Ama es la ópera prima de Júlia de Paz Solvas, y siempre las primeras películas, por más que incurran en errores de principiante, suelen tener un nivel de autenticidad y de verdad superior a lo que se rueda después.
Cámara al hombro, con planos cerrados y subjetivos que nos meten dentro del personaje, seguimos el deambular de Pepa y de su pequeña Leila por las calles de una ciudad costera, de un lado para otro, porque no tienen dónde caerse muertas. Son esas horas trágicas en las que se flanquea la entrada en la marginalidad: la primera noche que se pasa en la calle, los momentos en los que se bordea la locura, la desesperación de que nada salga bien.
Dice De Paz que Ama habla de la maternidad. Yo diría que es un drama social que habla de personas que parecen lastradas, que arrastran mochilas y circunstancias y que, en consecuencia, toman malas decisiones, una detrás de otra; gente que destruye las relaciones que más necesita, que hace daño a quien más quiere, que se equivoca una y otra vez. Esa es Pepa, que además es madre.
La cineasta catalana se apoya en las elipsis y en los silencios para mostrarnos el interior del personaje. Con pocos diálogos, poco presupuesto y con un reparto mínimo, nos cuenta mucho y bien. Por el argumento y por el tono, recuerda a La hija de un ladrón otra magnífica ópera prima de Belén Funes que interpretaba Greta Fernández. En esta ocasión es Tamara Casellas quien carga con el peso de toda la película. Sorprende su capacidad para manejar prácticamente sola el guion. Su papel le ha valido el premio a mejor actriz en el Festival de Málaga 2021.
