Paradojas del individualismo

Victoria Camps

GÉNERO

Crítica. Barcelona (1993). 201 págs. 1.950 ptas.

El libro se compone de doce ensayos -hilados con la crítica al individualismo- que pasan de la descripción más pesimista de la sociedad actual a la esperanza más firme en la democracia y el diálogo.

Camps, catedrática de Ética de la Universidad Autónoma de Barcelona, no cree, como Aristóteles, que el hombre sea un animal político, con fines naturales a los que la ley presta cauce. Al contrario, el individuo puede llegar a ser cualquier cosa, su libertad es «propiamente autonomía». Pero la paradoja es que el individuo autónomo se deja moldear por los grupos dominantes de la sociedad.»Una sociedad individualista, materialista y hedonista que ama por encima de todo el dinero, pero no lo dice», amenaza con disolver la autonomía del individuo entre la desidia y el miedo. De hecho, la sociedad individualista está favoreciendo la pasividad de las personas, que se desentienden de la vida pública y de los intereses comunes.

En este sentido, el libro intenta una recuperación del individuo, proponiendo como metas la autonomía, la pluralidad y la humanidad. Para lograr esta regeneración, la autora aboga por el socialismo, la educación cívica y la cultura generalizada, antes que la recuperación de los valores religiosos y familiares. No parece valorar mucho que tanto la familia como la religión llevan a superar los deseos egoístas para interesarse por los demás.

El nacionalismo, el peligro de la tribalización de la sociedad, el papel informativo-formativo de los medios de comunicación, la crítica al consumismo y al utilitarismo son los temas más interesantes del libro.

Sin embargo, en un intento de romper el mito yuppie del «trabajo por encima de todo», acaba devaluando su mismo sentido. Según la autora, todo trabajo aliena, puesto que pertenece al reino de la necesidad. El trabajo queda así en función del tiempo libre, que nos pertenece más enteramente.

Descartando sin argumentos toda fundamentación trascendente de la ética (vivimos «en este mundo sin dios»), las normas últimas acaban confiándose a la panacea habermasiana del innegociable diálogo entre los hombres. Una solución muy política para la ética.

José María Garrido

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