Crisis de vocaciones (políticas, científicas, sindicales…)

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En medio de una crónica sobre el declive del partido socialdemócrata alemán (SPD), figura un dato alarmante sobre la pirámide de edad de sus 650.000 afiliados: sólo un 4,6% son menores de 30 años; un 9,38% está entre 30 y 40 años; en cambio, los mayores de 60 son el 42,2%. El año pasado el SPD perdió 43.000 afiliados. La escasez de vocaciones que aseguren el relevo generacional es llamativa, y eso que no se exige el celibato y se admite a mujeres. Hans Küng debería escribir algo iluminador sobre esto. No es solo que hayan pasado los tiempos de la utopía revolucionaria. Ya hasta el compromiso socialdemócrata parece demasiado y los jóvenes optan por una creencia política a la carta y sin carnet.

¿Prefieren los jóvenes comprometerse en la lucha sindical? No da la impresión. En los últimos veinte años, los afiliados a los sindicatos han pasado del 32% al 22% de la población activa. No aparecen datos sobre los jóvenes sindicalistas. Pero es sintomático que de los actuales 7,4 millones de afiliados de la Confederación Alemana de Sindicatos, la cuarta parte están ya jubilados. Con lo que es comprensible que los sindicatos estén más preocupados por las pensiones que por el empleo juvenil.

Uno puede entender que partidos y sindicatos no atraigan mucho, ya que siempre suelen disputarse el último lugar en las encuestas sobre instituciones más valoradas. ¿Pero cómo explicarse la desafección de los jóvenes por la ciencia en este mundo secularizado? En Francia –pero también en otros países europeos– la falta de vocaciones científicas es alarmante.

Entre 1995 y 2000, el número de estudiantes franceses inscritos en el primer ciclo de los estudios de física y química ha caído en picado: –46%; en ciencias de la vida y de la Tierra la bajada es del 27%. Se suceden informes y estudios que detectan los peligros de esta falta de vocaciones científicas y sugieren remedios. El declive de los viveros de los estudios científicos es una bomba de relojería para la investigación pública y privada, y su onda de choque afectará a toda la economía francesa dentro de diez años.

Sin duda, en esta desafección influye una falta de perspectivas profesionales claras. En esto como en otras cosas, los jóvenes están por lo seguro, y los que se orientan hacia las ciencias prefieren los estudios con mejores salidas laborales, como los institutos de tecnología, las escuelas de ingenieros, o las grandes écoles.

¿Cómo explicar esta huida de la ciencia? En los viejos tiempos se decía que la ciencia había desencantado el mundo, con lo que su ascenso iría de la mano del declive de la religión. Pero los laboratorios no están más llenos que las iglesias. Hoy, Jean-Didier Vincent, neurobiólogo, presidente del Consejo Nacional de Programas, piensa que las ciencias no han encontrado su lugar dentro de la cultura común. «Han perdido su aura de misterio, han sido desencantadas, sin estar mejor integradas» (Le Monde, 3-XII-2003) ¡El desencantador desencantado!

A la hora de buscar soluciones, se habla de mejorar las perspectivas profesionales. Pero las vocaciones no se compran: sobre todo, se trata de hacer atractiva la ciencia. «Hay que mostrar que la ciencia es fuente de conocimiento, pero también de apertura», dice François Bach, profesor de inmunología. «Que se puede y se debe encontrar a la vez interés y belleza». ¿Qué le diría a un joven para animarle a investigar? «¡Que la ciencia puede hacer feliz!», contesta Jean-Didier Vincent. «Que es fuente de placer, con lo que conlleva de interrogación y de frustración para entretener el deseo. Y que es un espacio de libertad».

Pero hay que avivar pronto en los jóvenes esta inquietud por la ciencia. Los testimonios coinciden en que es en la escuela donde nacen –y a veces mueren– las vocaciones científicas. Por eso es tan importante despertar en la escuela el placer de saber y asegurar la transmisión de los conocimientos científicos.

Al final, ya se trate de iglesias, partidos o institutos de investigación, el único método seguro de encontrar vocaciones es hacer atractiva la misión. Y la falta de compromiso es también una rémora para todos.

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