La historia de Harry Potter y su lucha con Voldermort cambió de tono desde el episodio de la Orden del Fénix: se aleja de la famosa escuela de magia y se centra en la maduración de los adolescentes. El mal crece y el mundo se vuelve más siniestro. La muerte, con todo lo que implica, irrumpe con fuerza. Precisamente entonces, David Yates pasó a dirigir las adaptaciones cinematográficas, y en la primera que realizó decepcionó a su público, los incondicionales de Harry Potter, expertos en el libro. La siguiente mejoró, y esta vez se ha superado, aunque creo que el mérito no es suyo.
Tras la muerte de Dumbledore sólo queda Harry Potter para enfrentarse a Voldemort. Harry debe localizar los horrocruxes, objetos mágicos que contienen trozos del alma de Voldemort, y destruirlos. Harry contará, como siempre, con la ayuda de Ron y de Hermione, y unas pistas que les dejó el profesor Dumbledore en su testamento, pero estarán solos contra todo el mundo; ellos mantienen la esperanza de todos aquellos que todavía no han sucumbido a la fascinación del lado oscuro.
La historia es más negra que nunca: comienza como un cuento de terror y luego se mantiene alejada de las ingenuas fantasías de sus primeras aventuras, y sigue la senda del héroe. Son tres quienes emprenden el viaje iniciático, siguiendo de cerca lo que marca el libro, detalle que los lectores agradecerán al director y al guionista. Esta vez no se verán decepcionados; no así los no iniciados, que verán demasiados personajes, demasiadas aventuras, con escasa explicación.
David Yates rueda con solvencia y, lejos de la célebre Hogwarts, cuida la puesta en escena, los decorados, y todo un plantel de secundarios que aportan un encanto muy real a esta penúltima entrega.