Tusquets. Barcelona (2005). 418 págs. 20 €.
Con «Menos utopía y más libertad», Rivera, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, realiza, según propia confesión, una defensa del liberalismo, aunque debería matizarse qué es lo que entiende el autor por pensamiento liberal. De hecho, en las últimas páginas llega a afirmar que el «liberalismo fraternalista e igualitarista» que propone constituye la única salida que le queda a la izquierda si no quiere quedar marginada del panorama político actual.
Rivera analiza la forma actual de Estado, sociedad y mercado y entiende la evolución de las sociedades tal y como lo hacía Hayek, autor muy presente en estas páginas de manera explícita o implícita. Por ello genéticamente considera imposible decantarse por las teorías contractualistas: antes bien, sostiene que las instituciones y las formas políticas surgen de manera espontánea, gracias a la coordinación impremeditada de los actores sociales.
Entender la sociedad como un sistema cooperativo que a través de las normas jurídicas hace posible un cierto orden no constituye ninguna novedad. El liberalismo siempre ha encontrado en las normas sociales la clave para conciliar el equilibrio que posibilita la convivencia con la libertad de los individuos.
Tal vez su análisis sea demasiado calculador y matemático debido a un concepto de hombre como sujeto completamente autónomo, que actúa en busca de su interés. Recuerda a Kant, pero sobre todo es una opción decidida por el individuo que aparece en los escritos de Rawls, completamente independiente de su contexto cultural, familiar, etc. Esto tiene unas consecuencias bastantes claras: separación tajante entre ética privada y pública, eliminación de cualquier contenido moral en la política y el derecho, negación de la existencia de un bien o finalidad común. Y, como correlato, cierto relativismo moral, ya que las preferencias individuales merecen el mismo respeto con independencia de su contenido.
La tercera y la cuarta parte del libro están dedicadas a la exposición crítica de teorías políticas alternativas, como el comunitarismo, el republicanismo, el nacionalismo y el multiculturalismo. Es una buena introducción a las mismas. Por otro lado, para Rivera las concepciones que no son estrictamente liberales se revelan incompatibles con la libertad al fundamentarse en bienes superiores al individuo -ya sea la participación política, la nación, la cultura, etc.-.
Al lector medianamente informado puede causarle asombro que Rivera defienda en ocasiones un liberalismo clásico y en otras acabe por dar la razón a los planteamientos redistribucionistas de los liberales americanos como Rawls. Entre otras cosas porque no discrimina entre las diferentes concepciones liberales mencionadas -no tiene nada que ver el liberalismo de la Escuela Austriaca con el americano o francés, escorado a la izquierda-.
De otro lado, no se entiende por qué Rivera favorece el igualitarismo, cuando en ocasiones se ha demostrado que contradice la libertad. ¿No será que también él está sojuzgado por una particular visión del mundo, no tan aséptica y neutral como pretende?
Pero la perplejidad se solventa al leer que el camino ideológico de Rivera, desde el progresismo socialista al liberalismo igualitarista, lo ha hecho de la mano de Fernando Savater, a quien dedica multitud de elogios. Por eso tampoco extrañan las invectivas contra la religión.
En realidad estas páginas, aunque tienen muchas sugerencias, retienen ese aire del intelectual ilustrado, escéptico y tan racional que acaba escribiendo disparates de forma apasionada. Y pone en evidencia lo que a veces se ha achacado al liberalismo: como doctrina política, puede resultar eficaz, pero le falta el sustento antropológico.
Josemaría Carabante