Kinshasa. Dos brotes de rebelión en el este de la República Democrática del Congo ponen en peligro el proceso de paz. Las tropas de la misión de la ONU (Monuc) han intervenido tímidamente más en defensa propia que a favor del gobierno de Kinshasa, que ha decidido mandar soldados para someter a los rebeldes.
El «acuerdo global inclusivo», firmado el 17 de diciembre de 2002, creó un gobierno provisional y debía conducir a una reconciliación antes del 30 de junio de 2005, tolerando de hecho la división del país en dos partes, a ambos lados de una diagonal noroeste-sureste. La parte suroccidental quedó bajo control del gobierno de Kinshasa, mientras que el Movimiento de Liberación del Congo controla el norte, y las diversas facciones de la Asamblea Congolesa para la Democracia (RCD), el centro y el este, con las estratégicas fronteras de Burundi y Ruanda, países controlados por los tutsis que alimentan la rebelión frente a la mayoría bantú del Congo (equivalente a los hutus de Ruanda y Burundi). La frontera con Uganda en Ituri es controlada por grupos -Union des Patriotes Congolais (UPC)- que ni siquiera han firmado el acuerdo de paz, y que cuentan con el apoyo militar de Uganda, país igualmente controlado por las minoritarias tribus nilótico-somalíes (llamados allí nkole y no tutsis; los bantúes son allí los ganda).
El gobierno provisional entró en funcionamiento a mediados de 2003 (ver servicio 103/03), pero ninguna de las otras instituciones previstas en el acuerdo de paz se ha puesto en marcha: ni la comisión electoral independiente, ni la de verdad y reconciliación, ni la de ética y lucha contra la corrupción, ni se han elegido embajadores (el plazo previsto terminó en 2003), no se ha votado la ley orgánica sobre el ejército…
A fines de mayo, Azarias Ruberwa, jefe de la RCD aupado al cargo de viceprensidente de una república en la que no cree, se sublevó frente al intento gubernamental de controlar a los dos jefes de sus 50.000 soldados en el este. Uno de ellos es el general Laurent Kunda, acusado de las matanzas cometidas en mayo de 2001 por el ejército ruandés en Kisangani. Kunda ocupó a principios de junio la ciudad de Bukavu -junto a la frontera con Ruanda-, sin que intervinieran los 10.800 soldados de la ONU. La población, airada, quemó algunas instalaciones de la Monuc. El 20 de junio, otro de los lugartenientes de Ruberwa, el coronel Jules Mutebutsi, atacó a los gubernamentales en Kamanyola, 40 km al sur de Bukavu, y esta vez la Monuc intervino. Mutebutsi «leyó» el mensaje y se refugió con 350 hombres en Ruanda.
El gobierno de Kinshasa decretó la movilización general y requisó aviones privados para enviar 10.000 hombres al este. Es probable que el presidente Joseph Kabila tomara esta decisión impresionado por el conato de golpe de Estado llevado a cabo por un representante de la «facción dura» de los bantúes originarios de Katanga: el mayor Eric Lenge. El riesgo de ruptura del proceso de paz es muy elevado, y la probabilidad de que los soldados gubernamentales se impongan a los rebeldes apoyados por Ruanda, mínima. A no ser que la Monuc apueste por el gobierno y decida «imponer la paz», tal como le permite el artículo 7 de la Carta de las Naciones Unidas, invocado para enviar los cascos azules al Congo. De momento, sin embargo, Kofi Annan ha declarado que «el mandato de los cascos azules se basaba en un acuerdo de paz, y cuando la guerra estalla, el papel de los cascos azules se detiene».
Philémon Muamba Mumbunda