“Su misión…, si decide aceptarla… ¿alguna vez la ha rechazado?”. Ethan Hunt (Tom Cruise) siempre acepta las misiones imposibles que le encargan. Si a eso le añades los ya conocidísimos acordes de la franquicia –que aquí llenan la sala, como no podía ser de otro modo–, tienes otra muy entretenida Misión: Imposible. Y van seis. La segunda y la tercera perdieron fuelle; pero Brad Bird –sí, el director de Ratatouille y Los Increíbles, dos grandes de Pixar– la recuperó con un más que fantástico cuarto capítulo, Protocolo Fantasma. Christopher McQuarrie dejó muy bien el listón de su predecesor y ahora ha vuelto a tomar el timón, también como guionista.
En Misión: Imposible – Fallout, Ethan Hunt, por intentar defender a sus compañeros de equipo, ha perdido tres núcleos de plutonio, que habían sido robados para fabricar bombas atómicas y hacer daño a escala mundial. Una misión fallida, vaya. Este descuido no ha gustado nada a la CIA y desconfían de Hunt. Por eso, quieren apartarle de la misión de recuperar los núcleos, y le ponen al lado a August Walker (Henry Cavill). La pista les llevará hasta Salomon Lane (Sean Harris), capturado en el capítulo anterior, cuyos discípulos, llamados Los Apóstoles, tienen todas las de ganar a la hora de poner en marcha las bombas.
McQuarrie ha colaborado unas cuantas veces con Tom Cruise: se nota que trabajan bien juntos, ya sea como guionista (La Momia, Valkiria), o como realizador (Jack Reacher). Aquí, exprime el personaje de Hunt, sacándole su faceta más humana. Sorprende, de hecho, muy positivamente, las veces en que se plantea, durante la historia, la bondad o maldad de ciertas actuaciones. Ethan Hunt no es un superhéroe, sino un humano y, como tal, McQuarrie consigue hacerlo verosímil.
“Verosímil”, que no creíble. La película está tan bien llevada como para que el espectador pueda suspender la realidad durante más de dos horas que se pasan volando y con la adrenalina por las nubes. Sabes que todo es increíble, pero lo aceptas. Porque entretiene, y mucho. Es imposible, sí. Como imposible es saltar edificios (uno de estos saltos, por cierto, provocó una lesión a Cruise); pilotar helicópteros sin tener ni idea; pelear con el tío más fuerte del mundo y apenas notar un rasguño; ir en moto a toda mecha por el centro de París, sin casco, y no chocar con nadie… Pero ¿qué más da?: es lo que esperas. Siempre que te lo cuenten bien.
Y así es Misión: Imposible – Fallout: una película de acción –quizás de las mejores que he visto en los últimos años– muy bien construida: buen guion, con giros inesperados; buena recreación de personajes. De París, a Londres. Y de Londres, al lejano Oriente. Es verdad que algunas veces te pierdes en explicaciones “pseudocientíficas” e “históricas”, pero es parte de estos blockbusters que, además, tienen un pasado de varias películas.
Por supuesto, la banda sonora, como mencionaba al principio, llena todo el metraje. No porque sea muy destacable en sí misma, sino porque Lorne Balfe, el compositor, sabe cómo y cuándo presentarte los famosos acordes. Especialmente interesante es lo que hace en los créditos iniciales para meterte desde el minuto uno.
Cómo no, en una misión…, digo, en una película de estas características, no faltan notas de humor. Sobre todo de manos de Simon Pegg, como el técnico, gran amigo de Ethan, al que, no se sabe cómo, siempre le acaba tocando la peor parte. Un clásico ya en el equipo del FMI de Hunt.