Aunque toda adicción viene acompañada, en sus primeros días, de la frase mágica “yo controlo: yo lo dejo cuando quiera”, algunos de estos hábitos, como el del consumo de pornografía, le hacen el camino muy cuesta arriba al que en algún momento quiere zafarse, e incluso al que lo logra. ¿Recaídas? Son la norma.
Lo ha atestiguado el psicólogo Alejandro Villena, coordinador de la Unidad de Sexología Clínica de la Consulta Dr. Carlos Chiclana, en Madrid, e investigador en la UNIR: “Son muy pocos los que no recaen –dice a Aceprensa–. Como estadística mía, será apenas uno de cada 20. Hay pocos que una vez que se lo propongan lo dejarán de forma definitiva”.
Mejor quizás sería no empezar a consumir, porque el daño no es fácil de desarraigar y no deja a salvo ni al adicto ni a los que se cruzan en su camino. En su reciente libro ¿Por qué no? Cómo prevenir y ayudar en la adicción a la pornografía, Villena habla de estos temas, del deterioro que ocasiona el consumo de porno en las relaciones personales, laborales, y aun en la vida sexual del consumidor y en su salud mental.
— Cuando los políticos o los medios citan el fenómeno de la mala salud mental, señalan como causas el acoso escolar, la presión laboral, las relaciones de pareja disfuncionales, pero pocas veces mencionan el consumo de porno. ¿Tendría algo que ver?
— Sin duda influye. Los estudios indican que la pornografía puede aumentar la ansiedad y dificultar la capacidad para regular las emociones. A los adolescentes, además, les puede afectar el rendimiento cognitivo, su aprovechamiento académico, el sueño, la capacidad de atención y memoria. Algunos estudios neurocognitivos nos indican que tiene un efecto en la salud mental y en la salud sexual. Es, por tanto, una variable que hay que tener en cuenta, al igual que lo hacemos con el bullying, con las familias desestructuradas, con el uso problemático de la tecnología…
— En los manuales de diagnóstico más conocidos (el DSM-V y el ICD-11), el trastorno por adicción al porno no aparece referido como tal…
— Todavía es objeto de debate si incluirlo como trastorno en estos manuales, si bien se observa que el consumo de porno causa un impacto neurobiológico en el nivel de recompensa, en la tolerancia en las recaídas, que lo asemejan a una adicción comportamental. Aún no está decidido.
— ¿A cuántas personas ha atendido usted con esas manifestaciones?
— A unos 100 pacientes. En la clínica se ha evidenciado un aumento –y así lo ha visto el resto de colegas y profesionales– de la demanda de ayuda ante un consumo problemático de porno. Antes esto no pasaba, y ahora parece que es más común.
A la consulta suelen llegar pacientes mayores de 25 años, que llevan muchos años consumiendo y que han tocado fondo: el porno ya les influye en su respuesta sexual, en sus relaciones matrimoniales o de pareja, en su trabajo. Generalmente son personas que tienen asociadas otras variables psicológicas, como ansiedad, depresión, falta de regulación de las emociones. Alguno incluso ha sufrido abusos sexuales en la infancia.
Maltrato en la pantalla, maltrato real
Aunque por norma se suele imaginar que el consumidor de pornografía es por excelencia varón, las cifras muestran que el fenómeno va también a más entre la población femenina. De ser exactos los datos que publica periódicamente el sitio PornHub, y que cita El País, del total de consumidores españoles en 2022, el 68% fueron hombres y el 32%, mujeres. El último número es la misma proporción que para italianas y francesas (estos dos grupos son hasta un 4% mayores que en 2021), mientras que en Filipinas, Colombia y México constituyen el 53%, el 51% y el 48%, respectivamente (y también con hasta cinco puntos porcentuales más de consumidoras que el año precedente).
— En la pornografía suele cosificarse más a la mujer que al hombre (maltratos, sometimiento, etc.). ¿Qué buscan las que consumen estos materiales, y de qué modo intentan resolver esta contradicción (si es que se la plantean)?
— En parte, aquellas que consumen lo hacen para intentar agradar al hombre; buscan aprender cómo deberían comportarse y qué debe de gustarle al varón. Muchas mujeres que ven pornografía acaban replicando estos modelos de victimización; los consumen sin percatarse del daño que el porno les puede hacer.
Esto es peligroso para ellas. No hay una conciencia de que el porno va en contra de los propios derechos de la mujer. Por ello, aunque muchos movimientos sociales feministas tratan de abolirla o regularla, se sigue haciendo pornografía y facilitando la réplica de estos patrones. Hay mucha incongruencia.
— El consumidor que observa cómo se deshumaniza a la persona que protagoniza vídeos porno y que sufre violencia en ellos, ¿suele acotar esta deshumanización a ese ámbito de “ficción” y al momento del consumo, o puede replicarla en reacciones agresivas en otros contextos?
— Lo que nos indican los estudios es que un mayor uso de pornografía puede influir en las creencias que los varones tengan sobre las mujeres, haciendo que las vean como objetos, que las cosifiquen; que normalicen, legitimen e incluso ejecuten esa violencia física y verbal en la vida real. Es cierto que hay otras variables que lo condicionan; no toda la violencia se explica por el uso del porno, pero este es una variable mediadora y potenciadora de la violencia.
Como lo más normal
En febrero de 2023, un presentador televisivo, a propósito del estreno de una serie de ficción sobre un actor porno español, quiso implicar de alguna manera al público en apreciar la “normalidad” de la pornografía. “Todos tenemos –dijo– muchos prejuicios con el porno. Prácticamente todo el mundo ve porno, pero hacemos como que no”. “¿Por qué somos tan hipócritas?”, se lamentó seguidamente uno de los actores invitados al plató, donde hubo anécdotas, risas y aplausos como si la serie en cuestión tuviera un héroe por protagonista. Como lo más corriente.
— ¿Hemos llegado ya a la normalización de la pornografía?
— La pornografía ha llegado para quedarse, y creo que la hemos incluido en el repertorio de las conductas normales entre los seres humanos. Esto es negativo porque, a diferencia de lo que pasó con otras drogas, como el tabaco, no ha habido una campaña de concienciación, ni siquiera un replanteamiento social. Se ha normalizado como parte del repertorio sexual, pero las consecuencias que tiene son graves, y lo estamos viendo en consulta.
— Con el fenómeno de las “manadas”, por ejemplo, muchos opinan que el fácil acceso a contenidos pornográficos violentos en internet ha impulsado las agresiones colectivas.
— También es algo que está en debate. Yo lo explico con un símil: el del alcohol y los accidentes de tráfico. Es verdad que estos ocurren por muchas causas: por la falta de cuidado del coche, por no cambiar los neumáticos, por exceso de velocidad o por cansancio, pero sabemos que, a mayor consumo de alcohol, mayor número de accidentes. Depende del tipo de alcohol y de la persona que lo consuma.
En el porno pasa lo mismo: hay una relación entre el consumo de pornografía y la violencia. Es cierto que hay violencia por muchas causas, pero también dependerá de la cantidad y del tipo de pornografía que se consuma, del tiempo que se le dedique, y también de quién es la persona.
Sabemos que el porno influye en esa violencia desde un punto de vista cognitivo, fomentando creencias bajo esa visión de las relaciones humanas e incorporándolas a nivel emocional o conductual. Algunos tipos de manifestaciones agresivas se reproducen claramente a partir de la pornografía, por lo degradante y brutal.
La “hazaña”, prontamente en las redes
— Los telediarios suelen informar de los incidentes protagonizados por grupos sin dar datos concretos de los agresores (salvo en el caso del que actuó en Pamplona en 2016), pero sí con algunos detalles del ataque en sí. ¿Alimentan de alguna manera estas informaciones el efecto imitación?
— Es algo que se ha discutido en cuestiones como el suicidio. Parece que no es que se hable del tema, sino si se hace deseable o no. Se puede hablar, pero para utilizarlo como prevención, para dar un criterio a los adolescentes.
Es evidente que, si el joven está consumiendo cientos de horas de pornografía y está viendo esos modelos de agresividad colectiva, de violaciones grupales… Parece lógico que, si alguien lee Historia todos los días, aprenderá Historia. Lo mismo pasa con la pornografía agresiva: si uno la ve durante horas, acaba normalizando e incluso deseando estos actos.
— Viene siendo ya un patrón: los agresores suben a las redes sociales los vídeos o fotos de sus actos, o bien las comparten por chats privados, y es de donde tira la policía para dar con ellos. El delincuente sabe que todo lo que está en redes es rastreable, y aun así, publica su hecho delictivo. ¿Qué resortes mentales actúan en este comportamiento?
— En el caso de un adolescente, creo que es la manera que tiene de socializar el hecho y hacerlo “heroico”. Esta posibilidad de las redes, que tiempo atrás no existía, tiene muchos peligros. El adolescente no es que haya perdido el juicio, sino que no tiene desarrollada su capacidad de control, de pensamiento crítico, de reflexividad… La impulsividad vence a todo lo anterior, y hace que tome malas decisiones en algo tan grave como romper la intimidad de las personas. Antes quizás se comentaba de boca en boca, pero ahora la difusión que te permite internet es mayor, y se amplifica.
— En realidad, adolescentes y no adolescentes. Los de la “manada” de Pamplona eran todos adultos y lo compartieron desde sus móviles…
— Sí. Al final cuando uno está tan activado por la sexualidad, se le nubla un poco el juicio. Se produce lo que se conoce como disociación cognitiva, por la incapacidad para tomar algunas decisiones. Prima más el hecho de que alguien le dé una palmadita en la espalda por lo que ha hecho que la reflexión sobre las posibles consecuencias.
— Volvamos, por último, a quien se propone salir de esta trampa de deterioro personal. ¿Se puede restaurar plenamente la conciencia después de años de consumo?
— La terapia en estos casos es similar a la que se hace con otras adicciones, por tanto, se utilizan tratamientos psicológicos que tienen que ver con el control de los estímulos, con aprender a llevar una vida estructurada, de orden, de planificación; una existencia saludable; social, familiar y afectivamente rica.
Las terapias suelen durar entre uno y tres años para este tipo de adicciones, sobre todo cuando se trata de un consumo grave de pornografía. Sí, la probabilidad de recaída es alta, como en cualquier adicción. Hay pocos que una vez que se lo proponen lo dejan de forma definitiva: generalmente lo van haciendo de forma progresiva, disminuyendo la compulsividad, mejorando sus relaciones matrimoniales o de pareja. Hay personas que están tres años sin consumir, y entonces vuelven a entrar, por el impulso, pero tienen ya las herramientas y las habilidades para gestionarlo.
Lo sexual, mejor junto con lo cordialSegún datos del portal Dale una vuelta –que ofrece recursos sobre la prevención y el tratamiento de la adicción al porno–, la edad promedio de inicio en el consumo son los 11 años. Ya en la etapa adolescente, se estima que el 93% de los chicos y el 62% de las chicas accede a material pornográfico. Ante esta situación, no pocos expertos alertan de que lo que están recibiendo los menores a modo de “educación sexual” son estos contenidos. Son frecuentes, asimismo, las noticias sobre la aplicación en centros educativos españoles de primaria y secundaria, de programas formativos sobre sexualidad altamente ideologizados, que no están evitando ni la hipersexualización de los destinatarios, ni su incursión en el consumo de pornografía, ni que disminuyan las agresiones sexuales cometidas por adolescentes y jóvenes. Las acciones preventivas en estas cuestiones están siendo, explica Villena, “puntuales, escasas, insuficientes, y a menudo no son profesionales quienes las realizan. Se habla mucho del tema sexual, pero poco de lo afectivo, que es la clave para la prevención. Hay que lograr que la persona se desarrolle de forma saludable, que tenga una autoestima sana, que se relacione bien con los demás, que los trate bien y que incorpore una mirada buena hacia la sexualidad”. |