Todas las madres trabajan

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En Canadá, varias decenas de asociaciones de mujeres reclaman que la sociedad reconozca el trabajo de las amas de casa. Ya han logrado algunos de sus objetivos. El pasado octubre, 41 organizaciones se reunieron en Ottawa para celebrar un congreso sobre el que escribe la periodista Paula Brook (The Globe and Mail, Toronto, 25-X-97).

A la entrada del hotel donde se celebra el congreso, un cartel anuncia que «Los niños no tienen precio». Al principio pensé que lo habían puesto las mujeres que organizan el simposio, un grupo de amas de casa feministas que se llaman «Las madres somos mujeres». Pero no. Es un cartel publicitario del hotel, para informar de que allí los niños no pagan.

Esto encierra algo más que una leve ironía. Bien saben todas las mamás que ocupan el hotel -y la mayoría de las mamás del planeta- que los niños no están gratis en ningún sitio, y menos en casa. Este el tema del congreso de «Las madres somos mujeres» y de la vida de todas nosotras, al menos de las que tratamos de ganarnos la vida y a la vez atender a nuestros hijos. Los niños cuestan una fortuna: en tiempo, en riesgo de quedarse sin empleo, en oportunidades de promoción profesional y otras ventajas perdidas; y nada de eso es tenido en cuenta por quienes -hombres en su mayoría- calculan nuestro PIB y dirigen el país.

Ese era precisamente el asunto debatido en el congreso: cómo lograr que se cuente el trabajo de las mujeres (…). Las organizadoras del simposio son las mujeres que emprendieron la campaña para que en el censo de 1996 se tuviera en cuenta el trabajo doméstico no retribuido. El objetivo principal del simposio es prepararse para recibir los resultados del nuevo censo, que se publicarán en marzo próximo, a fin de obtenerlos y analizarlos antes de que los políticos y los medios de comunicación puedan apropiárselos.

Feministas de nuevo cuño

¿Quiénes son exactamente estas amas de casa feministas? El término suena a contradicción, y tal vez lo era hasta el año pasado. Pero ahora, en este hotel de Ottawa nadie pone en duda que es urgente redefinir los términos «trabajo» y «feminismo» (…). Como muestran todos los estudios, las mujeres estamos en situación de clara inferioridad: empleamos casi dos tercios de nuestra jornada laboral en trabajos no retribuidos; los hombres dedican un tercio. Según la definición de trabajo en jornada completa (al menos 30 horas semanales) que usa la oficina estadística nacional, la mayoría de las canadienses trabajan a tiempo parcial como asalaridas y a jornada completa sin salario. La Encuesta Social General de 1992 señala que las tareas domésticas constituyen la actividad principal de 3,4 millones de canadienses, de modo que son la ocupación más corriente del país… si se las considera una ocupación, que no lo son, oficialmente. (…)

De una trampa a otra

Los hijos se han convertido en la versión actual de lo que Betty Friedan llamaba «el problema sin nombre». En el libro de Friedan The Feminine Mystique, el inefable problema de las amas de casa de los años sesenta era que estaban marginadas del mundo del poder y de la productividad económica. Y, aunque los siguientes treinta años han traído incontables oportunidades para que las mujeres salgan por la puerta grande, continuamos tan atrapadas como aquellas amas de casa de los sesenta. Pero, en lugar de estar aisladas en casa, la mayoría estamos relegadas a la cola de la población activa, donde todavía es posible -aunque a duras penas- trabajar fuera y atender a los hijos. (…) Así pues, los hijos, más que cualquier otra cosa, han impulsado la reacción contra el feminismo. (…) Carol Lees (sin maquillaje y con mocasines), directora de la Liga Canadiense para las Amas de Casa, es explícita: «Para muchas jóvenes de hoy, el término [feminismo] es muy negativo». (…)

Lees es la principal responsable de esta reunión y de la campaña para que se contabilice el trabajo no remunerado. Inició el movimiento en 1991, con un acto de desobediencia civil: se negó a rellenar el formulario del censo de ese año porque no le daba opción a declarar su ocupación exclusiva. Es más, todo el que no hubiera tenido trabajo remunerado durante los cinco años anteriores estaba obligado a marcar una casilla que decía: «No he trabajado nunca».

(…) Lees fundó la Liga Canadiense de Amas de Casa, uno de cuyos objetivos era que en el censo de 1996 se reconociera el trabajo doméstico. Algunas organizaciones de mujeres se adhirieron a la campaña, que tuvo éxito. La oficina estadística añadió tres preguntas (en el apartado «actividades», no en «trabajo», por cierto): cuántas horas dedica a trabajos domésticos no remunerados, cuántas a cuidar niños y cuántas a atender ancianos.

(…) No se sabe cómo interpretarán los políticos los resultados del censo. «Toda demanda de cambio entraña peligros -señala Lees-. Exigir para las mujeres la posibilidad de tener un trabajo remunerado presentaba el peligro de que algún día se les exigiera tenerlo. Y ahora estamos en el otro extremo: las mujeres están exhaustas porque tienen trabajo doble. No habían contado con que su trabajo no remunerado seguiría siendo el mismo, mientras que tendrían que cargar con el peso extra del trabajo pagado. Siempre hay peligros. Nunca sabemos cuáles pueden ser las consecuencias negativas, pero no podemos detenernos».

Otra idea de igualdad

(…) Lees reserva sus críticas más acerbas para el Comité de Acción Nacional para la Promoción de la Mujer, la autoproclamada vanguardia del feminismo canadiense. «No ha habido mucho interés por su parte -dice-. Nos han dedicado un montón de buenas palabras, pero no han movido un dedo». (…) La presidenta del Comité, Joan Grant-Cummings, reconoce que su organización tiene alguna culpa. Al insistir en los servicios de guardería, las feministas han dejado de lado a las mujeres que deciden quedarse en casa para atender a la familia.

(…) Otra participante en el congreso es Catherine Buchanan, madre de tres hijos y secretaria nacional de Kids First (Los niños, primero), una coalición de amas de casa que demanda que se reforme el sistema impositivo. El sistema fiscal canadiense «penaliza claramente a quien se queda en casa», dice Buchanan. (…) Kids First ha ganado el apoyo de algunos parlamentarios para cambiar las deducciones fiscales por hijo. Quiere que todas las familias puedan beneficiarse de deducciones progresivas, con independencia de que los padres tengan trabajo remunerado o no, para respetar la opción de los que dejan el trabajo y que se reconozca el sacrificio económico que eso supone. El programa de «igualdad fiscal» que plantea Kids First propone que el cálculo del impuesto sobre la renta se base en la unidad familiar, de modo que se equipare a las familias que tienen una sola fuente de ingresos con las que tienen dos. Lo cual supondría, para un hogar con 60.000 dólares de ingresos anuales, una diferencia de 5.600 dólares en impuestos.

(…) Catherine Buchanan se denomina feminista, cosa que pone frenéticas a personas como Joan Grant-Cummings. Ahora bien, por eso es tan interesante -e importante- este congreso. El feminismo está cambiando, y con él el metro con que sus partidarias miden la escurridiza meta de la igualdad. Son cada vez más las mujeres que piensan que la igualdad no consiste en medirse con la misma vara que los hombres, sino en inventar una nueva vara.

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