En una señorial mansión de campo, el anciano autor de novelas policíacas Harlan Thrombey (Christopher Plummer) aparece muerto en su habitación en lo que parece un suicidio, y toda su familia, reunida allí por su 85 cumpleaños, así lo considera. Pero alguien desconocido no lo cree y contrata los servicios del famoso detective privado Benoit Blanc (Daniel Craig). La investigación se complica cuando el notario de la familia hace saber que el millonario señor Thrombey cambió su testamento poco antes de morir.
La película consigue armonizar a la perfección una trama endiablada a lo Agatha Christie, un personaje perspicaz propio de Conan Doyle, un ambiente de intriga cerrado tipo Cluedo y una mordaz ironía social que recuerda a Woody Allen. Y, por si fuera poco, ofrece un final luminoso en el que triunfa la bondad, al más puro estilo capriano.
Esta combinación tan arriesgada funciona como un reloj en una cinta en la que el humor, el suspense y el drama se funden para dar entretenimiento de principio a fin y dejar al espectador un buen sabor de boca.
El director y guionista, Rian Johnson, ha probado todos los géneros, desde Star Wars: Los últimos Jedi (2017) hasta series de éxito como Breaking Bad. Quizá por ello navega con soltura en medio de tantos registros y es capaz de culminar con éxito un puzle imposible. Además, cuenta con un reparto que hace que la coralidad del film brille con luz propia. A los actores citados se añade una magnífica Ana de Armas, unas divertidas Jamie Lee Curtis y Toni Collette, y la presencia casi irónica de Frank Oz, el creador de los teleñecos, por citar solo algunos.
Pero la película no solo es un brillante entretenimiento. Es una crítica de una sociedad que ha hecho del dinero y la seguridad sus valores supremos, y a la vez es un elogio de la bondad, de la pureza de corazón y de la gratuidad, no casualmente encarnada en una inmigrante latina.