La serie italiana Don Matteo, producida por Lux Vide e interpretada por el carismático Terence Hill (Le llamaban Trinidad), se ha comenzado a emitir en España a partir de la quinta temporada. El actor italiano (su verdadero nombre es Mario Giroti), que va a cumplir los 75 años pero aparenta unos diez menos, da vida con garbo a un cura de sotana, boina y bicicleta, mezcla de padre Brown y don Camilo, que resuelve crímenes y trata de convertir al culpable, hablando con naturalidad de la misericordia divina, el perdón, y la gracia.
La serie goza de enorme popularidad en Italia, donde anda ya por la novena temporada en un total de 14 años. La acción transcurre en Gubbio, pueblecito de la provincia de Perugia, en el centro de la península, si bien en la última temporada se ha trasladado a Spoleto, dentro de la misma provincia. El cambio de localización no ha mermado la acogida, pues los primeros episodios de la nueva temporada han obtenido un share del 30%, con más de 8 millones de espectadores.
Sería injusto atribuir su éxito a la idiosincrasia de la audiencia italiana y su sintonía con las series basadas en personajes religiosos o en vidas de santos. Don Matteo es un producto bien confeccionado, escrito y realizado con oficio, aunque se aleje de los cánones habitualmente afirmados para juzgar la calidad de la ficción audiovisual. La puesta en escena y el montaje son sencillos, no rehúye los clichés ni los mecanismos propios de la comedia tradicional, como las coincidencias y equívocos. Las actuaciones son enfáticas, los subrayados musicales constantes. Es sentimental y de estructura previsible. Uno sabe lo que se va a encontrar. Sabe que el primer sospechoso nunca será el culpable, que la resolución llegará acompañada de un flash-back explicativo y que al final don Matteo conseguirá convertir al reo. Porque, además, Don Matteo es moralizante. Pero todo esto es precisamente lo que gusta a sus seguidores. Don Matteo triunfa porque reconforta, porque evita los sobresaltos y es positiva, porque ganan los “buenos” y a los “malos” se les ofrece una posibilidad de redención. Por el camino se pasa un rato agradable, con un poco de intriga y abundantes golpes de humor.
El problema es que, dicho así, se corre el riesgo de infravalorar un producto que ha mantenido durante 14 años unos índices de audiencia altísimos, siempre entre los 5 y los 8 millones, lo cual no es nada fácil. Por ejemplo, es verdad que su estructura resulta repetitiva, pero se ve compensada por el desarrollo de líneas narrativas románticas o de comedia, y por un grupo de personajes secundarios habituales muy bien caracterizados, entre los que destacan los carabinieri que rivalizan con el sacerdote en la resolución de los casos: el capitán Anceschi, que intenta siempre mantener al sacerdote apartado del caso, pero que al final no tiene más remedio que recurrir a él, y su segundo, el comandante Cecchini, amigo de don Matteo, de quien busca disimuladamente el consejo a espaldas del jefe. El montaje es ajustado y esencial, el ritmo se mantiene, los episodios resultan compactos y, en definitiva, funcionan. Quizá no siempre entusiasmen, pero tampoco aburren. Difícil vaticinar si Don Matteo triunfará también en España, pues las historias y el tipo de humor están bastante radicados en la realidad italiana.
En opinión de Armando Fumagalli, director del Máster de Guion de la Universidad Católica de Milán, el éxito de la serie se debe a varios factores, empezando porque “propone, en tono ligero y positivo, una visión del hombre profunda y esperanzadora”.
Para Fumagalli, “Don Matteo muestra el deseo que los espectadores tienen de historias abiertas a la dimensión religiosa de la vida, a la reconciliación y el perdón”. A la vez, “prueba la existencia de una ancha franja de público que tras una dura jornada de trabajo siente la necesidad de un producto televisivo tranquilizante”. Además, la serie está escrita por gente joven, de menos de cuarenta años, lo que ayuda a conectar con un espectro de audiencia amplia y diversificada.
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