Jaroslav Wisniewski, sacerdote polaco expulsado de Rusia, habla de las trabas que sufre allí el clero católico (Alfa y Omega, Madrid, 26-IX-2002).
Wisniewski, de 39 años, llegó al sur de Rusia en 1991, recién ordenado. En 1998 se trasladó a Siberia Oriental, territorio bajo la jurisdicción del obispo Mazur, al que las autoridades impidieron entrar en Rusia cuando volvía de unas vacaciones en Polonia, en abril pasado (ver servicio 56/02). La expulsión de Wisniewski, que ejercía su ministerio en la isla de Sajalín, frente a Japón, se produjo el 10 de septiembre pasado (ver servicio 122/02). El semanario Alfa y Omega recoge declaraciones del sacerdote, que reside actualmente en Japón, a la espera de poder regresar a su parroquia.
«Una declaración de la Iglesia ortodoxa de finales de junio de 2002 criticaba a la Iglesia católica de sobreactividad y de atraer a rusos étnicos (el idioma ruso distingue entre ciudadano ruso y ruso étnico, de toda la vida, una diferenciación de especial importancia para la Iglesia ortodoxa, que considera a los segundos de su exclusiva responsabilidad pastoral). El obispo Cirilo, autor del documento, dice que Rusia no necesita misioneros extranjeros, porque ya fue bautizada hace mil años y es en su mayoría ortodoxa».
Wisniewski señala algunos de los posibles motivos de su expulsión, precedida por la inclusión de su nombre en la lista negra de sacerdotes insertada en la declaración ortodoxa, tras su aparición en un programa de televisión. «El obispo Cirilo mencionó mi desagradable entrevista en una televisión de Kamchatcka, en la que expresaba una verdad histórica, pero que impactó en la población local, desconocedora de lo cerca que estuvieron católicos y ortodoxos». Wisniewski sugiere también otra posible explicación. «Los católicos, al tener muchos amigos generosos en países extranjeros, han construido recientemente muchas bellas iglesias en Rusia. El Patriarcado ortodoxo, al no tener tantos amigos, construye menos iglesias. Yo pude construir una en el centro de Sajalín. Y esa fue quizás la principal razón práctica, aunque no jurídica, para expulsarme. En tiempos del imperio zarista, cuando la ortodoxia era la religión oficial, a los católicos se les prohibió construir iglesias con torres más elevadas que las iglesias locales ortodoxas. Es gracioso, pero aquélla era la situación. Parece que la autoridad ortodoxa quiere restaurar esa norma».
«No tengo intención de culpar a toda la ortodoxia, pero parte de ella parece realmente enferma. Nos odia. Necesitamos la solidaridad de todos los católicos y de las personas que creen en los derechos humanos, para que hablen sobre ello, para que recen y para que estos sucesos se impidan en el futuro. Rusia debe comprender que si ignora la Declaración Universal de Derechos Humanos, que invoca el respeto a toda fe y creencia, perderá los tesoros de la democracia. ¿Por qué tienen que ser perseguidos los católicos en Rusia, igual que en tiempos de Stalin en 1936?».
«La expulsión en abril pasado del obispo Mazur -señala Wisniewski- altera mucho la existencia normal de las jóvenes comunidades católicas siberianas. Algunas personas pueden tener la sensación de que ha vuelto el terror estalinista. Quienes recuerdan este periodo pueden tener miedo de volver a la iglesia y pensar que la libertad religiosa sólo fue una leyenda temporal, inventada por el KGB, para dar ante la opinión pública internacional una imagen propagandística de un país democrático».
Ante las expulsiones en los últimos meses por parte de las autoridades rusas, un diputado, alarmado por el deterioro de la imagen internacional del país, ha pedido explicaciones al ministro de Asuntos Exteriores y ha preguntado si existe una lista negra de sacerdotes católicos. La respuesta -de la Oficina del emisario para los Derechos Humanos de Rusia- se limita a invocar la protección de la seguridad del Estado.