La discusión en Europa sobre el lenguaje inclusivo no ha hecho más que empezar

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Bruselas.— La decisión del gobierno francés de prohibir el uso de la escritura inclusiva en la educación nacional ha reabierto el debate en las sociedades europeas sobre el sexismo en el lenguaje, la sexualización de la lengua o la deconstrucción de los códigos culturales vigentes hasta ahora.

La orden del ministro de Educación francés, Jean-Michel Blanqueur, se basa en que “inventar palabras”, como sucede en el caso francés con el uso del punto mediano para incluir las dos desinencias de género, es una aberración. No solo en la enseñanza, sino también en organismos oficiales se ha extendido el uso de grafías como “les député·e·s”, que correspondería a la combinación del femenino députées y el masculino députés.

El Ministerio francés de Educación considera que este tipo de escritura no tiene nada que ver con la lucha contra el sexismo, y lo único que hace es obstaculizar la comprensión y el aprendizaje de la escritura en un idioma que –todo hay que decirlo– es especialmente difícil de aprender por sus complejas reglas ortográficas y gramaticales.

En España, el Ministerio de Igualdad promueve un género gramatical de nueva creación, con desinencia “-e”, válido para personas de cualquier sexo. Su cartel oficial con motivo del Orgullo Gay de este año llevaba la leyenda: “ORGULLO de TODAS – TODOS – TODES”.

La evolución de la lengua

Barbara De Cock, lingüista y profesora titular de la Universidad Católica de Lovaina, habla del asunto para Aceprensa. “La lengua –señala– se encuentra en evolución constante. Para dar un ejemplo relacionado con temas de género, el español ha perdido el neutro (salvo algunos casos muy específicos, como el pronombre demostrativo), que existía en latín y en griego. O sea, ya ha habido cambios en cuanto al género lingüístico en otros momentos, con lo cual no es inimaginable que vuelva a haber más”.

“Discusiones sobre la evolución de la lengua son totalmente normales”, añade. Ahora bien, “un debate como el del lenguaje inclusivo refleja, además, discusiones sobre la forma en que se organiza la sociedad”.

Según una encuesta, en Alemania, “la mayoría cree que se va demasiado lejos cuando se presta cada vez más atención a la neutralidad de género”

Para De Cock, el lenguaje inclusivo tiene que ver con varios aspectos. Uno, dice, es el caso de las personas que no se sienten identificadas con la división binaria de los sexos (hombre o mujer). Pero también se utiliza el término “lenguaje inclusivo” en referencia a otros fenómenos distintos. Puede consistir en utilizar palabras sin connotación de sexo (“las personas”), en el desdoblamiento (“diputadas y diputados”) o en nuevas formas (como “todes”, o el punto mediano en francés). “Las discusiones se polarizan a menudo alrededor de un aspecto concreto, simplificando demasiado la cuestión, que es más compleja”.

Batallas políticas

Esta complejidad, en la que se mezclan cuestiones morales, batallas políticas, y la propia y normal evolución del lenguaje como reflejo de la sociedad, es la que suscita polémica. A veces los ciudadanos no entienden el porqué de una medida, o les parece que se la impone sin lógica y sin explicación alguna, fuera de las preferencias políticas de un determinado sector de la población.

Un estudio firmado por Renate Köcher, directora del Instituto de Demoscopia Allensbach, recoge el estado de opinión actualmente reinante en Alemania respecto de la libertad de expresión. El título del estudio es de por sí elocuente: “Los límites de la libertad”. Incluye un apartado sobre el lenguaje inclusivo.

El estudio de Allensbach dice: “Uno de cada dos ciudadanos está convencido de que actualmente hay que tener cuidado con cómo se comporta uno y qué dice en público: el 41% critica que se exagera lo políticamente correcto y el 35% considera que solo es posible expresar libremente la propia opinión en un círculo privado”.

A esto, según Renate Köcher, ha contribuido especialmente “el rigorismo con el que se exigen determinados modos de decir”. Por ejemplo, anota José M. García Pelegrín desde Berlín, en la televisión alemana ha empezado a extenderse la norma de saludar a la audiencia diciendo, en vez de “Zuschauerinnen und Zuschauer” (espectadoras y espectadores), que es muy largo, “Zuschauer:innen”, donde los dos puntos significan una breve pausa que no suena nada natural. De hecho, otra encuesta, realizada en mayo pasado por Infratest-Dimap, registra un 65% en contra de que se emplee el lenguaje inclusivo en los medios de comunicación.

Köcher, por su parte, señala que “la mayoría cree que se va demasiado lejos cuando se presta cada vez más atención a la neutralidad de género, ya sea exigiendo que se utilicen siempre simultáneamente la forma masculina y la femenina en los discursos, o que las ofertas de empleo se dirijan a los tres géneros. Esto se topa con la incomprensión de todas las generaciones y niveles educativos. En general, a la mayoría le sigue costando aceptar la introducción oficial del tercer género”. Y lo resume con esta afirmación: “Al 57% de la población ‘le resulta cargante’ que cada vez más le dicten a uno qué se puede decir y cómo debe comportarse”.

Militancia inclusiva

En Bélgica y otros países europeos se ha abierto el mismo debate, y la polarización es cada vez mayor. Anne Dister, lingüista y profesora en la Universidad de Saint Louis en Bruselas, en declaraciones recogidas por la cadena belga RTBF, asegura:“La escritura inclusiva se basa en un presupuesto que es falso: que el masculino borra lo femenino. ¿Quién piensa que si decimos ‘paso de peatones’ significa que las mujeres no pueden pasar? Es pura y llanamente economía del lenguaje”.

“La forma en que se nombra a un profesional o un oficio influye en que lo asociemos más bien con hombres, o tanto con hombres como con mujeres” (Barbara De Cock, lingüista)

El gobierno de coalición belga no ha llegado a imponer el lenguaje inclusivo, pero lo ha recomendado vivamente en todos los organismos oficiales y en los colegios. Étienne de Montety, escritor y redactor jefe de cultura en el diario francés Le Figaro, en declaraciones a La Libre Belgique, comenta: “Lo que más me molesta de este tipo de lenguaje es su militancia, sus mandatos moralistas para imponer una escritura poco natural y poco práctica. Me pongo en el lugar de los alumnos para los que el aprendizaje del francés es ya complicado”.

Discriminación

Parte de la discusión en torno al lenguaje inclusivo se refiere a la cuestión de la discriminación. Según un estudio, señala Barbara De Cock, hay una tendencia, sobre todo entre hombres, a interpretar un pronombre masculino en uso genérico como referido más bien a hombres, a pesar de que en teoría designa igualmente a mujeres. Otro artículo que menciona la profesora sugiere que presentar nombres de oficios tanto en masculino como en femenino facilita que los niños se planteen la posibilidad de escogerlos. “Es difícil equiparar esto directamente a un impacto fuerte en la discriminación”, anota De Cock; pero los estudios indican que “la forma en que se nombra a una persona o un oficio influye en que lo asociemos más bien con hombres, o tanto con hombres como con mujeres”.

En todo caso, añade, hay ciertos “usos y costumbres” que hay que enterrar: “En mi universidad ya se ha impuesto que nos dirijamos a las estudiantes como madame (señora) en lugar de mademoiselle (señorita) aunque sean solteras. Una regla muy usada en francés, pero que hace solo referencia al estado civil de la mujer, distinción que no existe en masculino”.

El lenguaje viene determinado por cómo interpretamos lo que nos está ocurriendo en la sociedad, y eso es a veces positivo o negativo. En la actualidad, el término “mujer/hombre de la limpieza” ya ha sido remplazado, por lo menos en muchos países del norte de Europa, por “técnicos de higiene”. Una persona que hace años era calificada como “retrasada mental” o con “hándicap”, en la actualidad es normal que la nombremos como persona con “discapacidad”.

Una vez más, en este tema se mezclan muchos factores difíciles de abordar desde un punto de vista pragmático y frío. La evolución en el lenguaje es constante, y por lo tanto no debe sorprendernos. Pero en el lenguaje inclusivo se añade además un componente social, con matices políticos y morales, que nos hacen preguntarnos, como Renate Köcher, dónde están los límites de la libertad…

Con informaciones de José M. García Pelegrín desde Berlín

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