Crisis y utopía en Davos y Porto Alegre

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Es una auténtica paradoja: a pesar de la amplitud de la crisis económica mundial, no se han fortalecido los partidos socialdemócratas ni los movimientos sociales anticapitalistas. De éstos, el principal exponente es, desde hace diez años, el Foro Social Mundial, que nació en Brasil como réplica al Foro Económico de Davos. Los dos se celebran a finales de enero. A pesar de la presencia del presidente Luiz Inacio Lula da Silva en una de las primeras sesiones, el Foro Social apenas suscita atención esta vez en la prensa europea, a diferencia de lo que sucede con el de Davos.

Inicialmente Porto Alegre representaba la esencia de la antiglobalización. Su primera edición tuvo lugar un año después del origen del movimiento, en Seattle (EEUU), noviembre de 1999, donde se produjeron violentas manifestaciones contra la mundialización, con ocasión de una conferencia de la Organización mundial del comercio. Trasladó luego el acento hacia la idea menos negativa de la “altermundialización”: otro mundo era posible, más justo, más pacífico, más solidario, más respetuoso del medio ambiente.

Pero, a lo largo de sucesivas presencias a la contra en eventos internacionales, se fue abriendo paso la idea de que no bastaba ser antisistema, menos aún con violencia, para transformar el mundo. De hecho, en 2010, el Foro tiene dos ediciones: una más clásica en Porto Alegre, protagonizada por los movimientos sociales antipartidos; otra, más breve, en Salvador de Bahía, a la que asistirán formaciones políticas, comenzando por el Partido de los Trabajadores (PT), hoy en el Gobierno brasileño.

Su gran debate en estos momentos es la actitud ante los partidos y la política clásica. Pues, dentro del utopismo de base del Foro, y también con la experiencia de la participación de sus militantes a través de Internet, una amplía mayoría se inclina hacia la democracia directa. Su desconfianza en las instituciones es masiva, si se exceptúa un 44% que acepta a la ONU. Es lógico en parte, por su nivel cultural alto: el 81% son universitarios; así como por su creciente juventud: el 64% tiene menos de 34 años, y el 34% menos de 24.

Esa inmediata participación ciudadana contrasta con la tendencia al intervencionismo estatal -la “mano visible” del poder- que propugnan muchos como recurso para superar la crisis económica. A la vez, intenta reflejar la evolución de las inquietudes del Foro. A los antiguos objetivos contra la injusticia, las desigualdades en los mercados o la condonación de la deuda de los países del tercer mundo, se han añadido nuevas metas, como el cambio climático, la salvaguardia de los recursos naturales, el acceso a la energía, la seguridad de los alimentos, la protección de los pueblos autóctonos.

Por un mayor control de los mercados financieros

Pero el sistema -instituciones públicas, mercados- parece seguir gozando de un buen metabolismo, capaz de incorporar ideas y enfoques, que no afectan a lo sustancial, según el principio consagrado por el Príncipe de Lampedusa. Así se deduce, en cierto modo, de la fuerte crítica al capitalismo protagonizada por Nicolas Sarkozy en Davos, a pocas horas de distancia de que Barack Obama proclamase también ante el Congreso de EEUU la necesidad de reformas financieras. Vienen a coincidir en la necesidad de un mayor control estatal de esa especialísima mercancía que opera en los mercados globales: los productos financieros, origen para muchos de la grave crisis económica actual.

Da la impresión de que algunos ponentes de Davos plagian a Porto Alegre en sus duras críticas a Wall Street, a los fondos de inversión especulativos, o a los grupos de presión bancarios, que frenarían toda voluntad de reforma. Y esas frases tan fuertes no proceden de antisistemas, ni de líderes socialdemócratas, sino de expertos universitarios, o de representantes de partidos conservadores que parecen cada vez más populistas.

Así, Sarkozy ha reclamado una especie de “nuevo Bretton Woods”, los acuerdos económicos firmados en 1944 en Estados Unidos, que crearon el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Se trataba de evitar los desequilibrios monetarios, a los que se hacía responsables de las grandes recesiones. Sin renunciar a esa armonía, sería preciso ahora reconducir la libertad de que gozan de hecho los mercados financieros.

Pero no parece fácil pasar a la acción, ni desde Porto Alegre ni desde Davos. En parte, porque el sector financiero no renuncia a su evidente reduccionismo antropológico y empresarial, que pone la codicia en el centro del sistema. Desde ese planteamiento, no resulta fácil recuperar otros valores esenciales para el funcionamiento de la economía, como la confianza, la responsabilidad o la cohesión social solidaria. Parece aún utópica la gran propuesta de Sarkozy: poner el capitalismo al servicio del hombre, “la gran cuestión del siglo XXI”.

Se explica la ironía de Lula en Porto Alegre, que al fin no pudo acudir a Davos -ya fue invitado en 2003-, donde debía recibir el premio “hombre de Estado mundial”: “Tengo conciencia de que Davos carece del glamour de 2003. El sistema financiero no puede pasar por ejemplar, porque acaba de provocar, por su irresponsabilidad, la crisis más grave de los últimos años”.

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