A los 76 años, Clint Eastwood construye su última película a partir de una mítica fotografía: seis marines levantan una bandera de los EE.UU. en la cima del monte Suribachi. La realizó Joe Rosenthal, el 23 de febrero de 1945, para Associated Press. Acababa de empezar en Iwo Jima, una pequeña isla del Pacífico, la que sería una de las más duras batallas de la guerra del Pacífico.
La instantánea, por la que Rosenthal ganó el Pulitzer, tuvo un efecto decisivo en la opinión pública americana, que vio en esta imagen un icono de la victoria y elevó a los seis marines a la categoría de héroes. Por su parte, los responsables del gobierno norteamericano aprovecharon esta circunstancia para llevar a cabo una ambiciosa campaña de recaudación de fondos. Los tres supervivientes de la fotografía se vieron convertidos, de la noche a la mañana, en ídolos de masas que recorrían estadios pidiendo al público que comprara bonos para financiar la guerra. James Bradley, hijo de uno de los soldados, publicó los recuerdos de la batalla y las consecuencias de la famosa fotografía en su novela «Flags of our fathers». Eastwood se interesó por la novela pero llegó tarde: Steven Spielberg tenía los derechos desde el año 2000. Finalmente, llegaron a un acuerdo; Spielberg coproducía y le dejaba a Eastwood dirigir.
«Banderas de nuestros padres» representa un cierto giro en la trayectoria de Eastwood. El experimentado director se adentra en un hecho histórico, rueda una película bélica con un importante presupuesto (80 millones de dólares) y, aunque con matices, retoca su cerrado fatalismo y su determinista visión del ser humano para hablar de héroes. Porque aunque una voz en «off» nos repita al final -quizás para evitar que algunos tachen el film de patriotero, que en parte lo es- que los protagonistas son personas corrientes, las imágenes nos están diciendo otra cosa: los soldados son héroes, con errores, pero héroes.
Esto no impide que la película critique, al mismo tiempo y con ferocidad, la maquinaria ideológica, política y propagandística de la guerra. Eastwood trata duro al que provoca la guerra, pero salva al que pelea.
Los primeros minutos son magistrales y la mezcla de la realidad de la batalla y del mundo que han encontrado los soldados tiene muchísima fuerza. El problema es que, cuando la fórmula se repite, la película se estanca. Y, entre tanta escena interminable de batalla, hay mucho parón.
El reparto, compuesto por actores muy jóvenes, funciona bien, pero el dibujo de personajes es más ligero que en otras cintas de Eastwood y, al final, ni el indudable talento de Haggis -que además de «Crash», escribió «Million Dollar Baby»– se demuestra suficiente para levantar una película bélica sobre una fotografía.
Las secuencias bélicas son espectaculares. A Eastwood se le va la mano con la violencia y no evita al espectador casi ningún espeluznante primer plano; sólo se le puede agradecer una elipsis (la única duda es si por razones de estilo o porque ya no quedaba nada más por enseñar).
Eastwood ha rodado, a la vez, una segunda película («Letters from Iwo Jima») que recreará la contienda desde el lado japonés. El guión es de Iris Yamashita y Ken Watanabe es el protagonista. Paul Haggis es productor ejecutivo. Estreno en Estados Unidos, 9 febrero 2007. Habrá que verla.