La defensa de la familia es inseparable de la justicia social

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Juan Pablo II en el Encuentro Mundial de las Familias en Río de Janeiro
El núcleo del mensaje de Juan Pablo II durante el Encuentro Mundial de las Familias fue que la defensa de la familia pasa por la reivindicación de la justicia social. Frente al tópico de que Juan Pablo II es conservador en lo moral y progresista en lo social, el Papa demostró su inconformismo coherente: ante la insolidaridad, alentó a luchar contra la miseria que destruye la familia y corrompe las costumbres; frente al egoísmo en el seno de la familia, reiteró que la generosidad debe empezar por el compromiso de amor indisoluble entre marido y mujer y por la acogida de la vida naciente.

El 3 de octubre, Juan Pablo II se dirigió al Centro de Congresos Riocentro, donde tenía lugar el Congreso Teológico-Pastoral previo al Encuentro con las familias. Se hallaban presentes delegados de movimientos familiares, obispos brasileños, miembros del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) e invitados al Congreso, hasta un total de dos mil quinientas personas.

En su discurso, el Papa recordó que en el respeto y promoción de la familia, la sociedad se juega su futuro; aludió a las amenazas que se ciernen sobre la familia, e instó a redoblar los esfuerzos para protegerla y favorecerla.

La familia en el plan de Dios

Con la Encarnación, dijo el Papa, Dios se ha unido al hombre y le ha mostrado su naturaleza y su vocación. El Evangelio ilumina la dignidad de la persona y la purifica de todo lo que puede ir en menoscabo de ella. «Si es cierto que Cristo revela plenamente el hombre a sí mismo, lo hace a partir de la familia donde Él escogió nacer y crecer». En Cristo, «esa primera y privilegiada expresión de la sociedad humana que es la familia, encuentra la luz y la plena capacidad de realización conforme al plan amoroso del Padre». Por eso, «la Iglesia considera el servicio a la familia como una de sus obligaciones esenciales. En este sentido, tanto el hombre como la familia constituyen el camino de la Iglesia».

El plan salvífico de Dios, prosiguió el Papa, revela la vocación de la familia y la manifiesta como un signo de la comunión de Dios con los hombres. «Éste es el sentido sagrado del matrimonio, de algún modo presente en todas las culturas, aparte de las sombras debidas al pecado original, y que adquiere una altura y un valor eminentes con la Revelación».

De este modo, la familia no es una mera creación cultural ni algo extrínseco al ser humano. «La familia, lejos de ser un obstáculo para el desarrollo y el crecimiento de la persona, es el ámbito privilegiado para hacer crecer todas las potencialidades personales y sociales que el hombre lleva inscritas en su ser. La familia, fundamentada y vivificada por el amor, es el lugar propio donde cada persona está llamada a experimentar, hacer propio y participar de aquel amor sin el cual el hombre no puede vivir y toda su vida queda despojada de sentido».

Lo que amenaza a la familia rebaja a la persona

A continuación, Juan Pablo II se refirió a los peligros que acechan a la familia, como al hombre mismo. «Persona y familia corren paralelas en la estima y en el reconocimiento de la propia dignidad, como también en los ataques e intentos de descomposición». El Papa se refirió a las formas de vida conyugal que colocan en inferioridad a la mujer, a la pretensión de equiparar al matrimonio las uniones homosexuales, al divorcio, al aborto.

«Entre las verdades oscurecidas en el corazón del hombre, por causa de la creciente secularización y del hedonismo reinantes, quedan especialmente afectadas todas aquellas relacionadas con la familia. En torno a la familia y a la vida se libra hoy el combate fundamental por la dignidad del hombre. En primer lugar, la comunión conyugal no es reconocida ni respetada en sus elementos de igualdad en dignidad de los esposos, y de la necesaria diversidad y complementariedad sexual. La misma fidelidad conyugal y el respeto por la vida, en todas las fases de la existencia, son subvertidos por una cultura que no admite la trascendencia del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Cuando las fuerzas disgregadoras del mal consiguen separar el matrimonio de su misión respecto a la vida humana, atentan contra la humanidad, privándola de una de las garantías esenciales de su futuro».

Diálogo con las instancias políticas

Cuando corre peligro la dignidad humana, añadió el Papa, la Iglesia no puede responder con una acción sectorial. «Es necesario emprender una acción pastoral en la cual las verdades centrales de la fe irradien su fuerza evangelizadora en las diversas dimensiones de la existencia, especialmente sobre los temas de la familia». «Es preciso despertar un frente común, inspirado y apoyado en las verdades fundamentales de la Revelación, que tenga como interlocutor la persona, y como agente la familia».

Esa acción ha de desarrollarse en diversas escalas. Primero, en el interior de la Iglesia: «Es necesario dar prioridad a programas de pastoral que promuevan la formación de hogares plenamente cristianos, y acrecienten en los esposos la generosidad de encarnar en sus propias vidas las verdades que la Iglesia propone para la familia cristiana».

Pero también hace falta actuar en el ámbito nacional y en el internacional, promoviendo organismos «que asuman la tarea de entablar un diálogo constructivo con las instancias políticas, de las cuales depende en buena medida la suerte de la familia y de su misión al servicio de la vida».

Con todo esto, concluyó Juan Pablo II, la Iglesia no enarbola una bandera particular, sino que defiende la causa de todos. «La concepción cristiana del matrimonio y de la familia no modifica la realidad creatural, sino que eleva aquellos componentes esenciales de la sociedad conyugal: comunión de los esposos que generan nuevas vidas, las educan e integran en la sociedad, y comunión de las personas como vínculo firme entre los miembros de la familia». El servicio a la familia es al mismo tiempo «protección del futuro de la humanidad».

Fiesta con las familias en Maracaná

Uno de los actos culminantes del viaje y, sin duda, el más festivo fue el encuentro en el estadio Maracaná, centro emblemático del fútbol brasileño. Unas 120.000 personas se congregaron allí para escuchar el mensaje del Papa, los testimonios de familias de los cinco continentes y las interpretaciones musicales como las de la cantante africana Miriam Makeba o el matrimonio italo-norteamericano Albano y Romina Power.

En su discurso, además de referirse a las razones naturales del matrimonio y de la fidelidad conyugal, el Papa dedicó un amplio espacio a la incidencia de la pobreza en la familia. Juan Pablo II señaló que «la miseria destruye la familia, impide el acceso a la cultura y a la educación básica, corrompe las costumbres y mina en su origen la salud de los jóvenes y de los adultos». El Papa pidió a los responsables de la sociedad que protejan a las familias luchando contra «la miseria y la plaga del desempleo». «¿Cómo pueden los jóvenes -se preguntó el Pontífice- crear una familia, si no disponen de los medios necesarios para mantenerla?».

Luego denunció una serie de «comportamientos irresponsables» que llevan a tratar a las personas como «simples instrumentos de placer efímero y vacío». «¿Cómo no reaccionar -exclamó el Papa- frente a la falta de respeto, a la pornografía y a todo tipo de explotación, de las cuales en muchos casos son los niños los que pagan el precio más alto?».

En una ciudad donde los «niños de la calle» son un problema no resuelto, Juan Pablo II advirtió que las sociedades que se desinteresan de la infancia «son inhumanas e irresponsables», y las familias que abandonan a sus hijos «cometen una gravísima injusticia de la que deberán dar cuenta ante el tribunal de Dios». Reconoció que «no pocas familias son a a veces víctimas de situaciones que las superan; en tales casos, hay que hacer un acto de solidaridad de todos, para que los niños dejen de ser víctimas de toda forma de miseria económica y sobre todo de miseria moral».

Pidió a los padres que «acojan a sus hijos con un amor responsable, defendiéndolos como un don de Dios desde el momento en que son concebidos». Calificó el aborto de «vergüenza para la humanidad», pues «no se puede condenar a los concebidos a la más injusta de las ejecuciones».

Dirigiéndose a las familias de América Latina y del mundo entero, Juan Pablo II advirtió: «La felicidad no se consigue por la vía de la libertad sin verdad, porque ese es el camino del egoísmo irresponsable que divide y corroe a la familia y a la sociedad. (…) No os dejéis seducir por ese mensaje mentiroso que degrada a los pueblos, atenta contra sus mejores tradiciones y valores, y hace caer sobre los hijos un cúmulo de sufrimientos y de infelicidad».

Familias de los cinco continentes ofrecieron en Maracaná su testimonio de vida cristiana. Uno fue el de los españoles Miguel Raposo y Rosario Clavijo, padres de los célebres sextillizos, que rechazaron el aborto preventivo de algunos de los embriones.

Comunidad de vida y de amor

El último día de su estancia en Río de Janeiro, Juan Pablo II celebró una misa al aire libre en el Aterro do Flamengo, donde la realidad desbordó ampliamente las previsiones de un millón de asistentes. El portavoz vaticano, Joaquín Navarro-Valls, afirmó luego que aquel acto había sido uno de los más multitudinarios presididos por el Papa, tanto o más que la misa que celebró en el hipódromo de Longchamp, en París, al término de las recientes Jornadas Mundiales de la Juventud.

La homilía del 5 de octubre en Río fue una continuación de la catequesis sobre la familia desarrollada por Juan Pablo II durante este viaje. Tras los saludos habituales, el Papa dijo: «A través de la familia, toda existencia humana es orientada hacia el futuro. En la familia, el hombre viene al mundo, crece y madura. En ella se hace un ciudadano cada vez más maduro de su país, y un miembro cada vez más consciente de la Iglesia. La familia es también el ambiente primero y fundamental donde cada hombre descubre y realiza su vocación humana y cristiana. La familia, en fin, es una comunidad que ninguna otra puede sustituir».

A continuación el Papa comentó, como ha hecho en otras ocasiones, el pasaje evangélico en que plantean a Cristo la cuestión del divorcio. «Al principio no fue así», responde Jesús: la posibilidad del repudio, permitida por la ley mosaica, no responde al designio original de Dios para el hombre y la mujer. «En el plan de Dios, el matrimonio -el matrimonio indisoluble- es el fundamento de una familia sana y responsable», afirmó el Papa.

Tras la naturaleza del matrimonio, según el proyecto establecido en la creación, su índole sacramental fue el siguiente punto tratado en la homilía. Cristo, sabiduría de Dios encarnada, es el modelo del ser humano. «La alianza conyugal tiene su origen en el Verbo eterno de Dios. En Él, la familia es eternamente pensada por Dios, ideada y realizada. Por Cristo, la familia adquiere su carácter sacramental, su santificación».

Ayudar a otras familias

En esto basó el Papa una llamada al heroísmo cristiano en la vida conyugal. «Padres y familias del mundo entero, dejad que os lo diga: ¡Dios os llama a la santidad! Él mismo nos eligió ‘en Jesucristo, antes de la constitución del mundo -nos dice San Pablo- para que seamos santos en su presencia’ (Ef 1, 4). Él os ama con locura, desea vuestra felicidad; pero quiere que sepáis conjugar siempre la fidelidad con la felicidad, pues no puede haber una sin la otra. No dejéis que la mentalidad hedonista, la ambición y el egoísmo entren en vuestros hogares. Sed generosos con Dios.

«No podría dejar de recordar, una vez más, que la familia está ‘al servicio de la Iglesia y de la sociedad en su ser y actuar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor’ (Familiaris consortio, 50). La mutua donación bendecida por Dios, transida de fe, esperanza y caridad, permitirá alcanzar la perfección y la recíproca santificación de cada uno de los esposos. Servirá, en otras palabras, de núcleo santificador de la familia, y de expansión de la obra de evangelización de todo hogar cristiano.

«Queridos hermanos y hermanas, ¡qué gran tarea tenéis por delante! Sed portadores de paz y de alegría en el seno del hogar; la gracia eleva y perfecciona el amor, y con él os concede las virtudes familiares, indispensables, de la humildad, del espíritu de servicio y de sacrificio, del afecto paterno y filial, del respeto y comprensión mutua. Y, como el bien es difusivo por sí mismo, deseo también que vuestra adhesión a la pastoral familiar sea, en la medida de vuestras posibilidades, un incentivo para irradiar generosamente el don que tenéis, primero entre los hijos, después entre las otras personas casadas -quizá parientes o amigos- que están alejadas de Dios o pasan por momentos de incomprensión o de desconfianza. En este camino hacia el Jubileo del año 2000, invito a todos los que me oyen a dar nuevo vigor a su fe y a su testimonio de cristianos, a fin de que, con la gracia de Dios, haya una verdadera conversión y renovación personal en el seno de las familias de todo el mundo».

Tras el éxito de este II Encuentro de las familias, el Papa les ha invitado ya al tercero, que tendrá lugar en Roma en el año 2000.

Frente a los intentos de desnaturalizar la familia

En los días previos al Encuentro Mundial de las Familias, tuvo lugar el Congreso Teológico-Pastoral con asistencia de representantes de 75 países, expertos, educadores, publicistas, responsables de pastoral familiar en las Conferencias Episcopales y movimientos apostólicos.

Las conclusiones del Congreso rechazan «el cliché de que la familia está en crisis». Pero mencionan una serie de intentos de desnaturalizar el concepto genuino de familia, tanto a nivel nacional como internacional. «En esta década, en Conferencias de las Naciones Unidas se han visto intentos para desnaturalizar la familia, de tal forma que el sentido del matrimonio, de la familia y de la maternidad son ahora cuestionados. En nombre de la libertad, se han promovido ‘derechos sexuales’ espúreos y ‘derechos reproductivos’. Estos derechos están, en la práctica, principalmente al servicio del control de la población. Están inspirados en teorías científicas desacreditadas, en un feminismo superado y en una preocupación por el medio ambiente mal orientada».

Entre las «amenazas a la libertad de reproducción», denuncian los programas de la llamada «contracepción de emergencia» que están siendo difundidos entre las mujeres refugiadas. «En realidad, se trata de la promoción del aborto en complicidad con agencias de las Naciones Unidas y con grupos de control de la población. Esta es una gran injusticia con las familias que se encuentran en circunstancias trágicas e implica riesgos para la salud de la mujer».

Advierten que «la familia está sufriendo con la desvalorización del matrimonio a través del divorcio, el abandono y la cohabitación». Y «la disolución de la familia es una de las mayores causas de pobreza en muchas sociedades». «Un clima de permisividad favorece la explotación de los niños». Al mismo tiempo, la violencia cala en el corazón de la familia «tanto en los malos tratos a mujeres, como con el aborto, el infanticidio y la eutanasia».

Tras señalar que la familia es un don de Dios, subrayan que los dones presuponen responsabilidad y el reconocimiento de algunos compromisos: «El primer compromiso es el propio matrimonio. Invitamos a los cónyuges a una renovada dedicación mutua». La familia requiere un compromiso «de encontrar tiempo para estar juntos, para rezar juntos, para comunicarse y establecer confianza recíproca». La familia es el «santuario de la vida»: «Su compromiso con la protección de la vida, desde el momento de la concepción, se cumple verdaderamente a través de la paternidad responsable». En este sentido, celebran «los rápidos avances de los métodos naturales modernos de regulación de la fertilidad, con la esperanza de que puedan ser ampliamente divulgados por todo el mundo».

Los padres tienen derecho a escoger la educación de los hijos, lo cual implica también responsabilidades. Las conclusiones rechazan «la imposición de ideologías a los niños», a través de programas, modelos y métodos que usurpan el derecho de los padres. «Dar una educación auténtica sobre el amor y la sexualidad humana es derecho y deber de los padres y ha de ser realizada en el hogar; apoyada, si es necesario, por otros, pero siempre bajo la supervisión y dirección de los padres».

En el campo económico, piden que la atención a las familias pobres y a los niños abandonados sea una prioridad política y social. «Estas familias necesitan cuidados y salud primarios, educación y protección legal efectiva, condiciones decentes de vida y de justicia económica». «La esperanza para las familias pobres puede venir de la educación de las mujeres, de los cuidados de la salud de los niños y sobre todo de que las familias más prósperas hagan una opción preferencial por los pobres y desvalidos».

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