En varios países desarrollados, las bebidas azucaradas hoy se baten en retirada contra un producto bastante más sencillo: el agua embotellada. La proliferación de estudios acerca de la incidencia negativa de los azúcares en la salud ha ido inclinando la balanza hacia la segunda opción en las preferencias del consumidor.
En EE.UU., por ejemplo, se consumieron 147 litros de bebidas azucaradas per cápita en 2017, un litro menos que en 2010, mientras que el agua embotellada pasó de 106 a 158 litros en ese período. Entretanto, en el Reino Unido, el consumo de agua envasada subió de 95 a casi 136 litros entre 2010 y 2016, mientras que el de refrescos cayó de 110 a 106 litros.
En España, misma tendencia: de 46,5 litros de bebidas azucaradas en 2011, se bajó a casi 41 en 2017, mientras que el agua embotellada también se movió, pero hacia arriba: en este último año sumó 60,5 litros.
Aunque la producción de agua embotellada sigue aumentando, la previsión es que comenzará a hacerlo de modo más atenuado
Ahora bien, la cada vez mayor toma de conciencia acerca de la ubicuidad del plástico en los hábitats naturales, principalmente en las aguas fluviales y marinas, ha provocado que incluso el “sano” hábito de comprar botellas del líquido para hidratarse constantemente, esté echando el freno. Es demasiada contaminación para, al menos en los países ricos, obtener un plus que no es tal.
Agua embotellada… del acueducto
Junto con la “perfidia” del azúcar, otro factor, el de la pretendida pureza del agua envasada frente al “contaminado” líquido que fluye por las tuberías ordinarias, ha estado animando a los consumidores a decantarse por comprar la embotellada.
Los miedos, sin embargo, no siempre responden a situaciones verificables. EcoWatch, un sitio de noticias sobre medio ambiente, refiere que el 64% del agua embotellada que se comercializa en EE.UU. no viene precisamente de límpidos manantiales que corren desde inmaculados glaciares, sino… de la red pública de toda la vida.
Además, que el agua esté envasada no es garantía tampoco de que sea más limpia que la del grifo, y ello sin contar que, en el proceso que culmina con la botella en manos del consumidor, ha habido que gastar energía eléctrica, hidrocarburos e incluso… agua, en una proporción de dos litros desechados por cada uno que se envasa.
El gran problema, sin embargo, es el de los plásticos. La empresa innovadora Tapp Water calcula que unos 600 millones de hogares en todo el orbe consumen agua envasada, lo que implica que anualmente se comercializan 391.000 millones de litros, a razón de un millón de botellas por minuto.
Junto con el aumento de la población viene, desde luego, el del número de gargantas sedientas, lo que explica –en parte– que la previsión hacia 2022 sea un consumo anual de 446.679 millones de litros. La expansión del turismo, la mayor urbanización y el incremento del poder adquisitivo han incidido en que el acceso a este producto se haya vuelto algo más común.
Otros factores para explicar el crecimiento del consumo son, sin embargo, más subjetivos. Como la preocupación por la calidad del agua del grifo, que en países ricos –salvo en aquellas zonas donde el agua tiene un contenido mayor de sales– parece bastante injustificado. Otros pueden ser el sabor del líquido, o la creencia de que es más saludable que el que nos llega por las tuberías. Cargar con la botellita no supone, pues, mayor sacrificio. Y menos aun arrojarla en el contenedor (o al mar, o al río, o al césped) y comprar una nueva, que poco después tendrá el mismo destino.
Los plásticos, en el foco
En 2018, sin embargo, el tema de los plásticos y su capacidad para contaminar el medio natural por cientos de años parece haber ido permeando las conciencias. Varios medios de prensa de alcance mundial, como National Geographic o The Economist, le han dedicado amplios espacios al asunto, mientras que la imagen de tortugas y focas atrapadas por redes del material, así como de ballenas muertas a causa de la ingestión de kilos y kilos de bolsas de la compra, ha abierto telediarios. La idea de que constituye un grave problema medioambiental ha calado de tal modo que, particularmente en España, la Fundación del Español Urgente ha elegido como palabra del año el término microplásticos.
El proceso que culmina con la botella en manos del consumidor también genera contaminación de muy variadas formas
Quizás por eso, aunque la producción de agua embotellada sigue escalando, la previsión es que comenzará a hacerlo de modo más atenuado. El Wall Street Journal refiere, citando una investigación de Euromonitor, que el crecimiento del volumen de agua envasada se ha ralentizado tanto en EE.UU. como globalmente. Uno de los ejemplos que cita es el de Nestlé, que está entre las principales productoras: si en octubre de 2017 su producción había crecido un 2,1%, un año después ya había bajado un 0,2%.
En la raíz del asunto, lo ya mencionado: las imágenes de un océano saturado por este tipo de desechos, y su impacto en la opinión pública. Uno de los criterios recogidos por el diario es el de una joven pareja de Indianápolis, que desde abril ha dejado de comprar agua embotellada, persuadida por la avalancha de noticias. “Le dije a mi esposo que no quería seguir haciendo esto”, cuenta ella, y añade que han comenzado a llevar consigo recipientes reutilizables con agua del grifo. Rellenarlos “es tal vez un poco incómodo, pero vale la pena”.
Hora de innovar
A las iniciativas personales para ponerle límites a la contaminación causada por estos envases, se suman las que van tomando las instituciones. La campaña Ban the Bottle (Prohíbe la Botella) enumera hasta 82 universidades de EE.UU. y Canadá, además de una de Nueva Zelanda y otra del Reino Unido, que ya han “desterrado” el producto de sus campus y se han apuntado a los recipientes rellenables.
De igual modo, los políticos van tomando cartas en el asunto. Varios ayuntamientos canadienses, como los de Vancouver, Toronto y decenas de ciudades más pequeñas han ido prohibiendo la venta de agua envasada en sitios públicos. Si se cruza la frontera, se observa que algunas localidades norteamericanas han adoptado medidas similares. El ayuntamiento de San Francisco, por ejemplo, multa a quien distribuya agua embotellada en eventos a los que asistan más de 100 personas, y además prohíbe la comercialización de las botellas de poco más de medio litro.
Y por supuesto, está la parte de las empresas de agua envasada, que no quieren perder nicho ante la mala –¿o quizás “justa”?– prensa que el producto está generando. Por ello están buscando ávidamente alternativas a través de la innovación. La francesa Danone, por ejemplo, tiene puestas sus esperanzas en un proceso desarrollado por la firma canadiense Loop Industries, el cual devuelve la botella de plástico a sus componentes originales, con los que pueden fabricarse nuevos recipientes.
Los primeros resultados han sido satisfactorios para la compañía francesa, que espera que la tecnología esté lista para utilizarse a mayor escala a partir de 2020. Si otros fabricantes pueden incorporar a sus procesos productivos esta u otras innovaciones por el estilo, con seguridad el beneficio se sentirá bastante más allá de sus balances financieros.