Una invitación a la superación moral

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Dentro de un amplio cuadernillo de ocho páginas que le dedica Le Monde (13 octubre 2003), Henri Tincq destaca en un artículo que Juan Pablo II ha tratado siempre de elevar el listón ético de la humanidad.

«El Papa polaco ha tratado de volver a dar una confianza firme a los fieles, un sentido claro a la misión magisterial de la Iglesia -con un texto tan fundamental como el Catecismo de 1992, el primero desde el Concilio de Trento en el siglo XVI-, así como a la identidad cristiana, puesta en duda por los trastornos de la civilización. Esta empresa de removilización interna ha tenido sin duda consecuencias en la imagen de una Iglesia que -con razón o sin ella- vuelve a aparecer como una institución conquistadora, deseosa de influir en las ideas y en las costumbres».

Tincq piensa que la visión del mundo de Juan Pablo II está influida por su doble experiencia del nazismo y del comunismo. «Los dos rompieron con el orden querido por el Creador. Y al decretar la muerte de Dios, los dos provocaron la muerte del hombre. En Auschwitz y en el goulag». «Esta experiencia personal da al Papa una autoridad moral excepcional. Ninguna de las grandes cuestiones contemporáneas le resulta ajena. Hasta el punto de que se ha convertido para muchos en el último de los ‘grandes’. En veinticinco años de reinado, el comunismo se ha hundido, y el postcomunismo no se parece a lo que él había pensado. La economía liberal ha triunfado, pero el sueño americano se ha roto. Los integrismos religiosos se han agudizado».

«Frente a la pérdida de valores, a la insatisfacción de los jóvenes, de las parejas, de los intelectuales, de los pobres, la Iglesia católica tenía una especie de liderazgo moral que afirmar. Sin cansancio, a través de viajes, de discursos, de encíclicas, Juan Pablo II ha invitado e invita al cristianismo a un esfuerzo vigoroso de coherencia y de unidad. Invita a la superación moral a un mundo moderno ebrio de libertad que, al perder el sentido de la trascendencia, de la norma, de la Verdad, corre el riesgo de perderse. Juan Pablo II estimula a las religiones a la aceptación mutua, a dar pruebas de tolerancia, a rechazar las raíces del integrismo».

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