¿Es posible una secesión democrática?

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A la vista de la experiencia en Quebec, donde ha habido dos intentos fallidos de separarse de Canadá, cabe preguntarse cómo podría darse una secesión pacífica y democrática de un territorio. ¿Basta la voluntad de los que quieren independizarse o hay que oír también al resto del país? Como no puede haber unanimidad, ¿qué mayoría sería suficiente? ¿Cómo se asegurarían los derechos de los que no quisieran separarse? Sobre esto reflexiona Stéphane Dion, quebequés y francófono, ministro canadiense de Relaciones Intergubernamentales, en una entrevista para El País (Madrid, 25 noviembre 2003).

Dion se refiere a la Ley de Claridad, aprobada en Canadá tras el segundo referéndum sobre la independencia de Quebec (1995). Esa norma, adoptada tras una consulta del gobierno canadiense al Tribunal Supremo, define las condiciones en que podría plantearse una secesión. Según la Ley de Claridad, explica Dion, «ninguna provincia puede separarse a menos que se demuestre que esa es la voluntad manifiesta de la población de la provincia. Y la única manera de constatar esa supuesta voluntad secesionista es a través de una pregunta muy clara. No nos vale eso del soberanismo asociado, de nos separamos para luego unirnos. No se puede estar a medias dentro de un país: o se está dentro o se está fuera».

La respuesta también ha de ser muy clara. Para Dion, no basta la mitad más uno de los votos, porque la decisión de independizarse es «extremadamente grave y probablemente irreversible». «Una decisión tan trascendental exige un consenso muy serio y no una mayoría ocasional que puede cambiar según sople el viento de la política o de la economía».

Con esas garantías no se pretende prejuzgar la cuestión política: si la secesión está bien o mal. Se trata de aclarar una cuestión jurídica, la que el gobierno planteó al Tribunal Supremo: si un territorio se puede escindir por la simple voluntad de un gobierno provincial independentista. «Lo que nos respondió el Tribunal Supremo fue que ni el derecho internacional ni el derecho canadiense avalaban esa pretensión porque Quebec no es obviamente una colonia. También nos dijo que, de todas formas, el gobierno de Canadá no debería retener contra su voluntad a una parte de la población y que si se acredita una voluntad clara de separación, todos los integrantes de la federación canadiense tendrían que entrar a negociar la forma más justa para todos de llevar a cabo la separación».

Es preciso negociar, añade Dion, porque la escisión afecta a todo el país, no solo a los que se separan. Así, habría que acordar el reparto del activo y el pasivo, el trazado de las fronteras… y también la forma de asegurar los derechos de la minoría no independentista. Pues, señala Dion, «el principio de que no se puede retener a nadie contra su voluntad tiene que aplicarse en todas las direcciones. Los secesionistas declaran la divisibilidad de Canadá, al tiempo que proclaman la indivisibilidad de su futuro Estado. Es una contradicción inherente a todos los secesionismos. Ellos tienen que saber que si entramos a negociar la escisión, tendrán que contar con la posibilidad de que una parte de su territorio opte por quedarse en Canadá. Hay que evitar las dos varas de medir».

Si esas son las condiciones, parece que la secesión de forma pacífica y democrática es imposible en la práctica, aunque se admita en teoría. Dion opina que es difícil conciliar secesionismo y democracia porque la democracia no es exclusivista, no permite «relativizar la solidaridad en función de la lengua, la religión o la pertenencia territorial». En cambio, «la secesión obliga a elegir entre tus conciudadanos, a optar entre los que consideras los tuyos y los que quieres transformar en extranjeros. Nadie tiene vocación de extranjero en una democracia. Y por eso no ha habido secesiones en las democracias bien asentadas. Eso únicamente se ha producido en los contextos coloniales o en la transición a la democracia de un régimen totalitario».

Todo eso, precisa luego Dion, no va contra el nacionalismo, que no es la misma cosa que el separatismo, dice. «Los quebequeses francófonos somos todos nacionalistas en el sentido de que queremos conservar nuestra lengua y nuestra cultura; pero mantener esa solidaridad entre nosotros no es incompatible, en absoluto, con mantener la solidaridad con los otros canadienses. (…) Lo que yo combato es el secesionismo, sin perder de vista que hay, efectivamente, nacionalismos muy peligrosos».

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