Variedad y elección, la receta de Blair para mejorar la enseñanza secundaria

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Fundaciones, iglesias y grupos empresariales podrán hacerse cargo de colegios financiados por el Estado

Como otros países, Inglaterra está descontenta con el bajo nivel de bastantes escuelas secundarias. Pero el modo de abordar el problema por parte del gobierno laborista no va a consistir en imponer unas fórmulas uniformes desde arriba. La «reforma crucial» de la enseñanza secundaria anunciada ahora por Tony Blair se basa en dar más libertad: variedad de escuelas, libertad de elección, autonomía escolar, más poder para los padres y apertura para que diversas instituciones (fundaciones, iglesias, el mundo de los negocios…) puedan hacerse cargo de colegios financiados por el Estado. Los planes han sido expuestos en un Libro Blanco, con el que se abre el debate.

La reforma se presenta como un plan de choque para sacudir el sistema y tratar de subir el nivel de las escuelas secundarias que obtienen los peores resultados. Muchas cosas se han intentado, pero sin éxito. Un reciente informe del Inspector de Escuelas asegura que una de cada cuatro no ofrece «nada mejor que la mediocridad». Y como gran parte de esas escuelas mediocres están en zonas urbanas deprimidas, el resultado es que se está privando a muchos jóvenes de las destrezas indispensables para su movilidad social.

Lo que propone Blair no es que el Estado intervenga más, sino que deje más espacio para las iniciativas de todos los que quieran colaborar en la enseñanza. El papel del gobierno en el futuro, ha dicho el primer ministro, es no intervenir «excepto para ayudar cuando se necesite su ayuda».

En el prólogo del Libro Blanco, Blair confiesa que ha aprendido de la experiencia de aquellos países que defienden la libre elección de escuela. Y los dos ejemplos que cita son los de Suecia y Florida, que han adoptado el «cheque escolar» para que los padres puedan emplearlo en escuelas públicas o privadas. Pero el Libro Blanco no ofrece esta fórmula a los padres ingleses.

Favorecer la variedad

La idea del gobierno sobre las escuelas secundarias ha sido favorecer la variedad. En los últimos años se ha alentado que las escuelas se especialicen en un sector particular (tecnología, idiomas, ciencias, informática, arte…), se ha permitido que funcionen bajo distintas fórmulas más o menos independientes, y se ha dejado que los padres elijan (Ver Aceprensa 107/02).

El Libro Blanco propone ir más lejos en esta línea. Sin anular el papel de las autoridades educativas locales (LEA), de las que depende la enseñanza, se va a reducir su poder decisorio.

Se potenciará la fórmula de las City Academies, colegios financiados por el Estado, de enseñanza gratuita, pero patrocinados por organizaciones benéficas, iglesias o empresas. El objetivo es que puedan hacerse cargo de colegios públicos fallidos, de modo que sean gestionados con autonomía por las entidades patrocinadoras, pero permaneciendo dentro del sector público. Este concepto de la gestión privada de una escuela pública podría provocar en otros países -como España- que el socialismo se rasgara las vestiduras, y también levanta ampollas en el laborismo más izquierdista. Pero Blair piensa que lo importante no es quién gestiona la enseñanza, sino que ésta sea buena.

Por tanto, está dispuesto a ampliar la gama de proveedores de educación. «Nadie podrá poner el veto, aduciendo que ya hay suficientes plazas en las escuelas públicas, a que grupos de familias creen nuevas escuelas o a que haya nuevos proveedores de educación», dice el Libro Blanco.

Más autonomía escolar

La variedad de la oferta aumentará también gracias a una creciente autonomía escolar. Mediante un simple voto de su consejo de gobierno, las escuelas podrán adoptar el estatuto de fundaciones, lo que implica mayor libertad en el presupuesto, el reclutamiento del profesorado y de los alumnos, en la confección del curriculum. También se permitirá que las escuelas se agrupen para gestionar y compartir sus recursos materiales y humanos, lo cual puede dar lugar también a alianzas entre escuelas públicas y privadas.

A su vez, los padres tendrán más poder para retirar su confianza a la dirección de un colegio, y para dar su opinión en materias como el curriculum, las comidas o los uniformes. Los sindicatos de profesores, que ven con desconfianza la reforma, piensan que «la idea de legiones de padres llamando a las puertas de las escuelas para tomar el control no responde a la realidad».

Con la idea de impulsar lo que funciona, el gobierno laborista no ve inconveniente en que los colegios de éxito se expandan, aunque esto lleve a que las escuelas que van peor cierren. Blair admite que en la educación, como en la sanidad, habrá un mercado en cierto sentido: «La familia y el paciente tendrán más libertad de elección. Pero solo en el sentido de la elección del consumidor; no será un mercado basado en el poder de compra privado. Pero será un mercado con reglas. La financiación de las escuelas será justa y equitativa».

Los criterios de admisión de alumnos serán también responsabilidad de las escuelas. Los críticos de la izquierda laborista ven aquí el riesgo de que las buenas escuelas seleccionen a los alumnos más aventajados y eviten a los más problemáticos, que a menudo proceden de las familias más pobres. De este modo las buenas escuelas quedarían copadas por la clase media. Pero esta es en gran parte ya la situación actual, y el gobierno piensa que la nivelación por lo bajo perjudica sobre todo a los alumnos estudiosos de familias pobres que no encuentran los medios para avanzar.

Adiós a la «enseñanza comprensiva»

Todas estas reformas van limando cada vez más los perfiles de la «enseñanza comprensiva» en la secundaria, introducida tiempo a atrás por los laboristas, que se basaba en ofrecer la misma enseñanza a una agrupación heterogénea de alumnos. Ahora se ve que en demasiados casos esta agrupación heterogénea no ha logrado ni atender debidamente a los alumnos más brillantes ni responder a las necesidades de quienes se han quedado rezagados. En los últimos tiempos se ha dado ya mayor facilidad para agrupar a los alumnos según su nivel, y el Libro Blanco va en la misma línea.

En el debate escolar provocado por el Libro Blanco, Tony Blair se va a encontrar con que la mayor oposición provendrá de sus propias filas (la izquierda laborista, los sindicatos de profesores de la enseñanza pública, las autoridades educativas locales), que son los partidarios del «statu quo»; y, en cambio, puede recibir el apoyo de los conservadores, que solo le reprochan que haya tardado tanto en dar este giro a la política educativa laborista.

Pero Blair ya tiene respuesta: «Parte de la izquierda dirá que estamos privatizando servicios públicos y concediendo demasiado a la clase media. Ambas críticas están equivocadas y son simplemente una versión de la vieja mentalidad de nivelar por lo bajo que nos mantuvo tanto tiempo en la oposición». Y, en este su último mandato, parece decidido a pisar a fondo el acelerador de la reforma educativa.

Ignacio Aréchaga

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