César y Arthur son muy distintos, pero son grandes amigos desde la infancia. Cuando descubren que uno tiene un cáncer terminal, decide hacer todo lo posible por ayudarle y acompañarle en los últimos días. El problema es que ambos creen que el otro es el enfermo.
El equívoco de partida quita hierro al tema de la enfermedad y permite subrayar el de la amistad: la voluntad de los dos de dar al otro lo mejor que tiene. Esta idea hace grande la película que, además, cuenta con dos excelentes actores para hacerla creíble: Fabrice Luchini y Patrick Bruel; tándem probado. Tanto, que se podría decir que es demasiado actor para tan poco drama. Le sobran unos pocos minutos y, algún cliché, pero se disfruta igualmente.