La historia transcurre en la imaginaria ciudad de San Fransokyo (mezcla de San Francisco y Tokyo), donde Hiro Hamada, un geniecillo de 14 años, aburrido de los estudios normales, se mete en problemas de adultos, participando en peleas de robots clandestinas.
Película de aventuras basada en un cómic de Marvel, del que se aleja bastante: le quita violencia y lo llena de encanto y humor gracias, principalmente, al robot Baymax, diseñado como un gigante bonachón. La cinta es además un homenaje de Disney a Japón y al mundo manga, con referencias explícitas al maestro Miyazaki. Es también una historia en la que los protagonistas forman un conjunto verdaderamente multiétnico y multicultural, y esa mezcla funciona a la perfección. Es, finalmente, una película realizada por un equipo Disney muy influido por Pixar, en la que el director de Winnie the Pooh (Don Hall) dirige una película de superhéroes, y con ayuda de Chris Williams, director de Bolt, la borda.
La primera secuencia es extraordinaria por su concisión. Con muy pocas palabras, y las imágenes justas, nos muestra en profundidad el lugar y a los personajes: los hermanos huérfanos y su abnegada tía y tutora. El resto de la cinta no desmerece de tal inicio. El guion es ágil y al mismo tiempo profundo cuando la ocasión lo requiere, gracias al desarrollo de los personajes de Hiro y Baymax; con ellos descubrimos la soledad y la amistad, la pérdida –últimamente las películas de animación de Disney enfrentan a los jóvenes con la muerte–, el sentido de la vida, los ideales…
Técnicamente, Big Hero 6 es un poema. La calidad de la animación es sorprendente, tanto a la hora de lucirse –las secuencias de los laboratorios, vuelos con escenas concebidas para deleitar en 3D, peleas…– como en los momentos en los que el drama humano requiere intimidad y sobriedad.
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