El pasado 25 de marzo, la ONU celebró por primera vez el Día Internacional dedicado al recuerdo a las víctimas de la esclavitud, con una colorida ceremonia que contó con artistas africanos y caribeños. El secretario general Ban Ki-moon dijo que la esclavitud sigue siendo una tragedia mundial que se cobró millones de víctimas durante cuatro siglos y dejó una terrible herencia. Pero también dijo que en la actualidad continúa deshumanizando y oprimiendo a pueblos alrededor del mundo. Según datos de la Organización Internacional del Trabajo, 12,3 millones de personas padecen alguna forma de esclavitud hoy en día.
Impresionan los datos económicos que se manejan, muy distintos entre una y otra institución, pero en todo caso millonarios. Según las cifras de Naciones Unidas, el tráfico humano se ha convertido en un negocio valorado ya en 32.000 millones de dólares.
Los crecientes movimientos migratorios, la globalización de la economía y de las relaciones, el progresivo debilitamiento de las culturas autóctonas, el deterioro moral en el ámbito de la sexualidad y el menosprecio a la dignidad de la persona en algunas culturas son algunas de las causas de que la esclavitud siga existiendo.
El éxodo multitudinario de personas que buscan viajar desde las penurias de los países en desarrollo a una vida mejor en los países ricos, es aprovechado por mafias internacionales para lucrarse con un negocio que tiene además perspectivas de perpetuarse. Apañando las cosas con funcionarios locales corruptos en las fronteras de destino, estas mafias consiguen o falsifican la documentación necesaria para entrar en el país, a cambio de importantes sumas de dinero. La Interpol considera que el precio de un pasaporte falso oscila entre 1.900 dólares en la República Centroafricana y 4.000 en Costa de Marfil.
La organización policial apunta hacia personas de nacionalidad nigeriana, como las más implicadas en el fraudulento negocio. Así, es claro que quien desembarca en una escondida playa a bordo de una mísera patera, viene con lo puesto porque ha gastado todo lo que tenía -y también lo que no tenía- en costear el periplo. Y de este modo, en el país de destino tendrá aún que saldar deudas pendientes con las mafias que le han llevado hasta allí, trabajando en condiciones precarias e incluso vejatorias. Muchas veces aquí está el origen de la esclavitud laboral y sexual.
Niños esclavos
Especialmente preocupante es la situación de los niños. El informe de 2007 de la la ONG Save the Children aseguraba que en el mundo trabajan 218 millones de niños de 5 a 17 años, de ellos 126 millones en trabajos “muy peligrosos” y 8,5 millones en condiciones “denigrantes” consideradas de “esclavitud”.
El tráfico de niños se debe a muchas razones: explotación sexual (prostitución, pornografía o matrimonios forzosos), adopción ilegal, utilización de niños para pedir limosna, para cometer delitos menores, para realizar trabajos forzosos en condición de esclavitud e incluso para la extirpación de órganos. La trata se ha convertido -según Save the Children- en el tercer negocio criminal del mundo, después de el tráfico de drogas y el tráfico de armas, y mueve al año 23.500 millones de euros.
El caso africano
En el continente africano, la mayor preocupación es el trabajo infantil, como destaca un reportaje publicado en la revista Mundo Negro (abril 2008). En el África subsahariana, el 37% de los niños y el 34% de las niñas de 5 a 14 años realizan algún trabajo. En el África occidental y en Sudán, entre 200.000 y 800.000 niños son víctimas del tráfico clandestino y son llevados a trabajar en condiciones penosas en plantaciones o empleados como sirvientes, o incluso destinados a la prostitución.
Entre las causas, la principal el la extrema pobreza de los padres, que no dudan en “alquilar” a sus hijos a quien les ofrezca un salario, por escaso que parezca. Un ejemplo: a principios de febrero el Malawi News afirmaba que, en este país, supuestos representantes de empresas ofrecían dinero a los padres para que les dejasen llevar sus hijas a Sudáfrica o a países europeos para trabajar y estudiar. En Holanda eran adquiridas por un nigeriano por 10.000 dólares, el cual a su vez, exigía 40.000 a las muchachas para su liberación, teniendo que prostituirse para conseguir el dinero. La tradición Kupimbira que existe al norte del país, y que permite a un acreedor quedarse con la hija de un deudor que no ha satisfecho su deuda, fomenta este tráfico.