Los Promise Keepers impresionan a Estados Unidos

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El último acto público de los Promise Keepers ha causado una impresión profunda en Estados Unidos, como reflejan los comentaristas. Cientos de miles de hombres que llenaron el Mall de la capital (la amplia avenida que se extiende entre el Capitolio y el momumento a Washington), congregados para rezar y escuchar un mensaje espiritual, no pueden ser menospreciados como si se tratara de un fenómeno marginal. Su participación fervorosa muestra que, contra lo que se suele pensar en los medios «ilustrados», la religión es una fuerza poderosa en la sociedad y sigue teniendo sitio en la plaza pública.

La vitalidad de los Promise Keepers («cumplidores de promesas») destaca aún más por el contraste con las tendencias supuestamente dominantes. A simple vista, un movimiento religioso sólo para hombres no casa bien con el espíritu de la época. Y cuando el feminismo parecía haber ganado la batalla de las ideas, los Promise Keepers, que instan a los maridos a ejercer de cabezas de familia, resultan tener más poder de convocatoria que cualquier organización de la women’s lib.

El acto en Washington es el último de una larga serie, iniciada en 1991, que ha reunido en total unos 2,6 millones de hombres en lugares públicos de todo el país. El éxito de los Promise Keepers prueba que han tocado una fibra sensible. El fundador, Bill McCartney, ex entrenador de fútbol americano de la Universidad de Colorado, está convencido de que los males del país se deben, en buena parte, a que los hombres han abdicado de sus responsabilidades en el hogar, primero, y en la sociedad en general. Como creyente, ve el remedio en la vuelta a la fe vivida, y piensa que un movimiento masculino ayuda a los hombres a perder la vergüenza para rezar y les proporciona el aliento de los compañeros. El objetivo es llevar a los hombres a ser esposos fieles y padres abnegados que se dediquen de verdad a educar a sus hijos. Estos puntos, junto con la perseverancia en las prácticas cristianas, constituyen el contenido fundamental de las siete promesas que hacen los miembros del movimiento.

El vigor de los Promise Keepers se debe también a algo menos circunstancial: la religiosidad del pueblo estadounidense, que siempre ha sido fuerte. El movimiento es interconfesional, pero su sabor es nítidamente protestante, en concreto de tipo evangélico. De hecho, los católicos (cerca de la cuarta parte de la población total) tienen una presencia pequeña, del 2% más o menos, en el movimiento. El propio McCartney, casado y con cuatro hijos, católico de origen, se hizo cristiano más ferviente inspirado por los evangélicos.

Con el apoyo de sus mujeres

El punto de partida del mensaje de los Promise Keepers es la conversión personal, y el resto del contenido es igualmente religioso, también en los aspectos más concretos: el rechazo de la homosexualidad y del adulterio (está en la Biblia, subrayan ellos mismos), o la unidad familiar. El movimiento no tiene postura oficial con respecto al aborto, pero McCartney y otros responsables se declaran en contra.

Esto provoca que quienes miran todo con gafas políticas vean en los Promise Keepers una quinta columna de la derecha. Las críticas más clamorosas han venido de la National Organization for Women (NOW), el principal grupo feminista, conocido por su radicalismo, que describe a los Promise Keepers como «la mayor amenaza contra los derechos de la mujer». Pero, como han subrayado varios comentaristas, no es esa la idea que tienen la mayoría de las mujeres, menos aún las que conocen el movimiento de cerca. «Las esposas de los Promise Keepers son quizá sus más firmes partidarias», dice Ellis Cose en Newsweek (13-X-97), antes de citar a algunas de ellas. Las que han experimentado los efectos saludables de la conversión de sus maridos han formado un grupo de apoyo al movimiento. Y en los programas radiofónicos que comentaron el acto de Washington, casi todas las mujeres que llamaban a las emisoras salían en defensa de los Promise Keepers.

Sin fines políticos

En Time (13-X-97), Ron Stodghill, en un artículo donde no muestra mucha simpatía hacia los Promise Keepers, señala sin embargo que los críticos exageran cuando juzgan el movimiento como una estrategia de la derecha. «Para los hombres de las bases, lo que está en juego es sólo sus almas. Realmente, el país puede salir ganando, hasta cierto punto, de la llamada a la conversión que hacen los Promise Keepers».

«Si los críticos fuesen honrados -concluye Cose-, reconocerían que lo que hermana a los Promise Keepers es precisamente no el activismo político, sino la abierta religiosidad de un grupo que no se avergüenza de su decidida y particular relación con Dios, y que busca activamente hacer conversos». Esto, para quien da por hecha e irreversible la «secularización» de la sociedad, resulta inexplicable, como escribe Hugo Gordon, corresponsal en Washington del Daily Telegraph (7-X-97): «Ha cundido el asombro entre quienes gustan de creer que la fe ferviente es algo exótico, confinado quizá a la oración del viernes en Teherán». Algunos pensaban, añade, que sólo «los chiflados, los tontos o los perdedores pueden ser cristianos»; pero los Promise Keepers han mostrado que «hay demasiados cristianos para que se los pueda despreciar etiquetándolos de fanáticos».

Análogamente, la crónica del acto masivo del 4 de octubre publicada en el Washington Post (5-X97) señala que «la polémica previa quedó eclipsada por el acontecimiento mismo, que puso ante los ojos de todos un fervor que rara vez es exhibido de modo tan abierto, en un lugar tan público y por tanta gente».

O sea, se equivocan los que insisten en interpretar políticamente el movimiento, pese a que los Promise Keepers repiten que no tienen finalidad política. «No creen -escribe Cose- las declaraciones de los Promise Keepers -que hablan de amor, compromiso, reconciliación y fe-, sino que escarban en busca de indicios de las supuestamente verdaderas intenciones del grupo». Pues, abunda Gordon, «no pueden reconocer la verdad de que algo tan grande y tan poderoso no tenga fines políticos».

En fin, la «América profunda» ha desmentido una vez más los diagnósticos habituales que aparecen en los medios más influyentes. Lo que arroja algunas dudas sobre la influencia real de los medios a los que la concentración de medio millón de hombres ha dejado perplejos.

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