Es una buena idea para un guión la de imaginar al joven William Shakespeare en el momento de escribir a sus 30 años Romeo y Julieta –urgido por sus acreedores, por el dueño del teatro y por su propio enamoramiento–. Viola (Gwyneth Paltrow), loca por el teatro, se presenta a Will (Joseph Fiennes), disfrazada de chico, para el papel de Romeo (las mujeres no podían subir al escenario: el papel de Julieta lo hará un jovencito). Will se siente atraído por «Romeo» y le sigue hasta su lujosa casa, donde descubre que es una chica, Viola. Guardan ambos el secreto, y también el de sus frecuentes encuentros pasionales.
La película ha sido este año toda una apoteosis de los óscares. Dicen que el vestuario, que entre los ricos y aristócratas es un deslumbre, ha sido rigurosamente confeccionado según los cánones del XVI, y los teatros e interiores; y así debe de ser. Música romántica para esta idea y con una pareja ideal para un relato romántico…
Pero el relato no es romántico: porque no hay sentimientos tiernos, sino continuas y desatadas escenas de cama; no es generoso, sino egoísta: Shakespeare tiene a su mujer en Stratford, y Viola se va a casar por frío interés con un aristócrata; no es soñador el relato: los dos tienen los pies bien puestos en el suelo: la rica Viola, su futura posición social, y Will, el éxito de taquilla de su obra y el dinero.
Así que es más cierta la otra parte del anuncio publicitario: personajes del siglo XX en un ambiente –vestidos y decorados– del XVI. Personajes modernos, quizá representativos de una cierta realidad social, pero sin duda no arquetípicos, no modélicos, para una supuesta historia de amor romántico.