La novela Germinal, de Émile Zola, es una dura y realista historia sobre una huelga de mineros en el norte de Francia, en la década de 1860, y se centra en la vida miserable de los obreros de Montsou, donde las estrecheces económicas, el hacinamiento en casas paupérrimas y la falta de comida forman parte de la vida cotidiana.
La llegada de Étienne Lantier (Louis Peres), un joven revolucionario de Lille, trae esperanza y cambia radicalmente la vida del pueblo. Ante la drástica reducción de salarios por parte del patrón de la mina (Guillaume de Tonquedec), el liderazgo del joven Lantier conduce a los mineros a una huelga general.
Quinta vez que Geminal se lleva a la pantalla, segunda de ellas en formato serie: desde la primera versión, de 1913, hasta la más conocida, de 1993, dirigida por Claude Berri, y con un espléndido Gérard Depardieu. Se trata de un proyecto ajustado (12 millones de euros de presupuesto) y se encarga la dirección a David Hourrègue (Skam Francia), con un resultado francamente prometedor. El guion, obra principal de Julien Lilti (Hipócrates), se adapta con fidelidad a su referente novelesco. Virtud de la novela, que mantiene el guion, es el despliegue de un gran número de personajes, los que consigue desarrollar con profundidad y solidez a lo largo de los episodios. La trama va in crescendo a partir del tercer capítulo, momento en el que la acción narrativa es más intensa. Los actores, en su mayoría desconocidos –exceptuando a De Tonquedec (El nombre)–, realizan un trabajo creíble y solvente.
La serie refleja, como la novela, las fuertes e irreversibles desigualdades entre proletarios y patrones. En ambos grupos sociales se muestran, con sinceridad, algunos comportamientos loables; aunque se incide más en las actitudes reprobables –en ocasiones explícitas en exceso–, especialmente entre la clase alta: la violencia en todas sus manifestaciones, la infidelidad, la venganza y los celos homicidas. Por contraste, destaca la actitud irreprochable de uno de los protagonistas, Toussaint Mahou (Thierry Godard).
Se mantienen las ideas de fondo y la visión de la realidad de Zola, aunque en la serie están ciertamente diluidas, en favor del interés de la trama. Influido por el socialismo, el escritor francés legitima el asociacionismo obrero y presenta las distintas opciones revolucionarias encarnadas en el tabernero Rasseneur (reformista); Pluchart, enviado de la Internacional (marxista), y Souvarine, el saboteador de la mina (anarquista).
En la serie emerge, puntualmente y más matizada, la crítica a la religión y a la hipocresía del clero. Asimismo, conviene destacar el fundamento argumental: el determinismo filosófico, que niega el libre albedrío: los obreros, tras fuertes luchas y desgracias, continúan con su pobreza y desamparo ante la imposibilidad de cambiar su futuro, si bien se ha sembrado una semilla futura que acabará germinando (de ahí el sugerente título, que remite al séptimo mes del calendario de la Revolución francesa).
Estamos ante una inteligente y considerable versión de otro clásico decimonónico francés, tras Los Miserables (1998, 2012) o Cyrano de Bergerac (1990, 2021). O sobre la vida de los escritores de ese siglo, como Balzac –Las ilusiones perdidas (2021)– o Edmond Rostand –Cartas a Roxane (2018)–. No obstante, todas ellas quedan a la zaga de la adaptación de la novela La bestia humana, de Zola, que plasmaron en sendas obras maestras dos genios del séptimo arte como fueron Jean Renoir y Fritz Lang (La bestia, Deseos humanos).