Parece que ha pasado el tiempo de la teoría política basada en el individuo y ha llegado el momento de reivindicar la importancia del grupo social. No es de extrañar que se haya generalizado el estudio de la relevancia pública de la identidad. Amy Gutmann, rectora de la Universidad de Pensilvania y experta en teoría política, ocupada en temas como la educación democrática y el multiculturalismo, trata ahora de analizar el funcionamiento de los grupos identitarios en los sistemas democráticos.
El ensayo, en el que prima el enfoque académico y se presta atención a problemas reales, relaciona la identidad de los grupos sociales con la búsqueda de la igualdad y la justicia. En efecto, la pertenencia a un grupo no solo favorece el sentimiento de pertenencia social del individuo y su propia identidad a lo largo del tiempo, sino que también canaliza sus reivindicaciones. Muy asépticamente, Gutmann sostiene obviamente que la valoración de los grupos ha de estar relacionada con sus objetivos: si sus intereses son justos y concilian con los principios democráticos, serán aceptadas sus reclamaciones; en caso contrario, han de ser rechazadas.
Los grupos de identidad que la autora toma en consideración son los políticamente activos, pero que desarrollan sus funciones al margen del poder. Distingue entre los grupos culturales, los voluntarios, los de adscripción -basados en ciertos “marcadores” que, según la autora, vienen dados: etnia, color y, a su juicio, orientación sexual…- y los religiosos. Basándose en casos reales, Gutmann puede afirmar que la igualdad de derechos ha estado conectada con el desarrollo de ciertas identidades grupales, como en el caso de las mujeres o los negros.
La identidad en democracia es, en este sentido, un buen ensayo para conocer el funcionamiento de los grupos de identidad y su dinámica activista. En ocasiones, sin embargo, faltan precisiones importantes. Es lo que ocurre al tratar la identidad cultural: Gutmann advierte que la cultura es, tal vez, el fenómeno más abarcador, pero no precisa más. En el caso de la identidad religiosa, aunque afirma que no se debe separar tajantemente el ámbito privado -el de las creencias- del público, lo hace por los posibles conflictos de conciencia, sin valorar positivamente el papel de la religión en el interés público.
El problema, y Gutmann no tiene más remedio que dar la razón a los detractores de las políticas basadas en la identidad, es que a veces los grupos han aumentado su poder en detrimento de la igualdad democrática. Sin embargo, pese a señalar que los límites de cualquier reivindicación son los principios democráticos, el ensayo no aclara mucho más. Precisamente ahí reside, sin embargo, el tema más espinoso. Basta para ello seguir el debate sobre el matrimonio homosexual en California para ver que el sentido de la igualdad es, justamente, el asunto más controvertido.
En cualquier caso, la reflexión sobre el papel de la identidad en la conformación política de la sociedad contribuye a mover esa separación artificial que la teoría individualista y liberal había promovido. Además sirve para comprender que la sociedad es el actor político más importante, por encima de partidos y administraciones.