Una sobria inquietud. Karl Löwith y la filosofía

TÍTULO ORIGINALUna sobria inquietudine. Karl Löwith e la filosofia

GÉNERO

Katz Editores. Buenos Aires (2006). 235 págs. 18 €. Traducción: Sergio Sánchez.

Karl Löwith fue uno de los primeros discípulos de Heidegger, a quien conoció a través de E. Husserl en Friburgo, por los años veinte. Como cuenta E. Donaggio en esta introducción a su vida y su obra, la relación con el maestro marcó su biografía, desde que le asombró la brillantez de Heidegger hasta que se levantó contra él con una de las críticas más contundentes que se han hecho de su pensamiento -en obras como «Heidegger, pensador de un tiempo indigente», reeditada ahora en castellano-.

Los primeros ensayos de Löwith, entre ellos su tesis doctoral, revelan una tendencia que fue cultivada casi de forma coetánea por otros intelectuales judíos: la filosofía del diálogo, con una poderosa influencia en las corrientes personalistas posteriores. Como Buber, por ejemplo, Löwith intentó analizar al ser humano desde la perspectiva del encuentro con sus semejantes, profundizando en la relación yo-tú. De hecho es por esta época, en los años treinta, cuando comienza a poner en entredicho la base antropológica de la filosofía heideggeriana, en la que los sujetos, centrados en su existencia, no pueden comunicarse.

No es de extrañar que Löwith, a partir de estos análisis, recalara en la crítica al historicismo. Descubrió que los errores sobre el hombre son simplemente las consecuencias de unos planteamientos ontológicos igualmente erróneos. De esta forma comenzará a repasar la historia de la filosofía moderna -ofreciendo al lector una de las más sutiles panorámicas sobre la misma en «De Hegel a Nietzsche»- en la que observa cierta pérdida de la referencia a la verdad o, lo que es lo mismo, una «desnaturalización» de la función principal de la filosofía, como sostiene Donaggio.

Si el filósofo ya no puede buscar la esencia imperecedera de las cosas, ¿cuál es su misión? Löwith se niega a aceptar aquella postura que concibe al pensador como un simple propagador de un final nihilista. Por ello emprende una búsqueda incesante de la verdad, una verdad que no dependa de la historia.

Como sucede con otros pensadores -es el caso de Leo Strauss, a quien le unen, además de la amistad, inquietudes similares-, no tiene más remedio que acudir a las fuentes de la civilización occidental: filosofía griega y cristianismo, aunque no lo haga con el fin de reivindicarlas. Constata que tanto la metafísica clásica como la teología cristiana señalaban unos límites a la especulación y al paso del tiempo, de forma que la verdad resultaba independiente del transcurso de la historia. Sin referencia a Dios, la cosmología de Löwith transitará por el camino de un mundo autosuficiente.

Una sobria inquietud constituye, además, un valioso testimonio de la lucha de los intelectuales judíos contra el nazismo y las penurias que atravesaron durante su exilio. La adhesión de Heidegger al régimen fue un motivo importante de distanciamiento. Löwith consiguió, a través del teólogo protestante Paul Tillich, una cátedra en Japón, pero no consiguió adaptarse. Más tarde ocupó un puesto de profesor en la Universidad de Chicago y regresó a su Alemania natal. Por esto, junto con Löwith, en estas páginas se encuentra una síntesis de la historia cultural alemana: desde Husserl a Gadamer y hasta Habermas.

La vida y la obra de Löwith se resumen, pues, en un permanente esfuerzo por enfrentarse a la realidad del totalitarismo, aunque no lo haga desde la perspectiva estrictamente política, sino desde una reflexión filosófica más profunda.

Josemaría Carabante

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