Cada poco tiempo una trifulca en redes sociales consigue centrar la conversación de un país y que no se hable de otra cosa. En España, en las dos últimas semanas, se ha celebrado una campaña electoral, se ha aprobado una reforma laboral por un solo –y misterioso– voto y se ha nominado a cuatro españoles a los Oscar. De todo esto se ha hablado. Y mucho. Pero el gran tema que ha aglutinado al país en una gran mesa de camilla desde donde tirarse los trastos no ha sido ninguno de estos.
Ha sido algo mucho más liviano. Ha sido Eurovisión. O mejor dicho, el Benidorm Fest, el concurso que serviría para elegir al candidato a Eurovisión. Este certamen musical se ha convertido en un gran debate donde se ha hablado de feminismo, nacionalismo, ideología de género, arte, capitalismo, salud mental y democracia. Y, sí, también de tongo, pero esa es una polémica reincidente.
Lo que resulta más novedoso es el debate alrededor de las propuestas musicales, las coreografías o las letras de las canciones. Un debate que, en el fondo, revela que la llamada batalla cultural no se libra solo en los parlamentos, en los medios de comunicación o en las universidades, sino también en los escenarios, los platós de televisión y, por supuesto, en las redes. Es, en el fondo, una batalla cultural popular que luego utilizan los partidos políticos, los medios y los académicos para arrimar el ascua a su particular sardina.
Primera batalla: Unidos –o separados– por la lengua
El primer debate cultural que suscitó el Benidorm Fest fue alrededor del nacionalismo y las protagonistas fueron las Tanxugueiras: tres jóvenes pandereteiras gallegas. Las pandereteiras son grupos musicales femeninos que interpretan melodías populares basadas casi exclusivamente en la percusión, en concreto, en las panderetas. Las Tanxugueiras aspiraban a representar a España con Terra, una pegadiza canción que mezclaba el folclore celta y el tecno, con una letra en gallego muy sencilla que reivindicaba la fiesta, la alegría, las tradiciones y a las madres (la cultura gallega es eminentemente matriarcal).
Políticos de uno y otro signo han aprovechado los temas musicales para arrimar el ascua a su sardina ideológica
Rápidamente se le encontró una vertiente ideológica al tema y a su supuesta defensa del nacionalismo. Aunque la interpretación quizás fuera un poco forzada, porque el estribillo repite machaconamente “no hay fronteras” y el grupo había añadido frases en catalán, euskera, asturiano y castellano. Además, el trío no dudó en afirmar que precisamente entendían su defensa de las lenguas cooficiales como un modo de unir al país: “Las lenguas están para unir, no para separar, que ya hay suficientes cosas en España para desunirnos”.
En cualquier caso, y quizás precisamente por esa voluntad de unir, las Tanxugueiras se convirtieron en las favoritas del público. Por otra parte, políticos gallegos como la vicepresidenta del gobierno, Yolanda Díaz o el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Feijoo, y otros políticos nacionalistas como Mónica Oltra no tardaron en posicionarse de manera clara a favor del trío gallego.
Segundo “round”: el caldo, el ganchillo y el reivindicativo feminismo de nuestras abuelas
Una vez sentadas posiciones en el tablero musical y político, saltó el segundo debate (mucho más jugoso). Paula Ribó es el nombre real de Rigoberta Bandini, una cantante catalana bastante inclasificable. Con apenas siete temas, Bandini ha mezclado lo inmezclable –en lenguas, temas y tono– con un sentido del ritmo envidiable. Ha versionado a Mocedades, homenajeado a Julio Iglesias, ha pedido a Jesucristo que baje para enseñarle a rezar, se ha carcajeado del insulto “perra” y ha vinculado el exceso de drogas a la falta de espiritualidad. Casi nada. En el confinamiento se hizo famosa con In Spain we call it Soledad, un tema musical inspirado en algunos memes sobre traducciones del inglés al español.
Bandini aspiraba a representar a España en Eurovisión con Ay mamá, un himno feminista que reivindica la maternidad con todo lo que conlleva de biológico –desde la menstruación al parto pasando por la lactancia– y con lo que conlleva también de cultural, psicológico o social: los cuidados, el caldo en la nevera o el tapete de ganchillo como outfit festivalero.
Al margen de la puesta en escena, que puede gustar más o menos, con sus bailes tribales y una enorme teta a modo de lámpara, la canción es un temazo desde el punto de vista musical y un homenaje de agradecimiento en mayúsculas a una maternidad muy real, nada idealizada, y que se presenta como el origen de todo. Se entiende que algunos representantes del colectivo trans se revolvieran en sus asientos –y en sus redes– con la melodía de marras. Algunos fueron aún más lejos y llegaron a tachar la canción de tránsfoba.
Curiosamente, quien salió a defender y promocionar la canción de Bandini no fueron las asociaciones de familias numerosas (que hubiera sido lo suyo), sino Irene Montero, la ministra de Igualdad, firmísima defensora del aborto y promotora en España de la ley trans, que arrimó el ascua a su causa utilizando en un mitin la frase más reivindicativa del tema (“No sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas”), que se refiere a la censura de los pezones en las redes sociales, pero que la ministra aprovechó para hablar de los derechos de las mujeres y de otros temas colindantes.
La polémica alrededor del Benidorm Fest es un ejemplo de cómo el entretenimiento puede entrar de lleno en la batalla cultural
A partir de ese momento, varios políticos nacionales –desde Pablo Casado a Santiago Abascal– se echaron al fango para hablar de las mamas, de las madres y de feminismos incluyentes o no. No deja de ser curioso montar una trifulca por una canción que en una de sus estrofas habla precisamente de la capacidad que tienen las madres de parar tantas guerras (porque anda que no tienen experiencia en peleas fratricidas las madres…).
Mientras los políticos debatían, algunos periodistas –con acierto– vinculaban la canción a una corriente que va tomando fuerza en España: la reivindicación, desde postulados progresistas, de valores tan tradicionales como la maternidad, la familia o los cuidados. Con otras palabras, la nostalgia de esos tiempos donde las madres o las abuelas tenían siempre caldo en la nevera. Una corriente, en definitiva, que pone contra las cuerdas la tan traída y llevada superioridad moral de la izquierda y que ha desconectado de una izquierda identitaria que, al volcarse en las minorías, ha dejado huérfana a la mayoría de la sociedad. Probablemente Bandini, aunque más de una vez ha manifestado su cercanía a una visión espiritual y amable de la vida, nunca había pretendido llegar tan lejos con su canción… pero eso es lo que tiene la cultura popular, que siempre es susceptible de ser analizada y convenientemente adaptada a unos y otros pensamientos.
Y mientras unos periodistas debatían si Rigoberta era o no “neorrancia” (que es como despectivamente ha empezado a llamar la izquierda a sus todavía compañeros de trinchera), otros tiraban de Wikipedia para explicar al público otra de las referencias de la –escasa– letra de la canción: el cuadro de Delacroix. Que sí, que la Libertad guía al pueblo a pecho descubierto (entre otras cosas, para representar que la Libertad alimenta la revolución de ese pueblo), pero leer el cuadro en clave feminista se las trae –como señalaban algunos expertos–, porque la única mujer que aparece en la pintura no es una mujer: es una alegoría. El resto es un pueblo exclusivamente masculino. Así que muy feminista no es el mural.
Tercera y definitiva embestida: democracia, cosificación, linchamiento y salud mental
Y cuando media España discutía con la otra media por el feminismo, las lenguas, lo rural y lo urbano llegó el fallo del Jurado profesional. Que ni para unos ni para otros. Ni la pandereta ni el ganchillo. Decidieron que a Eurovisión iba Chanel, una cantante curtida en musicales, magnífica bailarina, que presentaba SloMo, un reguetón discotequero con una letra en spanglish de un machismo sonrojante. Y entonces sí que las redes, los políticos y opinadores varios se volvieron locos. Además de por volver a poner en el centro a la mujer objeto (muy del reguetón), se protestó por la falta de transparencia en las votaciones, por no haber tenido en cuenta las preferencias del público, se acusó de tongo por las relaciones empresariales de algún miembro del jurado con la ganadora y algunos partidos políticos llegaron a solicitar la comparecencia de la dirección de RTVE en el Congreso.
La presión fue tanta que la ganadora del Benidorm Fest tuvo que cerrar las redes “para no perder la salud mental” y el debate público giró entonces para defender a la artista, que tampoco tenía la culpa de haber ganado el concurso, para manifestar la sororidad entre Baldini, Tanxugeiras y Chanel, para hablar sobre el debate insano en las redes y para pedir que terminara el linchamiento. Que, al fin y al cabo, esto es solo un concurso de televisión. Un concurso que casi termina en contienda civil.
Es lo que tienen estas batallas culturales. Que al final terminan implicando no solo temas sino a personas y que, libradas en un campo de minas –como Twitter, Facebook o Instagram–, pueden acabar con muchas víctimas.