Destino. Barcelona (1998). 200 págs. 2.100 ptas. Traducción: Ferran Meler.
El estudio del nacionalismo ocupó el mayor esfuerzo intelectual del antropólogo y filósofo Ernest Gellner (1925-1995). Nacido en Praga de familia judía, fue profesor de la London School of Economics y de la Universidad de Cambridge. Este libro póstumo resume las líneas maestras de su pensamiento sobre esta cuestión, con la concisión y madurez de un testamento intelectual.
Es claro que a Gellner no le gustaba el nacionalismo. Pero en vez de descartarlo como una teoría arcaica, considera que es una parte ineludible del mundo moderno. De hecho, su explicación se basa en que el nacionalismo aparece en la transición de la sociedad agraria al mundo industrial, y como consecuencia de determinadas condiciones sociales. En el mundo agrario, la unidad política característica era o mucho más pequeña que los límites de una cultura (ciudades-Estado) o mucho más amplia (imperios culturalmente eclécticos). Son sociedades sensibles al rango social y no a la similitud cultural. Es en el mundo industrial, con una población móvil, anónima y más educada, cuando surge en algunos sitios la tesis nacionalista de que la semejanza cultural es el vínculo social básico. Idea que, a menudo, es el modo de protegerse frente a la competencia de los miembros, más numerosos y acomodados, del grupo dominante en la situación previa.
Frente a la tesis de que el nacionalismo es un fenómeno natural, Gellner defiende su carácter histórico, ligado a la aparición del Estado-nación; y, contra la supuesta universalidad de los sentimientos nacionalistas, mantiene que en muchas sociedades y a lo largo de muchos periodos históricos el nacionalismo ha brillado y brilla por su ausencia. A su juicio, el sentido de la etnicidad, la identificación con una nación y la expresión política de esta identificación no constituyen algo inmemorial, sino un fenómeno moderno y principalmente europeo.
Más a modo de esperanza que de predicción, Gellner señala que le gustaría llegar a un sistema político donde los organismos encargados de velar por el medio ambiente o combatir el tráfico de drogas tuvieran un marco más grande que los límites étnicos, mientras que el organismo que administre el sistema escolar y de bienestar tenga un carácter subétnico. De un modo u otro, se trataría de separar el amor a la propia cultura de la obsesión por el territorio y la soberanía.
Respecto a obras anteriores, este libro representa el análisis más maduro de Ernest Gellner, con sus teorías de las «zonas horarias» y de las fases históricas del nacionalismo en Europa. A la vez, por su brevedad, algunos aspectos quedan sólo esbozados, con más sugerencias que argumentaciones. En cualquier caso, es un libro con pistas valiosas para un debate racional sobre el nacionalismo.
Ignacio Aréchaga