Espasa. Madrid (2006). 265 págs. 21,90 €.
La tarea que parece haberse propuesto Innerarity en «El nuevo espacio público» es doble. Por una parte, ofrece orientaciones para adaptar la acción política a los desafíos que plantean las circunstancias históricas actuales; pero, a la vez, propone -y quizá eso le interese más todavía- un sentido de la verdadera naturaleza de la política. Las dos cuestiones -una, más de carácter descriptivo y la otra, si se quiere, más prescriptiva- se encuentran completamente entrelazadas a lo largo del libro, de modo que la existencia de dos dimensiones diferentes podría pasar inadvertida. Pero, en este apunte de la última entrega de Innerarity -la cuarta en cinco años, tras «Ética de la hospitalidad» (ver Aceprensa 102/01), «La transformación de la política» (ver Aceprensa 168/02) y «La sociedad invisible» (ver Aceprensa 2/05)- conviene dejar constancia de tal duplicidad de planos.
El empeño del autor por hacerse cargo de la realidad social es tan fuerte como su afán por explicar la naturaleza de lo político. Por eso, algo que hay que agradecerle es la abundancia de lúcidas observaciones que ayudan a comprender adecuadamente el mundo en que vivimos y, por tanto, a asumir los verdaderos retos de la política, no los imaginados.
Pero «El nuevo espacio público» es también una propuesta «fuerte» sobre la acción política. En apretada síntesis, puede decirse que la invitación de Innerarity reside en comprender la política como la generación de un «novum»; algo que representa una novedad que trasciende a los actores individuales o colectivos que interactúan en el espacio público. En realidad, tal novedad es, precisamente, el espacio público: algo que sólo se constituye en el momento en que los actores sociales transcienden su privacidad (individual o colectiva) para abrirse a lo común, a ese espacio en el que estamos obligados a entendernos porque es de todos, sin que sea exclusivamente de nadie. En ese sentido, el autor aboga por una comprensión constructivista de la política, que le lleva a una comprensión también constructivista de los bienes comunes que representan el horizonte del nuevo espacio público.
En deuda con el republicanismo y con la democracia deliberativa, Innerarity entiende que lo público -en una sociedad marcada intensamente por el pluralismo, la heterogeneidad y las diferencias- no puede articularse como una negociación entre intereses privados, sino como la construcción de algo común; eso común sólo puede comparecer, por otra parte, a través de la deliberación racional, en la que han de justificarse los intereses, peculiaridades o perspectivas privadas como susceptibles de configurar lo público y, por tanto, -así le gusta expresarlo- como «composibles».
Junto a la acostumbrada elegancia expositiva del autor, destaca su insistencia en incorporar al espacio público las cada vez más presentes diferencias entre los integrantes de la sociedad. Frente a un ideal de justicia basado en la individualidad abstracta -tratar a todos por igual, con independencia de sus particulares rasgos diferenciadores-, la justicia estaría requiriendo en el momento actual incorporar las diferencias, con objeto de modificar las posibles situaciones de dominación por parte de unas mayorías (culturales, de género o del tipo que sean).
Desde luego, la propuesta de Innerarity de un espacio público capaz de acoger a todos, a la vez que trasciende -incorporándolas, de algún modo- todas las preferencias particulares, resulta atractiva, sobre todo en el marco de unas sociedades enormemente plurales y marcadas por las diferencias. Sin embargo, no estoy seguro de que su propuesta -si la he entendido bien- sea del todo realista, pues el problema de la articulación política de lo diverso es, precisamente, que en muchas ocasiones las diferencias son irreductibles y en absoluto son, con expresión del autor, «composibles».
Francisco Santamaría