Se estrena esta película en pleno debate sobre el proteccionismo del cine europeo frente al dominio norteamericano. Y, curiosamente, siendo un film totalmente made in USA –tanto por su argumento como por su producción–, está dirigido por un europeo. El alemán Wolfgang Petersen, tras su etapa europea (La consecuencia, El submarino, La historia interminable) y sus primeros tanteos americanos (Enemigo mío y La noche de los cristales rotos), se ha ganado definitivamente un hueco en Hollywood con este espléndido thriller.
El frenético guion de Jeff Maguire se enmarca en los cánones más estrictos del género. Frank Horrigan (Clint Eastwood), un escéptico, disciplinado y sarcástico agente secreto de la Casa Blanca, lleva 30 años obsesionado por su primer fracaso: el asesinato de John F. Kennedy en Dallas. Ahora, en el ocaso de su carrera, tendrá la oportunidad de redimirse cuando descubra una conspiración para asesinar al actual presidente de los Estados Unidos. Tras ella se esconde Mitch Leary (John Malkovich), un inteligente y cruel psicópata, ex agente de la CIA, con una capacidad camaleónica para transformar su apariencia externa.
Tal argumento podría haber sido tratado de muchas maneras. Pero Clint Eastwood quiso imponer un toque europeo y eligió a Petersen como director. La combinación funciona perfectamente. La película tiene la sólida factura técnica y el sentido del ritmo de los mejores films norteamericanos. Y, a la vez, mima a sus personajes, mostrando en profundidad sus respectivos caracteres. Petersen mueve magistralmente la cámara en todo momento. Le da igual que sean espectaculares travellings, grandes panorámicas o cercanísimos planos de detalle. Todas sus imágenes -brillantemente fotografiadas por John Bailey y montadas por Anne V. Coates- tienen una fuerza visual enorme. Mención aparte merece otro europeo, el italiano Ennio Morricone, autor de una inquietante banda sonora de muchos quilates.
A esta puesta en escena le dan hondura y humanidad unas interpretaciones casi perfectas. Eastwood, en un papel que incorpora elementos de la serie de Harry el sucio, demuestra por qué lleva tantos años entre los actores más cotizados de Hollywood. Hasta se atreve con un intenso llanto ante las cámaras, que seguramente engrose las antologías. Por su parte, John Malkovich llena la pantalla cada vez que asoma, aunque sólo sea con la voz. El duelo psicológico entre los dos resulta absolutamente electrizante. Y contagiados por ellos, los demás actores también se mueven a gran altura.
En la línea de fuego tiene ciertos puntos en común con El guardaespaldas, la película de Mick Jackson protagonizada por Kevin Costner. Pero el personaje de Eastwood tiene mucha más entidad dramática que el de Costner. Horrigan, a pesar de sus defectos, es un buen hombre y, por tanto, un buen agente. Tiene un profundo sentido de su trabajo, que le lleva a contener su difícil carácter y sus preferencias personales. A diferencia del desquiciado Leary, para el que la vida y la muerte se han convertido en un juego cruel, Horrigan piensa que sigue habiendo cosas por las que vale la pena morir. En el fondo, su heroísmo radica en su profesionalidad, en su sentido del deber, que trasciende la simple expiación de culpas pasadas.
La película hace una sugestiva simbiosis entre el denso realismo sucio del cine policiaco moderno y el tono contenido del mejor cine negro de la época dorada de Hollywood. Así, junto a diálogos redondos y resoluciones sutiles, al estilo de los films de Humphrey Bogart, hay también abundantes expresiones soeces y un par de concesiones al sexo light. De todos modos, Petersen pasa de puntillas por estos recursos facilones y por la dura violencia de algunas secuencias, provocando la elipsis con rapidez.
Tiene la película una cierta carga de crítica política y social, sobre todo antirrepublicana, pero tampoco se carga mucho la mano en este punto. Aunque resulta sorprendente que en todas las manifestaciones públicas que salen aparezca alguna pancarta con lemas abortistas. ¿Propaganda subliminar, tal vez?