Familia en Occidente: ¿individuo contra institución?
Jennifer Roback Morse detecta una tendencia general en Occidente que consiste en interpretar el matrimonio «como una mera libre asociación de individuos» (Edit. George, Robert P, y Elshtain, Jean Bethke: «The meanig of Marriage», Spence Publishing Company, 2006). El problema, a su juicio, es que se erosiona la institución del matrimonio, que termina convertido en una «creación del Estado», frente a su concepción originaria como «una institución orgánica, prepolítica, que emerge simultáneamente con la sociedad». De ahí a fórmulas experimentales como el llamado «matrimonio homosexual» media sólo un paso. Lo decisivo es el concepto de que los cónyuges son libres de dar forma a su unión y de deshacerla cuando crean oportuno.
Un caso extremo es la ley española del «divorcio exprés», que, con el objetivo de «ampliar la libertad de los cónyuges», permite la ruptura sin que existan causas justificadas, tras un período de sólo tres meses y sin mediar la separación (ver Aceprensa 157/04). El Instituto de Política Familiar ha comparado esta reforma con el «repudio islámico», y considera que sus repercusiones culturales son devastadoras. Laura Velarde, presidenta de la Red Europea del IPF, está convencida de que «la consideración legal que se otorga al matrimonio influye decisivamente en la voluntad de los cónyuges de superar las dificultades que siempre van surgiendo».
Lo fácil, cuando el divorcio es libre, es tirar la toalla. Pero lo fácil no es siempre lo mejor. La anterior regulación del divorcio obligaba a esperar al menos un año, y durante ese tiempo -destaca Velarde- se salvaban un 20% de los matrimonios. O lo que es lo mismo: 15.000 familias por año. Hoy, en cambio, «romper un matrimonio en España es más sencillo que romper cualquier tipo de contrato» (ver Aceprensa 56/05).
Este tipo de reformas pierde de vista que el divorcio, cuando afecta a la propia familia, deja de ser un «progreso social» y se convierte en un fracaso personal. Una encuesta de Norval D. Glenn, de la Universidad de Texas, reveló que dos tercios de los divorciados responden afirmativamente a las preguntas: «¿Le hubiera gustado esforzarse más para salvar su matrimonio?»; «¿Le hubiera gustado que su ex cónyuge hubiera puesto más empeño en salvar el matrimonio?»
Los cónyuges tienen la voluntad de durar. Pero algo se interpone que da al traste con la relación, casi siempre un pequeño problema que termina convirtiéndose en una gran bola de nieve. El fenómeno ha sido muy estudiado (ver Aceprensa 92/04), y se han buscado todo tipo de correlaciones: edad, estudios, raza, religiosidad, historia familiar, la incapacidad de afrontar la frustración…
No es un mal necesario
La Coalición por el Matrimonio, la Familia y la Educación de las Parejas, una iniciativa surgida en Estados Unidos de consejeros matrimoniales laicos y religiosos y de profesionales de varias disciplinas académicas, cree que la cosa no es tan complicada. Su premisa es que las parejas que se divorcian no han atravesado por más dificultades que las que han permanecido casadas; simplemente, han sabido gestionar peor las situaciones de crisis.
En un artículo muy divulgado, «Una visión optimista del futuro del matrimonio», Diane Sollee, fundadora y directora de la Coalición, sostiene que la primera defensa del matrimonio pasa por superar el ambiente de pesimismo actual. «Del mismo modo que lo consideramos un fracaso -dice-, nos hemos convencido de que el divorcio es inevitable, uno de los males necesarios de la vida».
Todos los estudios aseguran que lo que más valoramos en la vida es un matrimonio y una familia felices, y en los últimos años la valoración no disminuye, sino que crece. La explicación que dan los científicos sociales a la ruptura familiar apunta a una disminución en la capacidad de sacrificio, del sentido del deber; a un aumento del narcisismo… Pero esto no termina de convencer a Sollee: «El 85% de los americanos se casan, a pesar de las inseguridades. Tienen hijos, aun sabiendo que las predicciones dicen que el hogar tendrá menos poder económico que el de sus padres. Adoptan niños discapacitados y traumatizados de países del tercer mundo». ¿No es eso sacrificio? Sollee pone también ejemplos de célebres divorciados que se han destacado por sus servicios a la comunidad. Esto la lleva a dudar de «que el divorcio tenga mucho que ver con el carácter, o con la falta de él. Creo que es algo más simple: un conocimiento insuficiente sobre qué hace que el matrimonio funcione o fracase. Estoy convencida de que, si las personas supieran cómo hacer funcionar sus matrimonios, mantendrían sus compromisos».
Otra interpretación que rechaza es la que vincula el divorcio a la incorporación de la mujer al trabajo fuera de casa. Está claro que «esto lo facilita», pero no lo explica. «Las mujeres no se divorcian por el hecho de que puedan divorciarse».
Herramientas muy simples
Sollee y la Coalición creen que la mejor manera de preservar el matrimonio es aprender una serie de herramientas muy simples, que no todos han tenido la suerte de poder aprender en la infancia con el ejemplo de sus padres. Los estudios demuestran que los consejeros matrimoniales funcionan, aunque, a tenor de los datos, sólo salvan uno de cada cinco matrimonios, transcurridos dos años desde la primera visita.
Por el contrario, según la Universidad de Denver, sólo un 2% de los matrimonios que asistieron a un programa de prevención y afianzamiento de la relación terminó en divorcio después de los tres años, lo cual demuestra, para Sollee, que el enfoque de los consejeros especialistas no es siempre el adecuado. Abordan el asunto como una patología más y a menudo se limitan a facilitar los medios para que la ruptura sea lo menos traumática posible, sobre todo cuando hay hijos de por medio. Las leyes de mediación familiar de varias comunidades autónomas españolas se basan precisamente en este modelo, que surgió en Estados Unidos en la segunda mitad de los años setenta. De manera muy expresiva, la Ley de Mediación familiar de Cataluña reconoce en su Preámbulo que «si inicialmente la mediación se dirigía principalmente a la reconciliación de la pareja, actualmente se orienta más hacia el logro de los acuerdos necesarios para la regulación de la ruptura».
Sollee apuesta en cambio por la prevención. El «pragmatismo yanqui» aparece sin complejos en sus recomendaciones. Lo primero es mantener la calma: «Las investigaciones demuestran que las disputas son normales», e incluso son predecibles, en un 94% de los casos, los temas de litigio: dinero, celos, falta de comunicación, trabajos domésticos…
Asumir que los conflictos son inevitables es el primer requisito para evitar mayores disgustos. Eso permitirá a la pareja estar preparada cuando lleguen los problemas. Y tampoco está de más aplicar una serie de consejos. Por ejemplo, está demostrado que el varón ha interiorizado que «los juegos tienen reglas». Ante un conflicto, necesita actuar… O huir. La mujer debe entender eso, y aceptar la necesidad de fijar determinadas normas de discusión. Y el hombre debe tener el valor de dar la cara y de asumir las críticas con «deportividad». Por ejemplo, la esposa puede resignarse a irse a la cama enfadada sin haber resuelto un problema, pero con la seguridad de que lo hablará al día siguiente con su marido después de que los niños se hayan acostado.
También es importante «dejarse influir por el otro», lo cual siempre es más difícil para el hombre en el matrimonio, aunque la situación se invierte con los amigos, ya que aquí es el varón el más fácilmente influible. Pero la solución es simple: aprender a escuchar y a valorar las opiniones y los consejos del otro, a percibir los valores presentes en el esposo. En otras palabras: hablar, buscar siempre un tiempo para la pareja, dejarse seducir una y otra vez, aprender a valorar lo que uno tiene, no olvidar nunca todo lo bueno que hay en el otro ni lo que se ha construido entre los dos…
Prevención barata
Las técnicas sorprenden por su simplicidad, aunque no por ello carecen de una sólida fundamentación empírica.
Por eso, dice Sollee, es inexcusable que las autoridades no apoyen estas medidas de prevención. Su coste es muy bajo. Pueden impartirse los cursos en cualquier parroquia o salón municipal, y no es preciso que los instructores sean personas con una formación fuera de lo corriente.
No muy diferentes son algunas de las recomendaciones que acaba de hacer en Europa el Instituto de Política Familiar. Además de presupuestos, hacen falta «políticas que promocionen a la familia como institución» -por ejemplo, a través de las televisiones públicas-, que faciliten la conciliación laboral y que ayuden a «superar las crisis familiares».
Pero el IPF es consciente de que la realidad se aleja a veces demasiado de ese modelo. Por eso insiste en que, a falta de ayudas, no haya al menos ataques contra la familia. El argumento de la «libertad», que pretende justificar el divorcio, puede abordarse desde otras perspectivas. Dice Velarde: «Debemos poder elegir la educación que queremos para nuestros hijos, y debemos poder decidir si, en un momento dado, lo mejor es que uno de los cónyuges se quede en casa al cuidado de los hijos, sin que eso signifique después una penalización fiscal». Como pone de relieve un reciente estudio del Instituto sobre el IRPF, el sistema fiscal español olvida que el matrimonio es más que la suma de dos personas. Y éste es sólo un ejemplo de entre tantos.
Ricardo Benjumea