Seducción Peligrosa

TÍTULO ORIGINAL Blue Ice

PRODUCCIÓN Reino Unido - 1992

DURACIÓN 105 min.

DIRECCIÓN

GÉNEROS,

PÚBLICOJóvenes-adultos

CLASIFICACIÓNViolencia, Sensualidad

ESTRENO09/10/1992

Un recurso muy socorrido para promocionar determinadas películas es cambiar su título original por otro más llamativo, que resalte algún aspecto escabroso. Esto es lo que le ha sucedido a Blue Ice, la última película del inglés Russell Mulcahy (Los inmortales I y II, Ricochet), que sólo en un par de secuencias eróticas –más bien escuetas– justifica el título que le han dado en varios países. En realidad, Blue Ice intenta recuperar la vieja fórmula de los films británicos de espías de los años sesenta, aderezada esta vez con un aceptable y nada pretencioso homenaje a Casablanca.

La historia se centra en Harry Anders (Michael Caine), un ex-agente secreto del M16 británico, que dirige en la actualidad un famoso club de jazz en directo. Su status de vividor se ve turbado cuando se enamora de la joven esposa del embajador norteamericano en Londres (Sean Young). Esta relación ocasional le obligará a intervenir en un turbio caso de tráfico de armas, en el que está implicada hasta la propia policía británica.

La película resulta entretenida, mezcla bien la descripción de caracteres con las escenas de acción y está bien narrada. Además, cuenta con la atractiva resolución estética que suele dar Mulcahy a sus obras, aquí especialmente brillante en el primer asesinato y en la agobiante secuencia del interrogatorio al protagonista.

Por otra parte, el film permite reencontrarse con un Michael Caine espléndido, en un papel a su medida que recuerda algunas de sus anteriores caracterizaciones en films como Ipcress o Funeral en Berlín. Su personaje, cínico e irónico, está muy bien perfilado en el guión de Ron Hutchinson, a través de esos pequeños detalles que dan entidad a un buen retrato y a una buena ambientación. Hay que destacar también las breves pero intensas apariciones de tres grandes actores británicos: Bob Hoskins, Iam Holm y Jack Shepherd. Desde el punto de vista artístico, lo peor es la última secuencia, resuelta sin mucha imaginación y excesiva en todos los sentidos.

Ciertamente, la película no tiene la elegancia y la sutileza de los clásicos del género. Más bien es violenta y asumidamente amoral. Pero sin cargar mucho la mano, casi siempre dentro de los viejos cánones del thriller, con ese regusto agridulce típico del cine negro.

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