Tito, Julián y los discretos héroes de nuestros portales

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Tito, Julián y los discretos héroes de nuestros portales

Tito es rumano y ortodoxo y es el portero del edificio de mi madre. Estas Navidades Tito puso un nacimiento en el portal, con unas figuras que había pintado él y una bandera de España, supongo que en señal de agradecimiento por vivir y trabajar en nuestro país. Un vecino, ofendido, pero quizás poco tolerante, aprovechó la noche para rasgar la bandera. Tito la retiró. Unos días después, un borracho se llevó las figuritas. Y Tito pasó esa noche pintando unas nuevas. No iba a dejar a los vecinos sin su belén.

La verdad es que, cuando me lo contaron, me conmovió el gesto. Y la poca delicadeza del vecino. Porque, para muchos que ya no vivimos en ese edificio, Tito, como antes Suceso y mucho antes Juan, es un poco nuestro ángel de la guarda. El que, en la distancia, y siempre dispuesto, cuida de nuestros padres, algunos ya mayores, algunos que viven solos. Quise escribir algo sobre Tito en ese momento y me lo quité de la cabeza porque no están las columnas de opinión para escribir sobre nuestros porteros. Por mucho cariño y agradecimiento que les tengamos.

Pero, desgraciadamente, la actualidad me ha quitado la razón. Porque llevo tres días viendo en bucle las imágenes de otro portero: Julián. El hombre que, cuando las llamas empezaron a arrasar un edificio en Valencia, recorrió los pasillos golpeando las puertas ordenando a los vecinos que desalojaran. Y la gente habla –merecidamente– de heroísmo, de gesta y de las vidas que ha salvado. Pero yo no me quito de la cabeza a ese hombre de anorak rojo y gesto impasible que, en el fondo, lo único que repite –y ni siquiera con estas palabras– es que él hizo lo que tenía que hacer. Su trabajo. Cuidar a los vecinos. Lo mismo que, en el fondo, hacía cada mañana; recoger la basura y fregar las escaleras y ayudar al vecino anciano con el carro de la compra y a la vecina joven con el carrito del bebé. Veo los videos en bucle porque me fascina ese rictus serio. Ese darse poca importancia. Ese perfecto equilibrio -tan difícil- del que reconoce que su aportación ha sido clave y, al mismo tiempo, no se vanagloria de ello. Porque era su trabajo.

Que Julián era –y es– un buen portero lo reconocen ahora los vecinos, y todos los que hemos conocido su hazaña. Pero los héroes no se improvisan… ni los buenos porteros tampoco. Y estos días hemos leído que Julián conocía a todos sus vecinos. Sabía sus nombres. Y probablemente sus edades. Con quien vivían. Si estaban sanos o enfermos. Cosas que conoce un buen portero. Y un buen hombre, porque ese conocimiento, en una sociedad tan individualista y tan encerrada en el propio yo, me maravilla. Y me intriga pensar qué hubiera hecho en ese momento un portero automático. Un ChatGPT…

Una tragedia como la de Valencia puede sacar lo mejor y lo peor de uno mismo. Afortunadamente, suele pesar más lo bueno y lo hemos visto estos días en bomberos que arriesgaron la vida, vecinos que sacaron a los más débiles de sus pisos o valencianos que ofrecieron sus casas a los que lo habían perdido todo. Se supone que todos llevamos un héroe dentro. Pero, mientras miro por enésima vez los videos de Julián, su rictus serio, pienso que es más fácil que salga este héroe en los momentos difíciles, si cultivamos, a diario, el buen profesional, padre, madre, hijo, hermana o vecino que también todos podemos llevar dentro.

Las grandes gestas tienen, muchas veces, un pasado de pequeños gestos. Y los héroes -lo sabemos- no llevan capa. Simplemente bajan la basura, se aprenden el nombre de los vecinos, ponen un belén en Navidad… y se olvidan de su seguridad para defender a los inquilinos.

Y, muchas veces, ni les hemos dado los buenos días porque íbamos escuchando música. O se nos ha olvidado darles las gracias por hacernos la vida más sencilla.

Y para eso, para darles las gracias a quienes a veces se las hemos negado, sí están las columnas de opinión de un medio. O al menos de este…

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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