En 1975 Venezuela vivía un periodo de prosperidad democrática fruto del pacto de Punto Fijo. En ese momento la publicación de este libro de Carlos Rangel pareció a muchos inoportuno o exagerado. Hoy, más de treinta años después, la nueva edición resulta aún más oportuna que la primera, y constata su condición de clásico, de actualidad constante, independiente del momento.
En Del buen salvaje al buen revolucionario, el autor analiza lo que denomina “el fracaso de Latinoamérica” partiendo de una premisa: “en Latinoamérica el subdesarrollo económico es consecuencia del subdesarrollo político, y no al contrario”, y la revolución no es más que el fruto de este subdesarrollo y termina por arruinar aun más lo que pretendía salvar.
Entre las causas de este subdesarrollo político se encuentran, según el autor, el indigenismo, que reivindica la figura del buen salvaje que vivía en armonía hasta la aparición de la propiedad privada y vive reivindicando ese mítico estado de naturaleza; el populismo que impone el divorcio entre discurso y realidad; la teoría de la dependencia, fruto de la retórica leninista adoptada por el movimiento no alineado que supone una dejación de responsabilidad justificante y paralizante; y el antiimperialismo, promovido estratégicamente por el comunismo, que sustentó cualquier movimiento revolucionario de “liberación” nacional. Frente a esto, el autor reivindica el carácter occidental de Latinoamérica y su “normalidad” económica, social y democrática, con lo que supone asumir la responsabilidad del retraso.
A la hora de analizar los actores implicados en el proceso, el texto se detiene especialmente en el papel de Estados Unidos, el proceso de independencia hispanoamericana, y la influencia del marxismo y de la Iglesia católica.
Desde la más profunda admiración hacia el modelo de progreso de los Estados Unidos, Rangel explica las causas del sentimiento antiamericano predominante en Latinoamérica. Lo sitúa en el Corolario Roosevelt, a comienzos del siglo XX, y su explosión en la doctrina Dulles de mediados de siglo que produjo toda una serie de intervenciones de “estabilización” en la región, que instalaban regímenes dictatoriales cercanos a Estados Unidos. Hubo un cambio de orientación, pero no de percepción, con la Alianza para el Progreso, propugnada por Kennedy, para impulsar el progreso político, económico y social.
Con sensación de frustración se analiza el proceso de independencia, que se describe casi como proceso de desintegración. Especialmente interesante resulta su análisis del marxismo y su estrategia de expansión tras la II Internacional. En este punto Rangel apunta al APRA, de Víctor Haya de la Torre, como realidad determinante de la vida política latinoamericana del siglo XX, y principal causante de la expansión de las ideas comunistas que Fidel Castro transformará de mito en realidad.
Quizás lo más sorprendente es el capítulo que dedica a la Iglesia, institución que juzga desde la óptica del poder, y a la que, de manera inconsecuente con la tesis de autorresponsabilidad de todo el libro, declara auténtica culpable histórica de todos los males del continente, proclamándola aliada estratégica del marxismo. A través de una interpretación muy parcial del papel de la Iglesia en el descubrimiento y la conquista de América y la evolución de la Iglesia durante el siglo XX, y siguiendo el esquema weberiano de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Rangel concluye que la diferencia entre el éxito norteamericano y el fracaso latinoamericano es precisamente la diferencia entre el catolicismo y el protestantismo. No advierte aquí que la llegada del protestantismo a Estados Unidos se produce a mediados del siglo XVIII, cuando en Latinoamérica se empieza a extender entre las elites las ideas del anticlericalismo ilustrado. Lo más curioso de todo es que de esta forma desvincula, aunque sea implícitamente, la labor de la Iglesia de la extensión del espíritu occidental, que se convertirá así en algo sin sustancia, sin raíz, vacío.
Por último cabe destacar el análisis de las formas de poder políticas en Latinoamérica, en las que repasa modelos como el caudillismo, el partido militar, el peronismo, los demócratas a contracorriente como Rómulo Betancourt, o los experimentalismos como el de Allende, para terminar analizando las dictaduras en Perú y Cuba. El conjunto ayuda a entender la realidad actual de Latinoamérica como el fruto de una historia que a la luz de esta explicación resulta un poco más comprensible.