La Iglesia de Inglaterra tras la ordenación de mujeres
Londres.- La ordenación de mujeres que está teniendo lugar en la Iglesia de Inglaterra -en junio habrán sido ordenadas cerca de mil- ha acelerado el cisma en la comunión anglicana, entre el ala liberal y el ala «anglo-católica». Se dice que un tercio de los 10.000 componentes del clero anglicano se oponen a esta medida. El clero anglo-católico es cada vez más consciente de que su Iglesia ha sobrepasado un punto sin retorno, y de que apenas hay sitio en la «nueva» Iglesia de Inglaterra para los que se adhieren a las enseñanzas tradicionales católicas.
Los anglicanos con espíritu católico se enfrentan, por tanto, a una alternativa dolorosa: abandonar la Iglesia en la que fueron bautizados, o encontrar algún modo de permanecer en ella, aislándose de la mayoría que ahora la rige. Para los que elijan lo primero, el camino lleva normalmente a Roma. Para los que elijan lo segundo, el Sínodo General de la Iglesia de Inglaterra ha nombrado dos «visitadores provisionales», comúnmente denominados «obispos volantes», cuya misión es atender a los tradicionalistas y, en cierto modo, facilitar su permanencia en la comunión anglicana. Pero los discrepantes hubieran preferido que se designara para estos cargos a dos de los suyos.
Acontecimientos recientes parecen indicar que la mayoría de los discrepantes optarán por abandonar el anglicanismo. En febrero, cinco obispos anglicanos y 570 sacerdotes que se oponían a la ordenación sacerdotal de mujeres, firmaron una declaración en la que aceptaban la plena autoridad de la Iglesia católica romana, y suscribían todo lo que ella enseña (cfr. servicio 32/94).
Los firmantes se han comprometido a hacerse católicos dentro de los próximos años. Dos obispos y 142 sacerdotes más han firmado una versión matizada de la declaración, en la que reconocen al Papa como «supremo pastor».
Primeras conversiones
Uno de los que suscribieron la primera declaración, el Dr. Graham Leonard, obispo retirado de Londres, fue recibido en la Iglesia católica a principios de abril y ordenado sacerdote por el Card. Basil Hume dos semanas después, según acaba de saberse. El Dr. Leonard, que está casado, se ha significado desde hace años por su oposición pública a la evolución de la Iglesia anglicana. La ordenación de mujeres no es el único motivo de su conversión: él mismo ha manifestado que habría abrazado el catolicismo aunque el Sínodo anglicano no la hubiese aprobado.
Fuera de este caso, hasta ahora sólo unos cien sacerdotes han notificado a las autoridades anglicanas que quieren renunciar a sus puestos y reclamar la compensación monetaria prevista para aquellos sacerdotes que abandonen la Iglesia de Inglaterra por disconformidad con la ordenación de mujeres. Según informaciones -no confirmadas- publicadas por The Times, ya han sido admitidos en la Iglesia católica siete clérigos anglicanos. Entre los que desean convertirse hay sacerdotes casados que están esperando a que Roma decida si podrán tener cargos parroquiales en la Iglesia católica.
El número y la calidad de los anglicanos que han anunciado su intención de abrazar el catolicismo romano ha copado la atención de la prensa británica y ha suscitado polémicas. Entre las personalidades que han tomado esta decisión se encuentran dos altos funcionarios del gobierno conservador, Anne Widdecombe y John Gummer, así como Charles Moore, editor del Sunday Telegraph. Pero ha tenido especial repercusión la conversión al catolicismo de la Duquesa de Kent, primer miembro de la familia real que da ese paso desde que lo hiciera Jacobo II en el siglo XVII. Se sabía que la Duquesa tenía gran simpatía hacia la Iglesia católica desde hace algún tiempo.
Críticas a los católicos
La conversión de la Duquesa ha supuesto un gran estímulo para los católicos ingleses, pero también ha desencadenado una andanada de ataques contra ellos en la prensa. Tim Bradshaw, deán del Regent’s Park College, de Oxford, denunciaba en The Times una «conspiración católica» en los medios de comunicación, que atribuía a periodistas católicos como Paul Johnson, William Oddie y Clifford Longley. «Su mensaje es claro -afirma-: el anglicanismo debería ser sustituido por el catolicismo romano como primaria expresión nacional de la vida de la Iglesia». También arremetía contra Lord Rees-Mogg (antiguo director del diario The Times): «Pide que Roma se haga cargo de las catedrales de este país… Éste es un asunto muy grave desde diversos puntos de vista, incluso para un no creyente, dadas las implicaciones constitucionales y el claro propósito no de abolir la Iglesia oficial, sino de romanizarla».
Este artículo provocó que Clifford Longley demandara a The Times por difamación. Otro ataque a los católicos, por parte de Ferdinand Mount, director del Times Literary Supplement, suscitó una polémica réplica por parte de Paul Johnson en The Spectator.
Estos ataques a los católicos pueden deberse en parte a la creciente frustración de los anglicanos por el debilitamiento de su propia Iglesia. Menos del 2% de los anglicanos practican habitualmente. Esto significa que en un domingo cualquiera van a la iglesia más católicos que anglicanos, aunque los católicos constituyan tan sólo un 8-10% de la población. También inquieta a los anglicanos que se plantee la posibilidad de que la Iglesia de Inglaterra deje de estar unida al Estado, situación que muchos políticos y la mayoría de la población consideran un anacronismo histórico.
Pero la causa más inmediata de preocupación es la crisis financiera de la Iglesia de Inglaterra. Hace pocos meses se hizo público que en los años 80 la Iglesia anglicana había perdido 800 millones de libras en inversiones fallidas. Esta drástica reducción de sus rentas significa que la Iglesia anglicana no podrá seguir proporcionando por mucho tiempo a sus 10.000 sacerdotes las 12.000 libras de estipendio anual. La comisión económica de la Iglesia ha anunciado que su contribución anual para el pago de los sueldos se reducirá a la mitad. Para compensar esta reducción, tendría que duplicarse en tres años la aportación de los fieles. Si no aumentan las colectas, la Iglesia de Inglaterra se verá forzada a cerrar muchas parroquias que no se sostienen, reducir gastos y recortar la burocracia.
¿Acogida fría?
En abril de 1993 los obispos católicos de Inglaterra y Gales publicaron un comunicado que fue leído durante la misa dominical en todas las parroquias. En él urgían a los católicos a «dar la bienvenida a aquellos que buscan de sincero corazón pertenecer a la Iglesia», con la seguridad de que esto no supondría «hacer concesiones sobre la verdad, ni abandonar la disciplina de la Iglesia». A quienes preocupaba que se creara un rito especial para los anglicanos recibidos en el catolicismo -como algunos habían sugerido por entonces-, la declaración anunciaba que los obispos pretendían la «integración total [de los conversos] en la vida y misión de la Iglesia católica».
Sin embargo, el escritor Paul Johnson pensó que esto equivalía a una recepción algo fría para los hermanos anglo-católicos. En un artículo que tuvo amplio eco, publicado en The Spectator, sostenía que los obispos católicos de Gran Bretaña no «estaban tratando esta crisis con la magnanimidad requerida», y solicitaba la intervención directa del Papa para «mostrar la máxima generosidad posible en todas los acuerdos litúrgicos, económicos y de organización» para los que quieran convertirse.
Fr. Tony Pinchin, vicario anglicano en proceso de incorporarse a la Iglesia, señaló que algunos obispos católicos son más entusiastas que otros a la hora de recibir a los ministros anglicanos como él: «Una de las cosas más sorprendentes para nosotros los anglicanos es que, habiendo pensado que íbamos a tratar con una estructura monolítica, nos encontramos con que estamos hablando con 17 obispos diocesanos diferentes». También señaló que el ingreso repentino en el sacerdocio católico de un amplio número de sacerdotes anglicanos -muchos de ellos casados- podría ser «muy desestabilizador» para la Iglesia católica. Basta pensar que actualmente sólo hay ocho sacerdotes católicos casados en Gran Bretaña.
Postura de los obispos católicos
Los obispos católicos disiparon en gran medida las dudas expresadas por los anglo-católicos y por Paul Johnson, en una declaración publicada al término de la reunión de la Conferencia Episcopal celebrada en noviembre pasado (ver servicio 167/93). En primer lugar, los obispos anunciaron que darán la bienvenida a quienes deseen vivir como cristianos en comunión visible con la Iglesia católica. También se mostraron dispuestos a afrontar los temas que preocupan de modo especial al clero anglicano: la cuestión de la validez de las órdenes anglicanas, el celibato sacerdotal y la posibilidad de que parroquias enteras se pasen al catolicismo.
Sobre el primer punto, la Conferencia Episcopal reconoce en el ministerio ejercido por los clérigos anglicanos la señal de una llamada de Dios. Por eso, los obispos se muestran dispuestos a admitir que sigan normalmente ejerciéndolo como sacerdotes católicos, tras un proceso de discernimiento. Esto requerirá un periodo de estudio y de preparación. En su caso, los candidatos tendrán que aceptar ser ordenados en la Iglesia católica, para eliminar cualquier duda sobre la validez de la ordenación anglicana.
En cuanto al celibato, la declaración señala que es preceptivo en la Iglesia latina y que «no está en discusión». Pero se estudiará la posibilidad de que los clérigos casados procedentes del anglicanismo puedan, por excepción, continuar ejerciendo el ministerio.
Por último, los obispos precisan que «la decisión de fe que implica entrar en comunión plena con la Iglesia católica se ha de realizar siempre de modo individual». Al mismo tiempo, aprecian los particulares vínculos que existen dentro de las comunidades que desean ingresar colectivamente en la Iglesia católica junto con sus pastores, y estudiarán fórmulas para que puedan seguir unidas como tales después de la incorporación.
A principios de diciembre, el Papa aprobó estas directrices en una reunión con el Card. Hume y otros tres obispos ingleses. Al término de la entrevista, Mons. Vincent Nichols declaró: «La cuestión fundamental -que yo mismo no había advertido- es que todos los que se acercan a nosotros están absolutamente convencidos de que siempre han vivido como católicos. Yo no me había percatado de que la tradición católica dentro de la Iglesia de Inglaterra es muy profunda. La expresión ‘opción romana’ es, a mi juicio, completamente desacertada. Me encuentro con personas para quienes vivir como católicos no es una opción, sino un imperativo: para ellas, es una convicción profunda que se remonta a la infancia. Por eso, debo prestarles mi apoyo incondicional».
Aprecio por la autoridad doctrinal
En general, los anglicanos han respondido favorablemente a estos gestos de acogida por parte de la jerarquía católica. Cientos de ministros anglicanos han acudido a reuniones periódicas organizadas por el Card. Hume para explicar la doctrina católica. En Semana Santa, muchos clérigos de la Iglesia de Inglaterra prefirieron participar en la misa crismal del Jueves Santo en las catedrales católicas en vez de en las anglicanas.
Algunos clérigos dispuestos a convertirse pue-den tener dificultades para aceptar ciertos aspectos de la doctrina católica, en particular los dogmas marianos de la Inmaculada Concepción y de la Asunción, que nunca han formado parte de la tradición anglicana. Sin embargo, Fr. Pinchin cree que la mayoría de los anglo-católicos «siempre han aceptado los dogmas marianos como una extensión de algún modo necesaria y lógica de la doctrina sobre la Encarnación y la Resurrección».
Muchos anglo-católicos aprueban las claras enseñanzas de la Iglesia sobre el aborto, el control de la natalidad y la infalibilidad del Papa, y las consideran una alentadora afirmación de la autoridad magisterial. Al fin y al cabo, la claridad de doctrina es precisamente lo que echan de menos en la Iglesia de Inglaterra. «Si se compara la enseñanza católica sobre la autoridad del Magisterio con lo que hemos visto en el Sínodo General de la Iglesia de Inglaterra -dice Pinchin-, la doctrina católica sobre la autoridad se muestra extremadamente sensata».
Patrick KellyAtraído por la verdadCharles Moore, director de Sunday Telegraph, escribió un testimonio sobre su conversión al catolicismo, publicado en dos entregas por el semanario Catholic Herald (25-III y 1-IV-94). Traducimos algunos párrafos
Es verdad que todos los cristianos dan culto al mismo Dios, y ésta es una razón para la caridad recíproca; pero no es verdad que den lo mismo las doctrinas de unos que las de otros. Para los cristianos, afirmar eso sería como si unos médicos se reunieran alrededor de un paciente y dijeran: «Bueno, todos queremos que mejore, así que todos los diferentes tratamientos que propongamos serán igualmente buenos». No necesariamente: dar con el tratamiento correcto puede ser cuestión de vida o muerte.
Una Iglesia es la única defensa contra esta confusión. Algunos dicen que esto lleva a la extinción de la libertad de pensamiento. Por mi parte, me parece el único modo de hacer que el pensamiento tenga sentido. Mediante la tradición y la costumbre; preservando, desarrollando y ordenando lo que durante casi dos milenios han enseñado hombres sabios y santos, la Iglesia dice la última palabra en estas cuestiones, las más difíciles de todas.
[Moore explica luego que fue sintiéndose cada vez más incómodo con la falta de claridad doctrinal que mostraba la Iglesia de Inglaterra, hasta que se convenció de que no podía continuar en ella, y añade:] Pero una cosa es descubrir que no se puede mantener la propia posición, y otra muy distinta adoptar una nueva. Miré a Roma, pero sin mucho entusiasmo ni conocimiento del catolicismo.
Ahora creo que la falta del primero ha sido, paradójicamente, una ayuda. Como soy una persona demasiado influida por consideraciones estéticas, muy fácilmente podrían haberme cautivado la belleza y el sentimiento, lo que habría podido llevarme a despreciar las dificultades intelectuales. Casi estoy agradecido por haber encontrado tan poca belleza. La liturgia católica moderna en lengua vernácula es tan fea como el Libro Anglicano Alternativo de Celebraciones. Los cantos son deplorables, y se cantan deplorablemente. Casi todas las iglesias de Inglaterra son de mediocre factura y están pobremente decoradas. Durante el último año y medio he asistido a decenas de misas y sólo en dos ocasiones (…) me han proporcionado algún placer estético.
Esta fealdad no puede ser buena en sí misma, y ahora que me he hecho católico, estoy seguro de que la lamentaré; pero al menos esto ha hecho posible que, en vez de exclamar: «¿No es maravilloso esto?», me preguntase: «¿Es esto verdadero?».
(…) Parecía claro que hacerse católico no era una cuestión de decidir si uno estaba de acuerdo con una serie de proposiciones. La pregunta clave que había que hacer no era: «¿Qué dice la Iglesia católica sobre x e y?, sino: «¿Es la Iglesia lo que dice ser?». Si uno pudiera aceptar que es la verdadera Iglesia, todo lo demás vendría solo. Algunas doctrinas -la condena del aborto, por ejemplo- me atraían. Otras no. La mayor parte de la doctrina católica sobre la Virgen María me parecía más bien lejana, y todavía no he comprendido bien, aunque me la han explicado, la importancia central de la devoción mariana.
Pero ninguna doctrina es imposible en sí misma (después de todo, ¿qué es más difícil que la idea de la Resurrección, común a todos los cristianos?) si se admite que la Iglesia tiene autoridad para enseñarla. El Papado es el instrumento necesario y la expresión histórica de esa autoridad. Sobre esa base lo acepto, con respeto, pero sin fervor. No estoy obligado a creer que los Papas, en cuanto individuos, tienen siempre razón, ni siquiera que son buenos. No me siento muy «papista» ni muy «romano», y no tengo necesidad de dejar de ser inglés. Basta -y no es poco- ser dócilmente católico.