La polémica entrevista de Évole -No me llame Ternera- se estrena en Netflix

publicado
DURACIÓN LECTURA: 6min.
No me llame Ternera
Jordi Évole y Marius Sánchez, directores del documental (Foto de Jorge Fuembuena)

Actualizado el 15/12/2023

Polémica sobre polémica. Ayer, las portadas de los medios españoles se hacían eco del pacto para conseguir la alcaldía de Pamplona (Navarra) entre el Partido Socialista y EH Bildu, el partido de la izquierda nacionalista e independentista y considerado por muchos heredero de ETA. Y hoy se estrena en Netflix la entrevista de Jordi Évole a Josu Ternera, uno de los históricos dirigentes de la banda terrorista. El reportaje pudo verse por primera vez en el Festival de San Sebastián, el pasado mes de septiembre y así lo contamos entonces…

La polémica se tragó al cine y eso es lo que estamos viviendo en esta 71 edición del Festival de San Sebastián, en la que se está hablando más de Jordi Évole que del maestro Miyazaki, que venía a recoger su merecido premio Donosti.

Pero “el follonero” estrenaba en San Sebastián No me llame Ternera, una entrevista al que fue -durante décadas- uno de los jefes de ETA: José Antonio Urrutikoetxea, alias Josu Ternera. Y, como pasa con casi todo lo que toca Évole, llevábamos semanas con bronca de fondo y a golpe de titulares sobre el supuesto blanqueamiento de ETA y la moralidad o no de entrevistar a un prófugo con delitos de sangre a sus espaldas y, puestos a entrevistarlo, si no es mejor hacerle las preguntas cuando entre en la cárcel. El director del Festival, José Luis Rebordinos, defendía que dar la palabra no significa dar la razón y que, antes de juzgar una película -sea cual sea su género-, hay que verla. Y él, en esto, sí que tiene toda la razón.

Crueldad imblanqueable

Pues ya la hemos visto. Y, para no ir con rodeos, la entrevista no blanquea el terrorismo. Pero la intuición que tengo después de, no solo ver la película sino de asistir al coloquio posterior y escuchar a Évole en la rueda de prensa, es que No me llame Ternera no blanquea el terrorismo porque los astros se han confabulado para que sea imposible blanquearlo. Y estos astros son, en primer lugar, el propio Ternera, que en la entrevista insiste en justificarse una y otra vez con el discurso y el tono de un auténtico perturbado. No hay apenas rastro de arrepentimiento, no hay por supuesto petición de perdón. Habla con la boca pequeña de errores de cálculo, cuando la realidad son atentados brutales que acabaron con la vida de inocentes. A veces niños –que es lo que denomina errores–, otras veces policías o guardias civiles, de los que Ternera afirma, con un cinismo que aterra, que sabían a lo que se exponían con su trabajo.

Las palabras de Ternera muestran cómo el envenenamiento político puede convertir a los hombres en monstruos

La entrevista es sumamente tensa porque los dos –Évole y Ternera– lo están. Hay quien ha dicho que Évole no repregunta… y yo pienso que no hay necesidad. Cuando un entrevistado se enroca en la sinrazón, cuando sus argumentos rozan el ridículo y habla desde una realidad paralela y absolutamente ideologizada, no hay que repreguntar mucho. Simplemente constatar lo peligroso que puede ser el envenenamiento político, que convierte a los hombres en monstruos. Durante varios momentos de la entrevista pensé que las razones que esgrimían los nazis contra los judios serían similares a lo que estábamos escuchando en esa sala de cine. Hubo un momento en el que un espectador no pudo más y después de una de las peroratas de Ternera gritó desde su butaca: “eso que dice es puro fascismo”.

Un protagonista inesperado

El segundo astro que se confabuló es el, en mi opinión, gran protagonista de No me llame Ternera. Un protagonista con el que Évole no contaba cuando planeó el documental. Ternera confesó en la entrevista algo que no se sabía: su participación en el asesinato del alcalde de Galdakao, Víctor Legorburu, un crimen inimputable por ser anterior a la Amnistía del 76. Évole tiró del hilo y llegó a Francisco Ruiz, uno de los policías que resultó herido en el atentado. El documental abre y cierra con el brutal testimonio de este hombre sencillo al que, abatido ya y escondido entre dos coches, trataron de rematar con una ráfaga de seis disparos.

Ruiz cuenta en el documental cómo, sin ser muy practicante, le suplicó a la Virgen que le dejara con vida para sacar adelante a su mujer y a sus cuatro hijos pequeños. Francisco se salvó… pero tuvo que huir del País Vasco porque sus vecinos le repudiaron. Fue primero ETA quien le destrozó el cuerpo y, después, el radicalismo nacionalista le destrozó el alma. Tuvo que empezar desde cero en Valdepeñas, sin ningún tipo de ayudas, excepto la de Cáritas. Al final de la entrevista, Francisco resume lo que ha visto: no hay rastro de arrepentimiento, no ha pedido perdón. Y este hombre bueno subraya: “Si se arrepintiera, si me pidiera perdón quizás podríamos hablar e incluso nos daríamos la mano”. Al final del primer pase del documental en el Festival, el público aplaudió en pie a Francisco. Un aplauso que, aunque tarde, llegaba en forma de desagravio.

Évole: como mínimo, ingenuo

Hasta aquí los astros confabulados para el “antiblanqueamiento”. Pero tampoco hay que ser ingenuos: No me llame Ternera no es solo un documental… es un documental de Jordi Évole. Y ya se sabe que Évole va a llevar sus productos a su terreno y por donde le convenga a él. Ahí da igual que seas el director de un festival de cine, una víctima de ETA, un terrorista o el mismo Papa.

Con su actitud, Évole sirve en bandeja a sus críticos la tesis de que el documental blanquea a Ternera

Y aquí es donde empiezan los peros. El primero, la propuesta de llevar una entrevista periodística –que de cine tiene la cámara– a un festival de cine. Y llevarlo a San Sebastián, que es echar aguardiente en la herida, y añadir un disclaimer en los créditos hablando de las víctimas de los GAL (¿hacía falta?), y aplaudir en el coloquio la intervención de varias personas que, en cierto modo, equiparan los crímenes de ETA a los excesos policiales que se cometieron (y que hay que denunciar, pero quizás en otro marco). Pero, sobre todo, esa afirmación de que Ternera le había decepcionado “por poco conciliador”.

¿Qué esperaba Évole del sanguinario dirigente de una banda que ha causado centenares de muertes? ¿Del “militante” que durante horas de entrevista niega su poder dentro de ETA cuando ex integrantes de la organización han confesado que mandaba en todo? ¿De un terrorista que espera tranquilamente su extradición en San Juan de Luz y que tiene todavía causas pendientes con la Justicia española por las que la Fiscalía pide 2354 años de cárcel? Se supone que, con personajes como Ternera, uno viene decepcionado de casa. O quizás, en el mejor de los casos, esa declaración solo estuviera expresando el secreto deseo de Évole de ganar el Nobel de la Paz. En cualquier caso, es la actitud del periodista y sus declaraciones –y no la entrevista en sí– las que abonan la tesis del blanqueamiento y la equidistancia. Si lo hace por dinero –pura estrategia de marketing– o convicción ideológica se me escapa, la verdad.

Évole ha salido decepcionado de la entrevista, pero pienso que el público que vea el documental saldrá conmovido por el testimonio de Francisco Ruiz y preocupado de que las ideas que sostiene Ternera, a pesar de su irracionalidad, sigan calando hoy. En ese sentido hay que darle la razón a los que dicen –incluido Évole– que es importante que la historia se conozca. Porque el olvido, especialmente si se une a la propaganda política, también blanquea. Y mucho.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

3 Comentarios

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.