Rosalía (CC MTV)
Reguetón, jazz, sexo explícito, spanglish, jerga, tecnología, mariposas que mutan, juego… pero también Dios y la familia, y la abuela y las mamis, y la nostalgia y una fama de la que se desconfía y se pone entre paréntesis. ¿Es Motomami un monumento a la posmodernidad o, a pesar de su envoltorio, un nuevo producto neorrancio?
Después de tres años de trabajo, Rosalía ha lanzado un nuevo disco: Motomami. La reacción inicial fue de desconcierto y las críticas no esperaron a terminar de escuchar los 16 temas del álbum. Lo de la cantante de Barcelona había sido un espejismo, pensaron algunos. Después de versionar con éxito el flamenco, la chica se pasaba al reguetón más comercial. Se veía venir con esas uñas, esos chandals, esos bailes provocativos y ese desnudo en la portada.
Y sí. Como casi toda crítica, tenía –o tiene– su parte de razón. Pero la realidad es que, en solo unas horas desde su presentación, Motomami se convirtió en el álbum más escuchado en Spotify Global y lleva muchas semanas en la cabecera de las listas de éxitos de una decena de países.
Pero no solo gustó al público. La crítica musical no tardó mucho –aproximadamente dos horas, que es lo que se emplea en escuchar el álbum entero un par de veces– en arrodillarse ante un disco que mezcla el reguetón –sí– con el jazz, el flamenco, la copla, el bolero o la bachata. El veredicto ha sido casi unánime: Motomami es un discazo, con un trabajo de producción, de referencias y de síntesis musical apabullante. Prueba de ello es la cantidad de temas en los que se ha inspirado. La propia Rosalía ha publicado en sus redes sociales una lista con algunas de estas canciones y son siete horas de música. O el minucioso análisis que realiza el conocido youtuber Jaime Altozano.
En cuanto a la jerga que utiliza Rosalía –indescifrable sin utilizar Google para cualquiera que haya cumplido los 30 o no haya vivido en siete países diferentes pegado a la cultura popular de cada uno de ellos–, hay quien ha comparado a la cantante de Barcelona con Góngora o Valle-Inclán y habla de la lengua motomami. Quizás el símil resulte un poco excesivo.
El álbum tiene claros rasgos posmodernos como el individualismo, el emotivismo, el sexo, el consumismo o el “carpe diem”
Pero al margen del análisis musical y fijándose en los temas que aborda, las letras y la producción, ¿podría ser Motomami –con su ruptura de géneros, su descaro, su gusto por la tecnología, etc.– la quintaesencia de disco posmoderno? Quizás sí… o quizás todo lo contrario.
Posmodernismo en vena
Efectivamente, Motomami puede hacer las delicias de cualquier cazatendencias posmoderno. En el álbum –y, en general en el universo Rosalía– es posible encontrar los rasgos de esta ideología que campa por sus respetos desde los años 60 del pasado siglo hasta nuestros días. El individualismo, la afirmación del yo (“yo soy muy mía”), presente en casi todos los temas redactados en primera persona. El emotivismo, que se percibe no solo en las letras sino en las propias declaraciones de Rosalía, que repite siempre que escribe desde el corazón y que el baremo que utiliza para su música es la emoción. El consumismo –el disco habla continuamente de marcas de lujo, de tarjetas de crédito, de billetes, de cenas y joyas–; el recurso al juego –desde el track del alfabeto hasta el Chicken Teriyaki con baile de TikTok incluido–; la falta de lógica de algunas letras; la relajación de tabúes sexuales –con una canción muy explícita que, si no fuera precisamente por este contexto de juego, sería ofensiva– o la invocación al presente, al ahora, a un carpe diem que puede leerse como un rasgo definitorio de la posmodernidad.
Motomami muestra también su carácter posmoderno en el culto a la tecnología, que no solo se percibe en la producción musical o en algunas letras –emojis en los títulos, referencia a las redes sociales, etc.–, sino en todo el planteamiento de promoción del disco. Motomami se lanzó con un live de TikTok que resumía los 16 temas del disco. La estética y la puesta en escena –muy rompedoras– son una apuesta por el público joven y por un lenguaje centrado en las pantallas.
Y, sobre todo esto, destacan dos rasgos absolutamente posmodernos: el carácter fragmentario y líquido del álbum, y la referencia continua al tema de la transformación, uno de los mantras de la posmodernidad.
Monumento a la fragmentación
Por partes. Motomami es un monumento a la fragmentación. Y no solo por su mezcla de géneros musicales, de niveles de lenguaje o de idiomas, sino por su collage y relectura de algunos temas populares que Rosalía interpreta a su manera. Por ejemplo, Saoko, la canción que abre el disco, se inspira –con fragmentos sampleados– en el popular Saoco de Daddy Yankee. Rosalía toma como referente un tema que considera clásico del reguetón pero lo reelabora a su modo: despoja a la letra de su insultante machismo, lo convierte en un tema de reafirmación personal feminista y añade piano y jazz. Deconstrucción pura y dura.
O Delirio de grandeza, donde Rosalía empieza interpretando el célebre bolero del cubano Jorge Betancour –con un ritmo mucho más acelerado, eso sí– para después fundirlo con un rap –de título Delirious–. Una mezcla imposible… que, sin embargo, funciona y que le lleva a actualizar el clásico.
En cuanto al tema de la transformación, es uno de los leitmotiv del disco. El “logotipo” del álbum es una mariposa, que es precisamente símbolo de transformación. De este insecto se habla en varias canciones y uno de los temas del álbum es el propio cambio en la música de la artista. Del flamenco al reguetón. La vida es cambio, la carrera profesional es cambiante, la propia fama –otro de los temas del disco– es efímera. Y, en ese contexto, la contradicción –“me contradigo, yo me transformo”–, los giros, los volantazos, los éxitos o los fracasos son una manifestación más del mundo líquido y efímero que postula la posmodernidad.
Y, sin embargo…
Todo esto es cierto y está ahí. Pero al analizar Motomami aparecen otras referencias que rompen absolutamente con el “credo” posmoderno. Porque el álbum no se puede entender sin sus referencias a Dios, a la familia, a la maternidad, a las raíces o a las tradiciones. Referencias nada posmodernas que conectan directamente con uno de esos grandes relatos –el del hombre como criatura de un ser omipotente y providente– que esta ideología se supone que había desterrado de la faz de la tierra.
Al final, y como nos gusta etiquetarlo todo, surge la duda: ¿no será esta chica de uñas imposibles, en el fondo, una neorrancia?
En 9 de las 16 canciones de “Motomami” se nombra a Dios, y no precisamente de pasada
Neorrancios es un término recién inventado por un grupo de periodistas que han querido mostrar su preocupación por que una parte de la izquierda, según ellos, se haya echado en brazos de la nostalgia y reivindique valores conservadores como la familia tradicional, la religión cristiana o la vida en el campo, por ejemplo. Aunque no es la única, Ana Iris Simón y su best seller Feria son la personalización de esta ¿neorranciedad?… que también podría sufrir la cantante barcelonesa. Síntomas hay más de uno.
Dios, en nueve canciones
En nueve de las dieciséis canciones de Rosalía se nombra a Dios. Y no precisamente de pasada. Esto no es nuevo en la música de Rosalía, que consiguió lanzar a san Juan de la Cruz al top de Spotify con su versión de Aunque es de noche de Enrique Morente. En El mal querer –su anterior disco– las citas a Dios eran también continuas. Pero una cosa es meter a Dios en un poema de san Juan de la Cruz (solo faltaba) o en un disco de flamenco, y otra acudir constantemente a Dios en un disco de reguetón que calificas como el más personal. Y además citarlo como autoridad, como principio, por encima incluso de lo que crees más importante –primero Dios y luego la familia, primero Dios y luego el sexo–. Citarlo como norte –“yo manejo, Dios me guía”–, e incluso como maestro o como fuente del don de la artista –“aquí el mejor artista es Dios”–. Estas referencias a Dios cambian –o modifican, al menos– algunos de los postulados posmodernos.
Porque una cosa es ser individualista y autoafirmarse, y otra muy diferente autoafirmarse en referencia a un guía. Es muy diferente “Yo manejo” a “Yo manejo, Dios me guía”. O toda la chulería y autoafirmación –muy divertida– de Bizcochito cambia de signo cuando, en la canción posterior, reivindica a Dios como artista. Idem. Una cosa es decir “soy muy buena, soy la ama” a decir “soy muy buena, soy la ama… pero Dios es mejor artista que yo”. El sentido cambia radicalmente. Al yo posmoderno se le bajan bastante los humos con estas afirmaciones…
Rosalía ha manifestado en diferentes entrevistas que, aunque no está bautizada, es una persona religiosa y cree en Dios, y no le importó manifestar su acercamiento a Dios en el confinamiento compartiendo en las redes sociales con sus millones de seguidores la oración del Padrenuestro. Una plegaria, por cierto, que tira más a neorrancia que a posmodernismo (que, cuando habla de religión, invoca al gnosticismo, no a Dios Padre).
— R O S A L Í A (@rosalia) March 20, 2020
Habla la abuela de Rosalía, hablan las “motomamis”
Y después de Dios, la familia, como subraya la abuela de Rosalía en el audio que la cantante incluye en el tema G13, una preciosa balada llena de nostalgia que Rosalía dedica a su sobrino de diez años doliéndose de la separación por el confinamiento. La artista catalana también ha subrayado en multitud de ocasiones la importancia que tiene para ella la familia. Y la maternidad. Su madre. Su abuela. De hecho, el disco está dedicado a ellas, a las madres, con un término –Motomami– que Rosalía ha explicado como un guiño al hecho de que tanto su madre como su abuela van en moto, pero también a la realidad de esas madres que saben aunar la fuerza –moto– con la fragilidad y la ternura –mami–. El término Motomami es un hallazgo absoluto. Pero esto sería otro análisis.
Por último, hay en el álbum una reflexión sobre la fama y el éxito que rompen también totalmente con la posmodernidad. En el pensamiento posmoderno solo hay presente. Ni se valora el pasado –porque ha decepcionado– ni se piensa en el futuro porque el progresismo posmoderno es de corto alcance y la posmodernidad se presenta como una realidad desesperanzada. No hay Cielo. No hay premio ni castigo. El futuro no importa y más vale no pensarlo. En Motomami, sin embargo, hay mucho presente, pero hay también mucho pasado –raíces, autoridad, tradición– y hay futuro. Y, en este sentido, es magistral cómo cierra Rosalía su disco: con un tema –Sakura– en el que se enfrenta en directo a su yo futuro. Al futuro más próximo –la recepción inmediata del nuevo disco– y al más lejano, a la artista que será con ochenta años, cuando ya no sea famosa, cuando ya no reciba el aplauso del público, cuando no la conozcan. Y esa realidad, dice Rosalía, “no me da pena, me da ternura”.
Es imposible no conectar esa mujer de ochenta años que será la cantante con la abuela de Rosalía, con su fuerza y su ternura de motomami que se adivinan en su audio sobre la importancia de la familia y de Dios. Y se cierra el círculo. Y el disco. Con una nostalgia, un realismo y unos referentes muy alejados de lo que presume la posmodernidad.
Y habrá quien pretenda etiquetar –este artículo en parte lo pretendía–, o quien sentencie que esto es posmodernismo neorrancio. Quizás es preferible pensar que cuando se hace arte pegado a la realidad, al tiempo, a la actualidad, a la contemporaneidad pero abierto a la trascendencia y a la verdad; cuando se crea desde el rabioso presente sin cerrar de un portazo el pasado y sin insultarlo, el resultado puede ser inclasificable y gustar más o menos, pero siempre supondrá una inspiración y una novedad. Como este Motomami posmoderno y neorrancio a la vez.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta
3 Comentarios
He leído el artículo. Después he visto los vídeos de Rosalía, he leído las letras de sus canciones y las declaraciones que ha realizado. Tal cual: Dios esta súper presente en su vida. Yo creo que hasta debe estar yendo por un centro y todo… Ahora le voy a poner a mi hijo de catorce años algún vídeo para que se inspire, y a mi hija para que copie algún modelito, que son Monisimos.
Leo el artículo y me da la sensación de que estamos ante algo que merece la pena escuchar. Luego escucho la música y, sobre todo, veo el lenguaje audiovisual del álbum (que tiene mucho más peso que las letras de las canciones) y me parece que el mal gusto y las referencias a la sexualidad, agresividad, etc. están muy por encima de lo bueno que se pueda extraer de este trabajo de Rosalía.
Preferiría que mis hijos identificaran referencias a la familia, Dios y tradiciones en obras mucho menos discutibles en cuanto a su valor artístico y de buen gusto.
Demasiada sensualidad desde la portada