Después de una época de abundancia que desmintió las profecías malthusianas, este año se ha vuelto a hablar de una inminente crisis mundial de alimentos. El principal portavoz de los temores es Lester Brown, presidente del Worldwatch Institute, organización norteamericana que hace constante propaganda del control demográfico, sobre todo por medio de su anual «Informe sobre el estado del mundo». Sin esos planteamientos ideológicos, también la FAO ha hecho sonar la alarma, al advertir que las reservas mundiales de cereales han quedado en 1995 en el nivel más bajo de los últimos veinte años. Pero, a juzgar por los resultados de la reciente temporada, no hay motivos para augurar un desabastecimiento global, aunque no se puede descartar futuros problemas coyunturales en los países en desarrollo.
Lo que ha pasado este año es que los precios de los cereales han experimentado una fuerte subida, pues la oferta no ha podido seguir el paso a la demanda. De donde deducen los neomalthusianos que la «revolución verde» ha llegado al límite de sus posibilidades, mientras la población mundial sigue creciendo. Brown basa sus pronósticos pesimistas en el caso de China, que tiene casi un quinto de los habitantes del planeta. Tras varios años de ser exportadora neta, tuvo que importar cereales el año pasado, y en la última primavera las previsiones sobre la cosecha de 1995 no eran buenas. Lester Brown predice que la demanda china no se cubrirá con la producción propia y acabará por desbordar la capacidad exportadora de los otros países.
La FAO, por su parte, cree que la agricultura mundial puede responder al aumento de población. Pero llama la atención sobre el descenso de las reservas de cereales (del 20% del consumo mundial en 1990 al 14% este año), que están por debajo de lo que considera el nivel de seguridad. Por eso insiste en que los gobiernos no deben bajar la guardia y han de seguir estimulando la producción para mantener los excedentes.
Para comprender qué está pasando es necesario examinar las causas de la reciente evolución. Como explicaba recientemente The Economist (25-XI-95), por un lado, este año la producción de grano ha sido menor. Pero esto no es síntoma de una crisis mundial. Casi todo el descenso se ha debido a las cosechas de Estados Unidos y las repúblicas ex soviéticas, que han sufrido por el mal tiempo y, en el caso de la antigua URSS, también por la crisis económica. En cambio, Asia -que supone la mitad de la producción mundial- ha recolectado en 1995 20 millones de toneladas más que el año pasado. Concretamente, China no ha tenido los malos resultados que se temían (ver servicio 107/95).
Por otro lado, la demanda mundial está subiendo. Y no sólo por el aumento de población, sino también por la prosperidad. El desarrollo trae consigo un mayor consumo de carne, lo que exige más grano para alimentar el ganado (los animales comen ahora alrededor de un tercio de la producción mundial de cereales). A eso se debe, en buena parte, el incremento de la demanda china.
En suma, la subida de precios de este año no marca necesariamente un cambio de tendencia. Un descenso coyuntural de las cosechas no excede la capacidad de respuesta de los gobiernos y de los mercados. Así, la Unión Europea, tras contener la producción durante un largo periodo hasta reducir notablemente sus reservas, ha decidido bajar el barbecho obligatorio y recolectar más el año próximo (ver servicio 127/95). También la reciente subida de precios estimulará la producción mundial.
El problema está en los países pobres, que sufren más los encarecimientos ocasionales, y no por el crecimiento demográfico, sino precisamente por la pobreza. El Tercer Mundo consume en conjunto mil millones de toneladas de cereales al año, cantidad de la que viene importando alrededor del 14%. En esas naciones -en su mayoría africanas-, donde la «revolución verde» no ha terminado de arraigar, una subida de precios se hace notar mucho. Pensando en estos países, la FAO considera peligroso que el mundo desarrollado liberalice la agricultura, pues esto llevaría a que se redujesen las reservas y los precios oscilasen más.
Aunque, si el laissez-faire podría perjudicar a la población pobre, tampoco está claro que lo consintieran los subvencionados agricultores de los países ricos.