En el décimo aniversario de su aparición en la AppStore de Apple, la atención se vuelve a centrar en Tinder, la reina entre las aplicaciones de citas. Con 530 millones de descargas hasta la fecha a nivel mundial, Tinder se ha convertido en un fiel ayudante para encontrar el amor. O, al menos, una cita. Sin embargo, hay una paradoja que se hace cada vez más visible: aun con tanta descarga, la generación que más la utiliza está cada vez más sola y, además, no la usa para quedar.
Ellos tardan 7,2 minutos en entrar y salir de la aplicación; ellas, 8,5 minutos. Un comportamiento que se repite once veces al día: log in, swipe, log out. En total, los habituales de Tinder dedican una media de noventa minutos al día a navegar por una aplicación que incita a “swipear a la derecha” y probar suerte. Su funcionamiento es bastante sencillo; consiste en evaluar perfiles a través de una foto y una breve descripción, y pasarlos mediante un deslizamiento: hacia la derecha, en caso de interés; hacia la izquierda, en caso de rechazo. Si coincide que dos personas se han deslizado mutuamente hacia la derecha, ¡es un match! Diseñado como un juego en el que vas intercambiando cromos y en el que luchas por la victoria, que se materializa en un match –cuantos más, mejor–, hay usuarios que incluso han llegado a pasarse Tinder: han hecho tantos swipes a izquierda y derecha, que han alcanzado ese lugar donde “ya no quedan más solteros en tu zona”. Según datos de Tinder, el récord de swipes en un día se sitúa en 3.000 millones, precisamente, el 28 de marzo de 2020.
Además, no solo va en aumento la cantidad de usuarios activos en Tinder. Según datos de la empresa, en 2021 la media fue de 75 millones de usuarios mensuales, pero también el número de personas que pagan una suscripción premium –Tinder+, Tinder Gold y Tinder Platinum– para tener mejores posibilidades en el universo del match ha visto un considerable aumento. Desde que Tinder abrió esta senda y presentó la primera modalidad de suscripción en 2015, las cifras avalan su demanda: 2015 cerró con 300.000 suscriptores; 2021, con 9,6 millones.
¿Pero no quedamos?
Desde su lanzamiento en 2012, Tinder ha sido percibido –y, en gran medida, usado– como una plataforma facilitadora de encuentros sexuales casuales. La “novedad” que introdujo con su aparición fue que, mediante su función de geolocalización, estos encuentros se podían dar con gente desconocida, pero que estuviese cerca. Sin embargo…
Sin embargo, puede que esta ya no sea su función. En 2021, la edad de más del 50% de los usuarios de Tinder en EE.UU. oscilaba entre los 18 y 25 años —los llamados GenZ—, los que nacieron con un iPhone en una mano y una tableta en la otra, los que crecieron jugando a Sims y a Super Mario Galaxy. Paradójicamente, esta es también la generación que, según algunas encuestas y artículos alarmados, menos sexo tiene y más sola está.
Una encuesta realizada por LendEDU a casi diez mil estudiantes planteaba la siguiente pregunta: ¿por qué usas Tinder? El 44% respondió que era un pasatiempo que elevaba la autoestima; un 22% contestó que era para encontrar algo de una noche y tan solo el 4% confesó que estaba buscando una relación. Es decir, la mayoría no usa esta aplicación para buscar sexo…
La soledad en un mundo de apps
Noreena Hertz, economista británica y autora de The lonely century, plantea que la disminución de la actividad sexual se puede entender como síntoma de una epidemia de soledad mucho más amplia. Un informe publicado a finales de 2021 que investigaba sobre el estado de soledad de los australianos halló que uno de cada dos centennials (54%) y millennials (51%) se sentían solos habitualmente, una cifra mucho más elevada que la de otras generaciones. En un estudio de la empresa estadounidense Cigna, que investigaba la soledad en los trabajadores, se manejan unas cifras aún más elevadas: entre los trabajadores de 18 y 22 años, el 73% informó que a veces o siempre se sentían solos, frente al 69% del año anterior.
El 71% de los encuestados respondió que nunca habían quedado con alguien a quien hubiesen conocido a través de Tinder
Con estas tasas de soledad no resulta extraño que los jóvenes busquen vías alternativas para conectar con otras personas, para sentirse menos solos y, por qué no, quedar y conocerse en persona. Por ejemplo, a través de Tinder. Sin embargo…
Sin embargo, los encuentros offline a través de Tinder no son tan habituales como cabría suponer. Un estudio publicado por Evolutionary Psycological Science, sobre los jóvenes noruegos usuarios de Tinder, llegó a esta conclusión: hace falta un elevado número de matches para conseguir una pequeña cantidad de encuentros, lo que reduce aún más la posibilidad de un encuentro sexual o posible pareja sentimental. Además, según la encuesta previamente mencionada de LendEDU, el 71% de los usuarios encuestados respondió que nunca habían quedado con alguien a quien hubiesen conocido a través de la aplicación.
Igualmente, los usuarios pasan de media noventa minutos en la aplicación swipeando, pero también escribiendo, chateando, teniendo esa –hasta cierto punto, pretendida– intimidad con un desconocido. Una intimidad que en la mayoría de los casos no lleva a un encuentro, sino que se queda en simples palabras escritas en una pantalla. Tal vez, porque esta pretendida confianza ya pone un pequeño parche sobre la soledad sentida. O, tal vez, ¿porque es más seguro?
Con una pantalla de por medio, mejor
Un mundo completamente digitalizado, libremente planificable a nuestro gusto y antojo por diferentes apps, sin roces, sin imprevistos ni malentendidos ni conflictos, es un mundo que refleja –que hace sentir– una artificiosa seguridad. Cabe la posibilidad de que, como en otros aspectos de la vida (comida, trayectos, compras, deporte) se pretenda que una aplicación solucione sin ningún tipo de problema la demanda que se tiene. Una relación, un flirteo, sexo casual. Todo, desde la autoprotección que proporciona la seguridad de la pantalla, una seguridad sin fricciones.
Pero es aquí precisamente donde tenemos la paradoja de Tinder. Al parecer, ahora estar solo es más “seguro”, porque la incertidumbre paraliza y un paso en falso puede salir caro. Según un estudio de 2020 del Pew Research Center, el movimiento #MeToo afectó a la forma de comportarse de los hombres. O, dicho de otra forma, causó cierta confusión en el sexo masculino, porque según el informe, un 65% de los encuestados ya no sabían cómo interactuar con la persona con la que estaban en una cita. Y también para las mujeres, debido a los nuevos comportamientos agresivos extendidos por la pornografía, estar solas resulta más seguro.
Tinder maneja y amplifica perfectamente estos dos mundos opuestos: miedo a la soledad –por eso, Tinder– y miedo a la falta de seguridad –por eso, Tinder–. Es el tablero perfecto sobre el que “jugar” porque facilita unas condiciones idóneas para los tiempos que corren: el consentimiento es más que claro, porque la conversación es bidireccional; en gran medida se queda solo en un flirteo que borra temporalmente la soledad y sube la autoestima; y, en su mayoría, no se llega al encuentro físico, lo que evita malas experiencias y, ante todo, preserva la integridad física –sobre todo, de las mujeres–. Podría decirse que Tinder se ha convertido en una especie de WhatsApp que permite tener contacto con completos desconocidos, pero donde el anonimato y la distancia protegen al usuario de ser vulnerable al otro: la intimidad es parcial. Es decir, la seguridad es total. Todo está claro. Sin embargo…
Sin embargo, ¿qué tipo de relación humana se desarrolla así? ¿En qué momento se pueden manejar y predeterminar y controlar las condiciones bajo las que se desarrollan las interacciones entre dos personas? ¿Dónde queda en toda esta situación que afecta más a los jóvenes –menos sexo, más soledad, un mundo digitalizado, necesidad de seguridad– la corporeidad que se requiere para entablar una relación humana?
Helena Farré Vallejo
@hfarrevallejo