El nuevo reglamento chino sobre actividades religiosas está pensado para someter a los creyentes clandestinos.
Desde 1979 la República Popular China reconoce cierto grado de libertad religiosa, pero solo nominalmente, ya que está subordinada al control estatal. Ahora bien, el régimen no desconoce la crisis moral e ideológica que ha dejado su larga dictadura. El presidente Xi Jinping ha intentado fortalecer su liderazgo enarbolando la lucha contra la corrupción, que es lo que más preocupa a la gente. Para ello ha puesto en marcha diversas iniciativas que tienen como objetivo moralizar el país. Pero su intención no es ética: pretende con ellas recuperar la cultura china y contrarrestar la “peligrosa” influencia occidental.
La reforma, según los dirigentes, es necesaria porque “las potencias extranjeras” han aumentado su presencia en el país a través de grupos religiosos y se está extendiendo el “extremismo”
Así, el régimen comunista ha terminado por imponer un doble rasero a la hora de regular la práctica religiosa. Por un lado, deja margen y da la bienvenida a las tradiciones religiosas nacionales y a aquellos movimientos intrínsecamente chinos, como el confucianismo, pero ha iniciado una política de mano dura contra el cristianismo. En septiembre se aprobó un nuevo reglamento sobre actividades religiosas, que entrará en vigor el próximo mes de febrero, y que parece haberse redactado con el fin de frenar la difusión del cristianismo.
Una nueva persecución
Hay que esperar para ver cuáles serán en concreto las consecuencias, pero lo que está claro, según Anthony E. Clark, es que desde 1979 no ha habido un momento de mayor represión contra los fieles cristianos que el actual.
El nuevo reglamento es, en realidad, la formalización oficial de la hostilidad hacia el cristianismo que comenzó en 2014. Desde entonces, la demolición de iglesias –el pasado mes de diciembre se derribaron varias en la provincia de Shanxi– o de cruces, la sustitución de las imágenes cristianas por la efigie de Xi, el cierre de parroquias, la prohibición de la formación cristiana de los niños en las casas, como ha ocurrido en Henan o Fujian, así como la persecución y arresto de líderes y miembros de comunidades cristianas, ha sido constante. Los informes que regularmente publica ChinaAid permiten hacerse una idea de cómo se ha intensificado el acoso.
El nuevo reglamento de actividades religiosas es, en realidad, la formalización oficial de la hostilidad hacia el cristianismo que comenzó en 2014
Otras medidas también han limitado la acción de determinados movimientos cristianos, como la estricta regulación de las ONG extranjeras promulgada el año pasado, que dota a las autoridades de la suficiente discrecionalidad para prohibir el trabajo de las de inspiración cristiana. Esto, además de restringir su capacidad evangelizadora, puede perjudicar a la población, ya que impide a muchas iniciativas atender necesidades sociales.
Represión
El director de la Oficina de Asuntos Religiosos, Wang Zuoan, ha explicado que la reforma que entrará próximamente en vigor es necesaria porque “las potencias extranjeras” han aumentado su presencia en el país a través de grupos religiosos y se está extendiendo el “extremismo”. Las medidas tienen un amplio alcance y están sobre todo dirigidas a perseguir la fe clandestina.
A partir de febrero aumentará el control y la investigación de las actividades de los grupos no autorizados y se prohibirá expresamente la formación religiosa, las reuniones y cualesquiera otras actuaciones realizadas por organizaciones no registradas. Se han establecido más restricciones que afectan a los grupos religiosos dedicados a la enseñanza. Para evitar la influencia extranjera, se ha previsto un control exhaustivo: se fiscalizarán los contactos de las organizaciones religiosas chinas con el exterior y quienes viajen fuera del país por motivos religiosos deberán solicitar autorización.
También se han cambiado las condiciones para establecer centros de culto; la nueva directiva limita la actividad religiosa exclusivamente a esos recintos. Habrá asimismo tolerancia cero para las iniciativas proselitistas en lugares no religiosos y los servicios de información serán celosamente vigilados, sobre todo en Internet. Aumentarán, por último, la cuantía de las multas y las sanciones en caso de incumplimiento.
Xi Jinping ha impuesto la mayor represión del cristianismo registrada desde 1979
Brent Fulton, presidente de ChinaSource, cree que la eficacia de las nuevas disposiciones dependerá del celo mostrado por los funcionarios locales. Pero el régimen ha tenido esto en cuenta y en julio aprobó nuevas normas para los miembros del Partido Comunista chino, que están obligados a adherirse de forma expresa al ateísmo y tienen la prohibición de pertenecer a asociaciones religiosas. Esto último, así como el mayor control que está ejerciendo el presidente sobre los cuadros locales, les deja poco margen para hacer excepciones, como ocurría hasta ahora en algunas zonas.
Hay una contradicción entre el interés del partido por la regeneración moral y las nuevas restricciones a la libertad religiosa. Ian Johnson es escéptico sobre la campaña moralizadora: “Mediante el miedo no se puede inculcar la moralidad”, afirma. Lo que está claro para Jillian Kay Melchior es que quienes dirigen el país conocen el “innegable potencial del cristianismo para la reforma política”: son conscientes de que su expansión puede “servir para restaurar la sociedad civil” y poner en peligro el régimen.