Antes de que Parásitos hiciera historia ganando el Oscar a la mejor película de 2019, estuvo a punto de hacer historia Roma, la película autobiográfica del mexicano Alfonso Cuarón producida por Netflix. Cuarón aprovechó el músculo económico de Netflix, y sus ganas de ser algo más que una plataforma de contenidos ajenos, para hacer una película totalmente autorial, una cinta en blanco y negro, mimada al detalle, en la que volcar sus recuerdos más personales e íntimos.
Un par de años después, se estrena, también en Netflix, Camino a Roma, un documental “interpretado” por el propio Cuarón sobre el proceso creativo de Roma. Durante casi 90 minutos, Cuarón desgrana con todo lujo de detalles y con un material de primera, las decisiones narrativas y fílmicas que convierten a Roma en una obra maestra.
Como no podía ser de otra manera, hay numerosas referencias a la búsqueda de localizaciones, al trabajo de casting y dirección de actores o a la planificación; pero, sin duda, lo más interesante en una película tan autobiográfica como esta son las propias confesiones de Cuarón sobre sus recuerdos, que son la materia prima de Roma. Aunque el cineasta mexicano aclara en el documental que, más que los recuerdos, lo que quiso extraer en Roma son las sensaciones de su infancia. No le interesaba tanto recordar hechos como recuperar emociones.
En ese sentido, es sobrecogedor el momento en el que Cuarón describe cómo dirigió la escena en la que su padre abandona la casa familiar y lo que supuso para él dirigirla. E igualmente sobrecogedor es el final del documental, cuando el cineasta recorre la mítica escena de la playa y reconoce que hubo cosas que salieron en Roma sin proyectarlas… dejando que la cámara captara las emociones, captara la luz, los rostros, la naturaleza… captara la vida. Después de ese momento de inspiración creativa, viene la sentencia de Cuarón: “Puedo decir que Roma es mi primera película, es realmente el cine al que aspiro”.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta