El sufragio universal sirve para cosas muy relevantes, pero no para proclamar verdades. Así lo explica Ignacio Sánchez Cámara, catedrático de Filosofía del Derecho, en dos artículos publicado en La Gaceta (Madrid, 30-06-2008 y 2-07-2008), a propósito de quienes niegan a la Iglesia católica la posibilidad de criticar leyes aprobadas por mayoría en el Parlamento español.
Sánchez Cámara cita a un destacado dirigente socialista que ha afirmado que la jerarquía católica española es incompatible con la democracia, ya que se declara “depositaria de verdades por encima de las coyunturales mayorías y del principio de la soberanía popular”.
Sánchez Cámara responde: “La verdad, ni la científica, ni la moral, ni la religiosa, dependen del sufragio universal. El poder político, tan inmoderado él, no tiene nada que ver con la verdad”. En apoyo de su tesis cita a un pensador de la Ilustración, Condorcet, quien “afirmaba que la escuela debe abstenerse de adoctrinar ideológicamente: ‘La libertad de esas opiniones -decía- será meramente ilusoria si la sociedad se apropia de las generaciones que nacen y les dicta lo que deben creer’. (…) Por eso es preciso preservar la capacidad crítica de los individuos y sustraerla del ámbito del poder político. ‘El objetivo de la formación -seguía diciendo Condorcet- no es conseguir que los hombres admiren una legislación ya hecha, sino hacerlos capaces de valorarla y de corregirla’.”
Al hablar de la separación entre el poder espiritual y el temporal, Sánchez Cámara advierte: “El sentido del laicismo es preservar la autonomía personal de la imposición de la autoridad eclesiástica. De la imposición, pero no del influjo de su ejemplaridad y autoridad. (…) Hoy, en las sociedades occidentales, resulta más urgente preservar la autonomía individual de los ataques del poder temporal que de los del espiritual”.
“Las leyes democráticas no proclaman ninguna verdad, ni siquiera moral o jurídica. No tienen nada que ver con la verdad. Son disposiciones de la autoridad política que deben ir orientadas al bien común. (…) Por eso, a pesar de las pretensiones del despistado dirigente socialista, no se opone a la democracia quien proclama verdades, presuntas o reales. David Hume, libre, según espero, de toda contaminación eclesiástica, escribió en 1742: ‘Aun cuando todo el género humano concluyera de forma definitiva que el Sol se mueve y que la Tierra está en reposo, no por esos razonamientos el Sol se movería un ápice de su lugar, y esas conclusiones seguirían siendo falsas y erróneas para siempre’. La verdad no depende del sufragio universal. Este sirve para otras cosas, y muy relevantes, pero no para proclamar verdades. Condorcet afirma que un poder que se apropia de las fuentes de conocimiento ejercerá, bajo la máscara de la libertad, una tiranía”.
Frente a estas posturas de la Ilustración, afirma Sánchez Cámara, el “neolaicismo aspira a una nueva fusión entre el poder temporal y el espiritual por la absorción del segundo en el primero. Una sociedad no puede sobrevivir sin autoridad espiritual. De lo que se trata ahora es de que los poseedores del poder democrático detenten, con él, la autoridad o el poder espiritual. Para ello no hay mejor medio que acallar a quienes lo ejercen”.
Por último cita a Tzvetan Todorov, quien advierte: “El poder público no debe enseñar sus opciones haciéndolas pasar por verdades… No corresponde al pueblo pronunciarse sobre lo que es verdad o mentira, ni al Parlamento deliberar sobre el significado de los hechos históricos del pasado, ni al Gobierno decidir lo que debe enseñarse en la escuela. La voluntad soberana del pueblo topa aquí con un límite, el de la verdad, sobre el cual no tiene influencia… La verdad está por encima de las leyes…”.