, derechos que cualquier democracia desarrollada debería proteger incluso si no existieran acuerdos explícitos en materia educativa. En cuanto a los medios, la formulación de los pactos entre Iglesia y Estado debe ser más flexible. Para mí, los Acuerdos en España son plenamente constitucionales y no están obsoletos, pues garantizan lo esencial y dan margen para concretar en cada momento distintas soluciones prácticas.

Si la dimensión religiosa es parte de la identidad humana, ¿no debería ser obligatoria la asignatura religión como parte de una educación humanística, tal y como ocurre en países como Finlandia? ¿Debería ser entonces una materia no confesional?

— Las democracias más avanzadas asumen que la formación religiosa forma parte de las finalidades propias de la escuela. De hecho, muchos de estos países, como los nórdicos o anglosajones, incorporan una formación sobre la religión sin depender de Acuerdos Iglesia-Estado. En nuestro contexto, creo, no hemos alcanzado esta madurez democrática. Por eso se hace más necesaria la referencia a los acuerdos o al derecho internacional.

En cualquier caso, los poderes públicos deben garantizar dos cuestiones claves. Por una parte, el acceso de todos a una educación integral que incluya la dimensión religiosa. Un Estado aconfesional como el nuestro está llamado a cooperar con las religiones presentes en la sociedad para articular esta garantía. Por otra parte, también se debe proteger la inalienable libertad de las familias para elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos, incluida la formación religiosa. Solo en las dictaduras decide el Estado por las personas o las familias. Así pues, los intereses privados y públicos deben armonizarse.

En un apartado del libro explica que en España y otros países mediterráneos la Teología no está presente en las universidades públicas, cosa que sí ocurre en el mundo anglosajón y el norte de Europa, y que esto afecta al rigor de la asignatura de religión en la escuela y a su consideración como materia educativa. ¿Por qué esa diferencia entre países?

— Esta situación real tiene una explicación histórica que sería complejo describirla aquí. Es verdad que muchos de los que están en contra de la religión en la escuela argumentan que no es un saber académico. Para responder a estas minorías nos ayudaría tener Facultades de Teología o de Ciencias Religiosas en las universidades públicas. Como no es el caso de España, acudimos a Harvard, Oxford o Cambridge, donde sí existen estas Facultades, para mostrar que, si el saber religioso no fuera una disciplina científica, no existirían estas Facultades en las mejores universidades del mundo.

Usted considera que la “ecología integral” y la fraternidad universal” de las que tanto habla el Papa deberían ser ejes en una renovada asignatura de Religión. ¿Cree que así se podrían abordar aspectos de estos debates que no “caben” en otro tipo de acercamientos?

— El Papa Francisco ha propuesto algunas expresiones que, al principio, parecían coloquiales, pero que se van conformando como categorías teológicas y, por tanto, antropológicas. En el libro propongo transformarlas en categorías pedagógicas. La propuesta que hago para la clase de Religión es abrir caminos a la vida y dialogar con estas categorías de la cultura del encuentro, la ecología integral, la casa común y la fraternidad universal. Con estas aportaciones, la clase de Religión crece en humanismo y contribuye así a una rehumanización de la escuela.

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