La violencia urbana de las bandas juveniles africanas, y sus repercusiones en Europa

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La violencia urbana de las bandas juveniles africanas

Las bandas juveniles o “maras” se han hecho tristemente célebres por sus crímenes y por la inseguridad que causan en países centroamericanos como El Salvador u Honduras. Este fenómeno constituye un hecho preocupante también en varias naciones de África, con efectos colaterales cada vez más evidentes en lugares de Europa y Estados Unidos que están relacionados con la inmigracion africana.

En Nigeria, por ejemplo, según una investigación de la BBC sobre los llamados Black Axe (una fraternidad de estudiantes nigerianos que se ha convertido en una temida mafia), se han descubierto nuevas pruebas de su infiltración en la política, así como en estafas y asesinatos en distintas partes del mundo. Los Black Axe son considerados como una “secta”, por sus rituales de iniciación secretos y la intensa lealtad de sus miembros. También son conocidos por ser extremadamente violentos. Según la BBC, los Black Axe se han convertido en uno de los grupos de crimen organizado más peligrosos y de mayor alcance del mundo. Existen miembros de Black Axe en África, Europa, Asia y América del Norte. Incluso puedes tener un correo electrónico de ellos en tu bandeja de entrada.

En Congo-Brazzaville existe un fenómeno similar: los llamados Black Babies, término utilizado para designar a las bandas de adolescentes violentos que se enfrentan entre sí y atacan a la gente. El 30 de junio pasado, por ejemplo, veintiséis black babies, de entre 15 y 20 años, fueron detenidos por la policía y mostrados a los medios en una rueda de prensa. La redada se produjo después de que los mismos jóvenes publicaran en Facebook varios vídeos donde mostraban enfrentamientos entre bandas rivales.

En Abiyán (Costa de Marfil) existen los llamados microbios, que son bandas juveniles parecidas a las de Congo-Brazzaville.

Los “kulunas”

En la República Democrática del Congo, especialmente en Kinsasa, existen los llamados kulunas. Raoul Kienge-Kienge Intudi, catedrático de criminología y director del Centro de Criminología en la Universidad de Kinsasa, es una de las personas que se ha dedicado a investigar este fenómeno, a la vez que propone medidas para atajar el problema de la violencia urbana entre los jóvenes.

Los miembros de las bandas no son solo chicos de la calle, sino también jóvenes que viven con sus familias pero son pobres y recurren al crimen para vivir

Según el Prof. Kienge-Kienge, kuluna es una forma de violencia en la que participan jóvenes, en su mayoría de 17 a 19 años, que atacan y roban a la gente en la calle, operando en pandillas, especialmente en los barrios pobres de Kinsasa. Y cuando la víctima se resiste, la banda puede intimidarla o incluso herirla con machetes. Con los bienes robados, la banda procede a venderlos en el mercado negro, a veces a la misma policía, con el fin de obtener dinero para comer y mantener a la propia familia. Esto suele ocurrir cuando el progenitor está desempleado, o es funcionario estatal o militar o policía y su salario no le permite atender la escolarización y la alimentación diaria de los hijos.

Para algunos, estos jóvenes son considerados como los antiguos niños de la calle (sin padres), que han crecido. Sin embargo, el Prof. Kienge-Kienge demuestra que no es así. De hecho, los kulunas no viven en una familia desestructurada o rota, sino con sus padres. Salen cada día de casa con un machete, se reúnen con sus amigos y luego van a robar o a hacer daño a la gente, normalmente después de consumir drogas.

Como parte de su investigación, el Prof. Kienge-Kienge ha hablado con muchos kulunas para tratar de entender la motivación de tal violencia. De las entrevistas con estos jóvenes y con los líderes de los barrios donde operan, se desprende que estos jóvenes no tienen acceso a los derechos sociales o recursos económicos para atender sus necesidades básicas –alimentación, atención sanitaria, educación…–, ni acceso a un empleo digno.

El problema es doble: muchos jóvenes ven la violencia como un trabajo, una forma de ganar dinero. Y al mismo tiempo, desafían al gobierno para que les faciliten el acceso a los derechos sociales y económicos fundamentales. De esta situación se aprovechan los políticos –tanto del gobierno como de la oposición– para presentarse como defensores de la gente o azuzar la violencia contra los rivales, pero sin llegar a desarrollar las medidas necesarias para atajarla.

Propuestas

Con la inadecuada respuesta del gobierno y la escasa implicación de la sociedad civil y de las organizaciones humanitarias, que ven a los kalunas como un problema de orden público, parecería que esta violencia urbana no tiene solución.

Sin embargo, según el prof. Kienge-Kienge y su equipo del Centro de Criminología de la Universidad de Kinsasa, el problema se puede resolver si se asumen una serie de medidas. En concreto, propone:

  • Ofrecer a los jóvenes de barrios pobres de Kinsasa acceso a sus derechos fundamentales sociales y económicos bajo la forma de un salario social.
  • Darles formación profesional para que puedan sostenerse.
  • Acompañamiento psicosocial y asistencia médica para luchar contra el consumo de drogas.
  • Procurar la cooperación de los jóvenes para reconstruir la convivencia ciudadana en los barrios, con apoyo de las ONG y de la sociedad civil.
  • Constituir organizaciones comunitarias en los barrios, a fin de acompañar a los jóvenes y prevenir que caigan en bandas.

Son medidas ambiciosas que podrían permitir un cambio de escenario, y se podrían experimentar en otros países africanos. La clave es dar recursos a los jóvenes para vivir con dignidad en un contexto de pobreza.

Motor de emigración

La penuria actual de tantos jóvenes africanos favorece no solo formas de violencia urbana en sus países, sino también oleadas de inmigración clandestina a Europa. Muchos corren graves peligros con la esperanza de acceder a unas condiciones de vida decentes, pero a menudo sin ni siquiera tener la cualificación necesaria para ejercer un trabajo, lo que supone una dificultad adicional a la integración de los jóvenes que consiguen atravesar las fronteras europeas.

Con el tiempo, si no se integran, crean problemas de radicalismo y marginalidad como los que se ven en Francia, Bélgica, Reino Unido, etc. Sería, por tanto, oportuno que los Estados y las ONG de Europa apoyaran investigaciones en África sobre la violencia urbana y sus consecuencias en el fenómeno de la migración irregular y otras formas de criminalidad que afectan a los africanos que viven en Europa.

Por otra parte, los países europeos procuran –a cambio de cuantiosos fondos– la cooperación de Estados de la orilla sur del Mediterráneo para frenar los flujos migratorios procedentes del interior de África. Sería más importante atacar el problema en la raíz, a través de la cooperación bilateral, con programas de apoyo a proyectos de promoción para los jóvenes en los barrios pobres de las metrópolis africanas. Teniendo en cuenta las previsiones demográficas de los próximos años, la situación precaria de tantos de ellos será un problema de considerable importancia también para el viejo continente.

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